El festival de Sitges ha incluido en su programación la primera proyección en España de una de las grandes rarezas de terror casi perdidas de la historia del cine de terror europeo. En un solo pase especial pudo verse 'La cita' ('The Apppointment', 1982), una extraña pieza británica que se estrenó en el circuito de vídeo pero nunca llegó a tener una distribución demasiado amplia, siendo un título inencontrable en el circuito Norteamericano.
Viene siendo algo habitual que el mercado de Blu-ray recupere obras perdidas como esta en los últimos años, gracias a restauraciones majestuosas que permiten descubrir obras ocultas que estaban absolutamente fuera del radar. Uno de los que ha descubierto la presente película es Guillermo del Toro, que tuiteó con efusividad que la película era
“Brillante, extraña y tensa. ¡Llena de invención (y Edward Woodward) y con una escena asombrosa (Goat) que está llena de temor y vigor al estilo Nic Roeg!”
La cita’ es una obra perdida pero fascinante desde su impactante primera escena pero, a pesar de ello, un día desapareció, quedando como el primer y único largometraje de Lindsey Vickers como director, tras haber sido asistente de dirección en una serie de películas de Hammer y Amicus a lo largo de los años 1960 y 1970. Su carrera de autor empezó en 1978, cuando escribió, dirigió y editó un potente cortometraje llamado ‘The Lake’, que ya adelantaba plenamente su estilo y algunos de los temas de su posterior trabajo.
Luego crearía First Principle Film junto a Tom Sachs y Ken Julian, una empresa con la que solo producirían este proyecto, con un presupuesto de 650.000 libras cofinanciadas en gran parte por el Fondo de Pensiones de la Junta Nacional del Carbón, algo poco sofisticado, quizá, pero que les daría la posibilidad de rodar en 35 mm y en exteriores. El plan principal era hacer una serie de 13 películas de prestigio para la televisión británica, que se venderán en todo el mundo, bajo el título general ‘A Step in the Wrong Direction’.
Perdida y encontrada de milagro
Vickers habría dirigido varios episodios más pero los planes para continuar fracasaron tras cesar las relaciones del equipo de producción. Desencantado, el director se alejó de su trabajo y poco después abandonó por completo el cine. La película se estrenó en video en 1982, pasando desapercibida en los años siguientes. En esos primeros años no era difícil encontrarla en Betamax o VHS, con una portada de siniestros perros negros aullando bajo un cielo rojo, de tal forma que solo una copia digitalizada de este formato ha sido la única forma de verla en 40 años.
Muchas personas eran conscientes de su existencia gracias a pases furtivos la televisión regional británica a principios de los 90 pero llegado algún punto la cinta de retransmisión desapareció. Se habían hecho una o dos copias en 35 mm, pero, al igual que el negativo original parecían haber sido eliminadas. El milagro se obró hace un par de años, cuando el British Film Institute encontró una copia de una pulgada, guardada en el archivo de Sony Pictures, tras una emisión de tv, tras varios años de investigación y búsqueda en archivos cinematográficos, instalaciones de almacenamiento y colecciones.
El master analógico hizo posible el lanzamiento en la mejor forma en la que se haya visto nunca. Muchos de los que la pillaran en algún pase de la época puede que tengan la imagen de su escena más impactante como un recuerdo vago, una de esas memorias perturbadoras de infancia que uno no acaba de estar seguro si vio o imaginó. El “Candle Cove” de muchos británicos puede ser la escena que abre la película, que Vickers considera un "precursor en sí mismo" de lo que está por venir.
Una escena de pura pesadilla generacional
En ella, una adolescente llamada Sandy (Auriol Goldingham) desaparece en el camino a casa desde la escuela. En una secuencia improvisada y rodada por separado, que tenía como objetivo evitar que los televidentes hicieran zapping, Goldingham camina sola por un sendero, inconsciente del peligro hasta que una voz incorpórea grita su nombre. La chica se vuelve cada vez más temerosa de su entorno como del extraño intangible que la llama desde todas partes. Cuando se para, la tensión se rompe y una fuerza invisible brota de un matorral y la arrastra para desaparecer con una violenta sacudida.
Un momento que deja sin palabras al que se le añade una inquietud extra con la voz de un narrador en off que le da a la escena la apariencia de una recreación de un crimen real, cuyo elemento sobrenatural la hace parecer una versión de cine de fantasmas de ‘Tiburón’ y que deja el mismo sabor de boca que los siniestros anuncios británicos de información pública de los 70, que son aterradores por sí mismas. Aunque el resto de la acción tenga lugar durante un único día, ese comienzo marca el tono posterior y crea un enigma inexplicable que comparte con películas posteriores como la tétrica ‘Possum’ (2018).
El resto de ‘La cita’ se centra principalmente en la relación entre una niña, Joanne (Samantha Weysom), y su padre, a quien interpreta a Edward Woodward, conocido por ser el sargento Howie de ‘El hombre de mimbre’ y que tiene una relación muy extraña con su hija, otra estudiante de orquesta de la escuela de Sandy que tiene su propia experiencia extraña en la misma zona donde desapareció su compañera. En este caso vemos que se detiene para hablar con alguien (o algo) fuera del campo, supuestamente la misma entidad que atacó a la otra chica.
