Vampiros, hombres lobos, brujas, muertos vivientes... siglos de tradición literaria, ahora exportada a diferentes medios de expresión artística como el cine, el cómic o el videojuego, han contribuido a que nos habituemos a estas grandes leyendas del género fantástico, adoptando sus cánones como algo natural hasta el punto de esperar una alta dosis de previsibilidad de cualquier historia centrada en ellas.
No obstante, bajo la mirada de un autor, estas criaturas y los mecanismos habituales que impulsan sus relatos pueden redimensionarse de los modos más inesperados, transformándose en alegorías que permiten abrazar temáticas de lo más diversas y emitir discursos sólidos y profundos que trascienden a la mera fantasía.
Este es el caso de ‘My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To’; una deslumbrante ópera prima con la que Jonathan Cuartas, además de posicionarse a golpe de talento como un cineasta emergente al que seguir muy de cerca, retuerce el mito vampírico para hacerlo servir de catalizador de un drama familiar triste, demoledor y sobresaliente en lo que a términos cinematográficos respecta.
Sangre y familia
Con una sensibilidad, una inteligencia y una fuerza arrolladoras, ‘My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To’ convierte la sed de plasma y la sensibilidad a la luz solar en los síntomas principales de una enfermedad que, además de a su portador, es capaz de destruir un núcleo familiar. De este modo, la película se permite articular lecturas sobre temas tan densos como la dependencia, el vínculo consanguíneo y su toxicidad, la necesidad de fuga e, incluso, ciertos ángulos políticos sin abandonar las pautas básicas del subgénero.
Pero, a pesar de su lucidez en este aspecto, lo verdaderamente importante del largometraje no es el fondo de una historia que podría adolecer de su tremenda sencillez, casi esquemática; sino su excepcional tratamiento formal. Una aproximación técnica y artística que hace de sus ajustados 90 minutos de metraje una experiencia asfixiante, deprimente y casi antipática en la que no se da prácticamente ni un instante de tregua emocional al espectador.
Las ya de por si magníficas interpretaciones del trío protagonista, que transmiten a flor de piel la frustración y la tristeza del hogar reconvertido en simple refugio, se ven potenciadas por una puesta en escena sobria y precisa; con una planificación cuidada al milímetro y un montaje austero y sosegado que dilata el paso del tiempo para hacernos compartir la desoladora rutina de los personajes.
Aunque, más allá de esto, la gran estrella de la función, que eleva aún más si cabe este pequeño portento, termina siendo la dirección de fotografía de Michael Cuartas, que exprime hasta la última gota de la relación de aspecto en 1.33:1 y empapa de anhedonia cada fotograma mediante una paleta de colores mortecina y los, a su manera, hermosos juegos de claroscuros.
Cuando ‘My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To’ decide liberarnos, darnos un halo de esperanza y dejarnos entrever la belleza que, pese a todo, habita en este mundo, lo hace con un amargor que reafirma la visión de un autor con las ideas muy claras. Visión que exuda puro cine y ante la que es imposible no caer rendido con el corazón en un puño, por mucho que nos haya hecho sufrir.
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