Gran parte de la banda sonora de España, guste más o menos, ha salido de la boca y la garganta raspada de Joaquín Sabina. Ya sea un himno como 'Y nos dieron las diez' o una macarrada al ritmo de 'Pacto entre caballeros', el cantautor lleva 45 años dedicado a la música y empiezan a sonar los tambores de retirada. Como parte de esta comitiva de despedida, que incluye gira y nuevo disco para 2023, se incluye 'Sintiéndolo mucho', un documental de Fernando León de Aranoa que no se limita a la autocomplacencia amigable.
A las misas de réquiem nunca fui aficionado
Aranoa podría haber tirado por una visión amable y simpática del de Úbeda, pero en su lugar escoge hacer un retrato de un artista que sabe que su tiempo cada vez es más corto y, pese a todo, no puede evitar sentir pánico siempre que tiene que salir a un escenario. Los desmanes, enfados, malas caras, decepciones y tristezas de Sabina centran gran parte de un documental que dista mucho de ser un paseo por el parque para agradar a los fans.
Lo más interesante de 'Sintiéndolo mucho' está lejos de los escenarios: brilla en los camerinos, en casa del cantante, en los coches de la gira y en un México que demuestra que, por mucho que recuerde las noches bohemias de su juventud, ya nunca volverá. Ahora, las juergas y borracheras se han transformado en cientos de móviles grabando cada segundo de su vida pública, y las canciones con Chavela ahora son versiones que un grupo de mariachis perpetra para un Sabina que más que disfrutar, recuerda lo que disfrutaba.
Alejándose por completo de las buenas intenciones y del "aún le queda mucho camino por delante", el documental se enfrenta a una etapa de secarral creativo en el que el cantante, convencido de que no se pueden hacer buenas canciones de amor, sino solo de desamor, se refugia en sus éxitos anteriores en compañía de Jimena, un puntal que demuestra ser la unión de Sabina con el mundo real. Tras años de ser un pendenciero, le llegó la hora de sentar cabeza a los setenta.
Tenemos el sexo y el rock y la droga
Pudiendo ser un repaso de su vida, 'Sintiéndolo mucho' es más bien una puesta a punto de su última década, desde las composiciones con amigos repletas de droga, alcohol y risas a la poesía en un coche ("En el Puente de Carlos aprendí a rimar cicatriz con epidemia") o el traspiés unido al derrame cerebral en el WiZink. De hecho, ese es el inicio de la película: Sabina pidiéndole a Aranoa que no empiece con aquel traspiés. Pero se equivoca al pedírselo porque no es, ni de lejos, lo más duro del metraje.
Porque Sabina, que ya ha demostrado todo lo que tiene que demostrar (en un momento dado afirma que nunca volverá a escribir una canción tan buena como sus mejores veinte temas), no teme sincerarse, y hablar sobre, por ejemplo, la droga, todo lo que le daba y le quitaba, su añoranza y al mismo tiempo la templanza y el orgullo de no necesitar meterse ni que sea por pura salud. Aunque todos supiéramos lo que hay detrás, es sorprendente ver a un artista de esta talla hablar tan sin escrúpulos de la necesidad que tuvo de la cocaína en su vida, no solo personal, sino creativamente.
Por mucho que sonría, abrace, cante y fume, hay muy pocos momentos a lo largo del metraje donde Sabina parezca realmente feliz. Parece casi como si se hubiera mudado de forma definitiva a la Calle Melancolía, las sonrisas fueran de mentira y lo único real que le quedara fueran los miedos, la nostalgia y el ayer.
De purísima y oro, Manolete
Gran parte del documental es fabuloso. De verdad. No sé si la intención de Aranoa mostrando la cara más humana de Sabina era quitarle la careta y mostrarnos al sufridor bajo el vividor, al exdrogadicto enamorado, al cantautor sin canciones, pero lo logra con creces, y es sorprendente. Sin embargo, en un momento dado la película entra en barrena.
Es cierto que no se puede hablar de Joaquín Sabina sin mencionar el toreo, pero los veinte minutos largos que el montaje dedica a una corrida con posterior cogida de José Tomás, por más que muestre al cantante más preocupado que nunca, no están justificados. Mucho menos lo están los primeros planos de toros muertos o agonizantes. El documental se queda ahí en dique seco y levantarse es ya casi imposible.
Lo consigue justo al final, cuando Sabina intenta cantar la canción de la película ("Siempre he querido envejecer sin dignidad aunque al fusil ya no le quede ni un cartucho") pero no puede concentrarse, bien porque le queda poca voz -cada vez más rasgada e imposible de entonar-, por las cámaras o utiizando cualquier otra excusa. El cantante no tiene problema en dejar tirados a Aranoa y Leiva (omnipresente en una película en la que apenas hay recuerdo para el mucho más importante en su vida Pancho Varona) y escaparse como solo saben hacer las estrellas conscientes de su propio apagado, lamentándose de que, tras casi cinco décadas, no serán capaces de escribir la canción más hermosa del mundo.
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