Un "kitchen sink" drama sobrenatural
Joanne tiene una relación extraña con sus padres, pero el verdadero conflicto aparece cuando Ian Fowler revela que no puede asistir al recital de su hija. La madre, Dianne (Jane Merrow), parece consciente de cómo los otros dos se comportan más como amantes en disputa y se presenta vilipendiando a su hija, y cuanto más habla sobre ella más parece que está hostil y resentida por sentirse excluida de su matrimonio y su familia. Vickers compone una atmósfera incomoda con planos largos por la casa y de vuelta al dormitorio donde un personaje de una de las fotografías se mueve y caen pétalos rojos de las flores de un jarrón.
Flowler sueña que se sale de la carretera cuando unos perros saltan sobre su coche, lo que será un presagio extraño que se irá dirimiendo a lo largo de la película. Weysom ofrece una actuación escalofriante solo con sus ojos, sus miradas de resentimiento explican muchos de los temas que ‘La cita’ nunca cierra de forma explícita. Quizá la escena más elocuente es cuando su padre se detiene frente a su habitación y entra sin ningún motivo aparente, lo que da a entender que podría haber un problema de abuso sexual, que nunca se hace explícito.
Esto funciona de una forma parecida a la relación entre Jack, su hijo y Danny en ‘El resplandor’, y como aquella, su horror surge de pequeños detalles, simbolismo visual y un temor creciente a fuego lento, en el que ese punto de partida de problema doméstico toma direcciones desconcertantes e inesperadas. El rostro de Joanne empieza a mostrarse con una siniestra sonrisa sin una explicación, pero esto es parte del atractivo de la película, que sucede en el municipio ficticio de Cromley Woods, en donde reinan los rumores de brujas y fuerzas alienígenas.
Un trasfondo turbio tratado de forma elegante
‘La cita’ es vaga en definir qué o quién está detrás de los peligros que se intuyen, por una parte parece que algo del bosque ha engañado a Joanne y, a su vez, ha hechizado a su padre hasta que el sueño profético vuelve a tomar partido en una representación sin igual de un accidente, sobresaliente a nivel técnico y llevada a cabo con una pericia que desconcierta, acompañada de una partitura atonal que sostiene la atmósfera notablemente entre el sueño y la vigilia, sin dejar nunca claro en dónde nos encontramos.
El argumento no es tan importante como los diferentes juegos de sincronicidad y coincidencias superpuestas, que en ocasiones recuerda a las visiones fúnebres de ‘Amenaza en la sombra’. Vemos un camión con perros pintados en el costado, símbolos de la feminidad floreciente presentes en el papel pintado y la colcha de Joanne que se relacionan con algunas imágenes de sangre brotando. Como en obras como ‘En compañía de lobos’ o ‘Verónica’, hay un peso especial para representar cómo la adolescente está entrando en la edad adulta y tanto ella como su padre tienen sentimientos encontrados al respecto.
Parte de la tensión se intuye a un miedo de que su pequeña hija entre en un mundo sexual, quizá por protección, quizá por celos, y posteriores revisiones la posicionan como la idea central de la película, aunque nunca se hace explícita. No se sabe si al hombre le aterra que pierda su inocencia o que le arrebaten a él mismo a posibilidad de traspasar ese límite, incertidumbres que empapan la obra de terror doméstico e inquietud psicosexual que se construyen hasta una conclusión llena de suspense y tensión rodada de forma brillante. La conclusión parece salida de una de las adaptaciones de Jonathan Miller del autor M.R. James, si este tuviera alguna historia ambientada en el presente.
Una rareza indescifrable
La coda, que muestra a Weysom alimentando a los perros tras una reja de hierro en el mismo bosquecillo del inicio, lo que intensifica aún más el desconcierto, no sabemos plenamente qué significa, si son los compañeros de juego del mundo de los sueños a los que se refiere su madre, Poltergeist convocados por una adolescente llena de rabia, un demonio que hace un pacto o una alucinación del sueño de Ian del que no puede escapar, probablemente por la culpa de sus actos inmundos. Una incógnita que la emparenta con otros clásicos ocultos y misteriosos como ‘Picnic en Hanging Rock’(1975), ‘La maldición de los Bishop’ (1971) o ‘Síntomas’ (1974).
‘La cita’ precede de alguna manera a los accidentes diabólicos de la saga ‘Destino final’ y pese a su aire de extrañeza y de no dejar claro lo que pasa realmente, se puede interpretar como una variación del subgénero de niñas con poderes, heredera de ‘Carrie’ o ‘Jennifer’ en la que hasta la primera escena se puede codificar como una “eliminación” de competencia con ayuda o no de una entidad maligna, al estilo de ‘The Pit’. Pero lo que le da un cierto elemento atemporal es su representación como un episodio de ‘Unsolved Mysteries’ basado en algo real, lo que le da un aura de creepypasta contado en un instituto en donde ocurrió algo así hace dos décadas.
Según Vickers el vivía “en el mundo sobrenatural de allá arriba. El mundo de lo siniestro. El mundo de ¿Cómo puede ser eso?” y a pesar de su naturaleza de “Kitchen sink drama” consigue una cualidad onírica cada vez más perdida en el cine de terror. Ahora, después de 40 años por fin, se ha recuperado de forma adecuada y podemos descubrir uno de los terrores británicos más caleidoscópicos y fascinantes, sin nada de gore en plena explosión del slasher, pero capaz de meterse bajo la piel durante días después de verla, aunque haya que leer entre líneas para entender que están sucediendo más cosas de las que parece a simple vista.
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