Una de las cosas más especiales de un festival como el de Sitges, que hace que los parroquianos nos vayamos enamorando más y más de él a cada edición que pasa, es el desfile habitual de caras conocidas que se reúnen en él año tras año. Una selección de invitados habituales que convierten el certamen en algo mucho más familiar, cercano y, hasta cierto punto, cálido.
Esta edición 2021 ya dejó clara esta tendencia al dar el pistoletazo de salida de la mano de una Ana Lily Amirpour que ha traído a la costa catalana sus tres largometrajes dirigidos hasta la fecha. Ahora, aproximándonos al ecuador del evento, ha sido un veterano de la talla de Álex de la Iglesia, muy querido por estos lares, el encargado de hacer la puesta de largo mundial de su última película: 'Veneciafrenia'.
Desgraciadamente, y pese a mi siempre buena disposición a la hora de enfrentarme a una obra audiovisual, he sido incapaz de conectar con la primera piedra del sello fantástico conocido como 'The Fear Collection'; un thriller veneciano con tintes de slasher que ve sepultados sus estimables valores de producción bajo una narrativa y unos personajes impropios del dúo compuesto por el director y su guionista de cabecera Jorge Guerricaechevarría.
Cosimo, Caterina... y poco más
Independientemente del género que se esté cultivando, hay algo que toda producción que aspire a despertar las simpatías del respetable debe contener en su fórmula, y eso es un grupo de protagonistas a la altura. Es comprensible que en un ejercicio de este corte lo verdaderamente importante es que los personajes sirvan de carne de cañón para brindar un surtido de muertes desmembramientos espectaculares; pero sin un mínimo de empatía, es posible que los litros de sangre fluyan en vano.
Después de la salvaje escena de introducción, la llegada de nuestro grupo de sufridores juerguistas a la ciudad de los canales revela a un quinteto de jóvenes realmente irritantes que convierte el primer acto en poco menos que un suplicio mientras la cinta calienta para entrar en materia. Sus interpretaciones no es que ayuden demasiado, quedando totalmente eclipsadas por los talentos locales de Alessandro Bressanello, Caterina Murino y, sobre todo, de un Cosimo Fusco tan imponente como de costumbre, aunque infradesarrollado en su rol de villano de la función.
La precipitación con la que se plantean las motivaciones del principal antagonista —su arco se resuelve poco menos que en un abrir y cerrar de ojos— es un claro reflejo de la tónica general narrativa de una 'Veneciafrenia' que, una vez entra en su segundo acto, pisa el acelerador sucediendo secuencias sin detenerse a reposar ni hacer prisioneros; desembocando en un tercer acto fugaz, anticlimático, y que casi podríamos catalogar de "coitus interruptus".
Por suerte, la ausencia de un clímax potente —y, en consecuencia, de emoción—, queda maquillada por un concepto de lo más interesante, por un diseño de producción cuidado y vistoso, por las florituras visuales del siempre diestro Pablo Rosso y por algún que otro momento con esa mala leche marca de la casa que hará las delicias de todos aquellos que busquen un divertimento cafre, directo y sin complejos.
No cabe duda de que rodar un largometraje de estas características en Venecia —que no destaca, precisamente, por su accesibilidad— puede llegar a ser poco menos que un infierno en vida; pero que en un festival como Sitges el chascarrillo más comentado tras una proyección sea que "los créditos son muy chulos" —que lo son, y mucho, homenaje al giallo incluido—, es indicativo de que algo no termina de funcionar...
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