Más allá de historias insulsas, protagonistas planos o puestas en escena poco inspiradas, pocas cosas pueden hacer más daño a un largometraje que las expectativas generadas antes de su estreno. Unas esperanzas por ver un producto de gran calidad que, en el caso de ‘Península’, llegaban alimentadas por la habitual excelencia del cine surcoreano y por esa maravillosa odisea no-muerta titulada ‘Tren a Busan’.
Fuimos muchos los que caímos rendidos en la edición 2016 del Festival de Sitges ante el debut en la acción real de un Yeon Sang-ho que, en cuestión de dos horas, dio forma a un inolvidable viaje a través de la red ferroviaria coreana. Un periplo brillante, violento, divertido y rebosante de corazón que, además, juega con los lugares comunes del género y los retuerce con sobrada inteligencia.
Desgraciadamente, todo lo que vimos y experimentamos hace ya cuatro años ha terminado siendo poco más que un espejismo en esta continuación del filme de culto; en la que que el frescor del original, como si hubiese sufrido la mordedura de un infectado, ha mutado en una suerte de batiburrillo genérico que hibrida drama y acción de segunda división con más buenas intenciones que fortuna.
Este (no)muerto está muy visto
Más de medio siglo después de que George A. Romero pusiese la primera piedra del cine zombi tal y como lo conocemos hoy día, pocas cosas quedan que contar en el prolífico subgénero; pero si algo han demostrado cineastas como el propio Yeon con su ‘Tren a Busan’ o Shin’ichirô Ueda, responsable de la gloriosa ‘One Cut of the Dead’ —por poner dos ejemplo recientes—, es que aún hay espacio para la sorpresa y la innovación entre tanta carne descompuesta en movimiento.
En contraposición a esto, ‘Península’ se limita a recolectar tópicos vistos tanto dentro como fuera de la filmografía “Z” —su premisa no deja de beber, salvando las distancias, de la ‘Rescate en Nueva York’ de John Carpenter—, para aglutinarlos en 116 excesivos minutos con sabor a déjà vu; lo cual incluye desde grupos de militares que han perdido el juicio hasta una ambientación postapocalíptica propia de una ‘Mad Max’ en horas bajas.
Todo esto genera una sensación de estar ante un largometraje concebido con el único pretexto de explotar el éxito de su predecesor, algo que refuerza un simple vistazo a surtido de personajes: plano, con unos conflictos internos de lo más insulsos, y falto de un simple ápice de humor que ayude a maquillar los artificiosos e irritantes despuntes melodramáticos del relato.
A nivel visual, ‘Península’ también se encuentra a años luz de lo que ofreció en su momento ‘Tren a Busan’. Atrás quedan esas espectaculares y orgánicas set pieces rodadas a plena luz del día, reforzadas por unos efectos visuales para enmarcar; ahora, todo esto ha dejado paso a un arrítmico disparate digital a la altura de títulos de hace más de una década como ‘Resident Evil: Degeneración’ —las secuencias de conducción rozna el bochorno— que pone al límite la supresión de la incredulidad y la paciencia del espectador.
Si a esto le sumamos una buena dosis de previsibilidad, una emoción bajo mínimos y una lectura velada sobre el drama de los refugiados que no explota ni una ínfima parte de su potencial, lo único que nos queda es un fantástico pretexto de 16 millones de dólares de presupuesto para redescubrir una vez más la magnífica obra que dio pie a esta supina decepción.
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