A estas alturas, uno puede sentir que en el cine de terror ya lo ha visto todo y nada nuevo queda por decir. Fantasmas japoneses, giros de cámara imposibles hacia la locura, asesinos de toda clase y pelaje, zombis, vampiros, millennials tratando de salvar su garganta, monstruos clásicos de Universal renovados para la ocasión... Sin embargo, festivales como el de Sitges se preocupan de mostrarnos que la inventiva humana siempre será más poderosa que el mayor de los prejuicios, y que los tópicos, al igual que las historias más manidas, están hechos para destruirlos. Eso no quiere decir, claro, que siempre sea el caso.
A llorar, a la llorería
Y, como ejemplo, 'El llanto', que se queda a medio camino entre la refrescante novedad y la aburrida cotidianeidad de nuestros terrores favoritos, convirtiéndose, por así decirlo, en una rara avis: quiere ser original, destruir convenciones y mostrar un lado del terror hispano único pero no puede evitar caer en un guion mucho más manido de lo que debería y que se equivoca al reiniciarse hasta dos veces de cero, convirtiendo la película en una especie de antología que no juega a ser episódica, sino a resolver un gran misterio que al espectador, la verdad, nunca le importa lo suficiente.
La inconcreción es el mayor de sus problemas: quiere ser tres películas al mismo tiempo, pero ninguna tiene el espacio suficiente para crecer y todas terminan sintiéndose agotadas tras un acelerón imposible: ni conocemos a los personajes, ni entendemos sus acciones, ni nos preocupamos por lo que les pase. Y la metáfora (todo el cine de terror, en el fondo, es una metáfora de algo) es tan sutil como un martillo hidráulico. Para colmo, la originalidad y la relativa extravagancia de sus primeros compases, en un notable segmento sobre el terror en tiempos de móviles y píxeles al alcance de nuestra mano, se para en seco antes de reinventarlo todo. Y al final uno se siente totalmente perdido, como si le hubieran bajado de una montaña rusa a mitad de camino.
No es culpa, eso sí, de un Pedro Martín-Calero que debuta en el largometraje por todo lo alto y utiliza un potentísimo imaginario visual para ello, repleto de un mal que se esconde en los recodos de las pantallas, pero que también inunda al espectador cuando lo necesita (además de, por cierto, tener la mejor representación visual de una conversación por WhatsApp que he visto en una pantalla). No es de extrañar que incluso siendo cine de género ganara el premio a mejor director en el Zinemaldia -ex-aequo con Laura Carreira por su fabulosa 'On Falling'-: en sus casi dos horas demuestra dominar perfectamente el miedo como metáfora, los giros de cámara dirigidos hacia lo imposible y saber cómo elevar una historia con ínfulas de grandeza que inevitablemente termina decepcionando.
Suena la foto del Canto y se ha puesto a bailar
No termino de entender cuál es la intención detrás de las historias interconectadas por los pelos de 'El Llanto', porque el misterio y la metáfora que se supone que se va construyendo entre ellas y que se retroalimenta no tiene el suficiente fuste ni va más allá de la simple curiosidad (y del cliché más aburrido). Pretende ser un terror que haga pensar, una obra de género distinguido que vaya más allá del saja-raja y cuenta más de lo que parece, pero para ser "terror elevado" hace falta mucho más que definirte como tal. Y esta película no quiere esperar a que le pongan la etiqueta, sino ponérsela a sí misma desde su mera concepción.
¿Funciona? Sí, pero más dividida en escenas individuales que como obra completa. La persecución con la cámara VHS (haciendo un diálogo con la tecnología actual), los primeros pasos en la casa abandonada, los llantos escuchados de manera subliminal, el voyeurismo tratado como arte... 'El Llanto' tiene hallazgos visuales y temáticos, pero al no centrarse y pretender jugar a todo se pierde en sí misma muy fácilmente, cometiendo la grave equivocación de creerse mucho más imponente de lo que realmente es.
Esto es obvio especialmente en su segunda historia, donde la cinta pasa de ser cine de género a pretender competir con el de autor. Durante minutos y minutos interminables, 'El Llanto' nos cuenta la historia de una obsesión que crece a través del foco de una cámara, de la relación entre dos mujeres que, como los imanes, son tan diferentes entre sí que no pueden evitar una atracción imposible de controlar. Y solo a trompicones, vuelve a convertirse en cine de terror, casi como sintiéndose obligada, avergonzada de su propia condición. La película triunfa cuando es descarada y abraza el género, pero se hunde al pretender subvertir su propio estatus. No es "terror elevado": es, por así decirlo, un cuadro abstracto que sale mal.
Como suele pasar cuando una película falla, es fácil ver cómo podría haber caído del otro lado. Porque los ingredientes están ahí: una buena historia de terror (la primera), una actriz en estado de gracia (fantástica Ester Expósito, todo sea dicho), un director novel con ganas de mostrar su valía, un fuerte intento de todo el equipo por hacer una cinta autoral, una originalidad estética muy marcada... Al servicio de un guion que nunca tiene claro qué quiere ser, y que erra al tratar como antología una historia que no lo necesitaba en absoluto. Para llanto, el de los espectadores al salir decepcionados.
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