Carlos Vermut tiene 42 años pero narra con la juventud de un veinteañero y la sabiduría de un anciano. Con cuatro películas en una década, cada una más propia y única que las demás, el director se ha consagrado como una de las miradas más interesantes del cine actual, capaz de despedazar, usando la cámara como bisturí, lo más decadente de la sociedad.
'Mantícora' es, quizá, su mejor película, pero también la más dura de ver, una obra maestra del cine de monstruos en el que no se ha gastado ni un euro en efectos especiales. No hace falta: a veces, para encontrar los mayores monstruos solo hace falta poner una cámara y empezar a rodar.
Entre videojuegos y citas
La mantícora, en la Edad Media, era la personificación del mal. Y eso es lo que busca encapsular Julián en la primera escena de la película, un acercamiento en silencio a la creación de un monstruo desde cero, como preámbulo y resumen de lo que el espectador está a punto de presenciar durante las dos horas más incómodas vividas en una sala en muchísimo tiempo. Incómodas, pero necesarias, catárticas y que no todo el mundo va a querer comprender.
'Mantícora' se la juega con un giro al final del primer acto que después pasa a dejar como trama secundaria o terciaria mientras hace evolucionar la historia de amor entre los dos protagonistas. Sin embargo, Vermut sabe que lo que hemos visto permanece como un nubarrón en la mente de los espectadores. Lo que está pasando en pantalla es secundario, la empatía es inexistente, el nerviosismo va en aumento con cada acercamiento.
Como si de una serpiente (o una mantícora) se tratara, Vermut envuelve al espectador durante los dos primeros actos en un clima de cierta monotonía, le arrulla, permite que conozcamos a sus dos personajes principales y entendamos su relación, pero es todo una cortina de humo: en el tercer acto, ya atrapados por la serpiente, solo podemos esperar sumisos a que nos inyecte su veneno. 'Mantícora' es malvada y vil, una película de monstruos que da auténtico terror sin necesidad de artificios, maquillaje ni efectos especiales.
Se cae el telón
Cuanto más pienso en 'Mantícora', más valiente me parece. Pudiendo caer en el ya manido "¿Son realmente monstruos los monstruos cotidianos, o deberíamos tener empatía por ellos?", Vermut no ofrece ninguna cualidad redentora: cuando el telón y el escenario que se ha creado cae, la única persona que no ve al ser maligno como tal... es él mismo. Es un trabajo de construcción narrativa increíble que se atreve con un final inaudito, enfermizo y fabuloso.
Vermut ha creado, una vez más, una película de personas absolutamente disfuncionales y rotas que se ponen una máscara con la sonrisa bordada esperando que nadie se dé cuenta de que su presunta normalidad es solo un engaño del que intentan autoconvencerse. Le pasa a Julián, pero también a Diana, una mujer que solo encuentra sentido en la vida al cuidar a su padre, postrado en una cama, y que no es tan capaz socialmente como aparenta.
En 'Mantícora' todo es un juego de apariencias, mentiras, velos, vergüenza y negación del ser. La cinta, con sus silencios y su incomodidad buscada en los diálogos, busca la extrañeza en la normalidad y la singularidad de lo cotidiano: la pareja protagonista cree que busca amor, pero tan solo buscan aceptarse a sí mismos y reconciliarse con sus necesidades. Suena bonito sobre el papel, pero el camino hacia ello es absolutamente terrorífico.
Vermutito amargo
Esta no es una cinta para todos los públicos que, de hecho, va a ser condenada por muchos por su temática, su ritmo, su escabrosidad o sus actuaciones pretendidamente monótonas. Y es comprensible, de verdad. Pero, alejándose del enaltecimiento o la empatía por quien no la merece, Vermut consigue el más difícil todavía: lograr que le comprendamos sin que disminuya nuestra repulsa por él.
Y lo consigue con escenas turbias pero no explícitas, demostrando que nadie necesita impactar en el espectador para dejarle marcado y da más miedo lo que se intuye pero no se ve que un primer plano macabro y enfermizo. 'Mantícora' es todo lo elegante que puede ser sin dejar de ser nunca una película de extremos marcada por la sordidez más absoluta.
Para algunos (entre los que no me encuentro) 'Quién te cantará' fue un paso atrás en la carrera del director, pero con 'Mantícora' ha vuelto, sí o sí, a primera fila haciendo fácil lo difícil con una metáfora sobre monstruosidades, villanías cotidianas, amor enfermizo y personalidades aberrantes obligadas a permanecer en un mundo de apariencias que creen (y solo creen) que saben controlar. Una auténtica maravilla.
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