A estas alturas, decir que Lovecraft es inadaptable es caer en un tópico aún mayor que los que padecen las películas que intentan acercarse infructuosamente a su potente e influyente imaginería. Inadaptable no hay nada. Conviene, eso sí, tener una visión autoral propia que sepa rellenar los inmensos espacios en blanco que dejaba el maestro de Providence. Una visión que no desmerezca a los originales.
Richard Stanley la tiene, y supongo que más de uno de los espectadores que la disfrutaron en Sitges de ella coincidirán conmigo en que nadie las tenía todas consigo en ese aspecto. Casi nada (algún experimento documental muy, muy modesto) se había sabido de Stanley desde la debacle de 'La isla del Dr. Moreau'. Lo último importante que se había oido de él era, literalmente, que se había colado con una máscara de hombre-perroen el rodaje de la película de la que había sido despedido.
Eso y que hizo de criatura lovecraftniana en 'Dagon', la estupenda pero muy modesta adaptación de Lovecraft rodada por Stuart Gordon en Galicia, lo que le convirtió en la única criatura Primordial con sombrero de vaquero. En mi libro, es un hito en su curriculum que le capacita sobradamente para adaptar al creador de los Mitos de Cthulhu. Y aún así, 'Color Out of Space' pasma por cómo agarra al necronomicon por los cuernos.
'Color Out of Space': Adaptando lo imposible
Para ello entiende perfectamente lo esencial del relato original: una amenaza de origen incuantificable, una serie de cambios -sutiles al principio, graves más adelante- en los habitantes de una granja cercana al lugar donde ha caído un meteorito y un color de tonos indescriptibles que lo baña todo. Y todo eso está en la película de Stanley, solo que éste aprieta las tuercas en los despliegues visuales del color espacial, en sus efectos físicos y en la idea de contagio vírico a través del agua, una idea modernísima en la época de Lovecraft.
En 'Color Out of Space' todo está focalizado en esa granja en la que viven un matrimonio (Nicolas Cage y Joely Richardson) y sus tres hijos en relativa armonía. La caída del meteorito (e imágenes como la de los testigos hurgando con un palo) es un tropo del fantástico que también inventó Lovecraft y que fue muy imitado en el cine de género de los cincuenta, en películas como 'The Blob'. Stanley es muy consciente de ello y plantea su acercamiento bebiendo en parte de su inagotable imaginería, con su granja cuyos interiores se ven perfilados por luces de otro planeta.
Pero por encima de esa influencia icónica está la mucho más profunda y orgánica sombra del fantástico de los ochenta, hasta el punto de que a veces la película parece una amalgama insana de referentes al terror y la ciencia-ficción de esa época. Hay body-horror enloquecido al más puro estilo Brian Yuzna (en una idea de cuerpos fundidos de una insania muy notable, por supuesto, completamente ajena a la estética de Lovecraft), y hay algo de los fantásticos remakes que en los ochenta se hicieron de los citados clásicos de los cincuenta (por encima de todos, 'Invasores de Marte' y 'El terror no tiene forma').
El impacto de ese cine, de hecho, gangrena el propio funciomiento orgánico de la película, y aunque la interpretación de Nicolas Cage recibirá tantas loas y desprecios como de costumbre, no es difícil detectar en ella ecos de actores como Jeffrey Combs o Bruce Campbell y sus accesos de ira condicionados por lo sobrenatural. En ese sentido su presencia es perfecta, redondeando el espíritu del conjunto y corrobora que Stanley hizo muy bien en esperar a que Cage tuviera un hueco en su agenda para poder encabezar el reparto. Es el elemento que convierte a 'Color Out of Space' en la película más Empire desde que la Empire cerró.
Esta adaptación de Lovecraft es, obviamente, una película modesta, pero el resultado visual está muy por encima de las expectativas. El CGI y la avalancha de gloriosos efectos prácticos no solo mantienen el tipo sino que pueden codearse sin problemas con producciones de género que la quintuplican en presupuesto. Pero además Stanley tiene una visión del fantástico personal y renovadora, con una planificación que hace un extraordinario empleo del scope y que desborda amor por los detalles (de los planos desde dentro del pozo a los encuadres abiertos para mostrar los efectos del color espacial), que le devuelven la categoría de maestro. Una sorpresa (pese a las altas expectativas) y, ojo, una de las mejores adaptaciones de Lovecraft de todos los tiempos.
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