Sitges 2024 | 'Memorias de un caracol' utiliza el stop-motion para hacernos llorar, reivindicar la rareza y gozar de una libertad creativa inédita

En una de sus primeras escenas hablan de un juez que se estaba masturbando (y es solo el principio). Yo no llevaría a niños a verla, pero vosotros mismos

Aunque no lo parezca, fuera de nuestra burbuja aún hay que hacer una labor evangelizadora en lo concerniente a la animación, remarcando y subrayando que se trata de un medio más que un género y que, de hecho, no es necesariamente para niños. Si ejemplos como 'BoJack Horseman', 'Unicorn Wars', 'Anomalisa' o la mitad del anime que llega a España no son suficientes, ahora tenemos 'Memorias de un caracol', un increíble (y tristísimo) largometraje realizado durante ocho años en stop motion y que puede acabar con vuestros lacrimales... y con la inocencia de los más pequeños.

Saca los cuernos al sol

Sí, 'Memorias de un caracol' está protagonizada -en parte- por niños y sus diseños parecen propios de algún extraño programa infantil de los 90, pero la historia que muestra va mucho más allá: habla de problemas mentales, perversiones sexuales, muerte, pérdida, obsesión y la eterna tristeza de crecer sin saber quién eres exactamente. Eso no significa que sea, en sí, una película que pinche e insista en lo lacrimógeno. Al contrario: su protagonista, que narra su vida, siempre intenta quitarle hierro al trauma e introducir momentos de humor muy agradecidos, formando una mezcolanza de géneros que se torna apasionante desde el primer minuto.

La animación, obra de Adam Elliot (que ya sorprendió a propios y extraños hace una década con la increíble 'Mary and Max'), recupera y reivindica lo artesano en tiempos de animación por ordenador, pero, además, toma riesgos estéticos con unos diseños claramente feístas que no están destinados, bajo ningún concepto, a vender merchandising. Es pura independencia, un proyecto casi suicida destinado a un nicho de espectadores que tendrá suerte -y esperemos que la tenga- si consigue una nominación al Óscar. Debería, desde luego, si los académicos pretenden continuar demostrando que van más allá de las secuelas Disney de turno.

Personalmente, eso sí, creo que 'Memorias de un caracol' (pese a ser una obra única e instigar a verla y atesorarla) cae excesivamente en la excesiva lamentación y el drama exacerbado, a veces de manera forzada. En la búsqueda de esta exploración de la miseria y la enfermedad mental, de hecho, toma desvíos que no funcionan tan bien como deberían y que acaban por lastrar un poco la experiencia general. Por suerte, sabe compensarlo con unos personajes fantásticos y un buen puñado de secuencias perfectas que, si bien se pueden intuir, siguen cumpliendo su propósito sin mella. Por ponerlo en cristiano: no os dejéis los pañuelos en casa.

La depresión del caracol

Visualmente, la película es lo más parecido al arte y ensayo que hemos visto en la animación -más o menos- mainstream de un tiempo a esta parte, con atrevimientos visuales y formales que nos transportarán a un universo propio que no se parece a nada que hayamos visto. Tiene mérito, sobre todo en un panorama cinéfilo dominado por las corporaciones en el que parece que no pueda ya existir una sola obra que nos sorprenda. Pero es que además, como he dejado caer antes, su guion evita de manera muy inteligente dejar un poso de tristeza en el espectador, que, de hecho, es probable que salga de la película esperanzado.

Porque, al final, la lección que 'Memorias de un caracol' nos deja es que la vida tiene dolor, baches y puñaladas por la espalda, pero siempre va hacia delante. Y el destino, por suerte, siempre tiene el potencial de merecer la pena, porque el desconsuelo nos ha modelado para recibir las alegrías con mayor pasión incluso que cuando éramos inocentes. Y todo esto mientras, al mismo tiempo, hace un elogio a los bichos raros. No en plan "lee tebeos, qué persona más extraña", sino a los de verdad, a aquellos que se obsesionan con cosas nimias, que no se dejan amedrentar por lo que digan los demás, que encuentran solaz en tener a alguien al lado, callado, disfrutando de sus rarezas. Normalmente estarían condenados a un papel cómico secundario, pero aquí toman el escenario principal.

'Memorias de un caracol' sabe que es una película especial. Tanto, que consigue algo increíble: que pese a que claramente estemos viendo caras rechonchas modeladas con plastilina, caracoles que guiñan sus ojos y llamas hechas de celofán de diferentes colores, nos parezca fervientemente real en todo momento. Aunque en todo momento reivindica su calidad de cinta de animación que no se podría haber hecho de ninguna otra manera, consigue que nos olvidamos del artificio después de esa impresionante primera escena que marca como pocas podrían el tono tragicómico con el que consigue revelarse como una de las grandes sorpresas del año.

Seamos sinceros: con sus más y sus menos, sus toques de animación originales y sus posibles guiños a los adultos, a la hora de enfrentarnos a una película de Disney, Pixar, DreamWorks, Sony o incluso Aardman ya sabemos lo que vamos a encontrarnos. Hay capacidad de sorpresa (como, por ejemplo, en 'Robot Salvaje' o 'El gato con botas: el último deseo') pero nunca nos van a romper todos los esquemas hasta su base misma. Sin embargo, 'Memorias de un caracol' sí lo logra sin un esfuerzo aparentemente consciente, desde un inicio inesperado hasta un final que te dejará con una sonrisa temblorosa catando, quizá, una lagrimilla cobarde que aún ruede por tu mejilla mientras te preguntas "¿Cómo es posible que esto exista?". ¿Y acaso no es esa, en esencia, la magia del cine en su estado más puro?

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