Es singular -pero significativo- que 'Sin amor', la nueva película del director ruso Andrey Zvyagintsev, nominada al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, 'Sin amor', pueda ser percibida del mismo modo pero dé pie a valoraciones bien distintas. Esta historia de un matrimonio en agudo estado de descomposición encuentra en su radical frialdad un obstáculo para unos espectadores y un acicate para otros.
Es lo que nos ha pasado a mi compañero Víctor López y a mí. Claramente hemos visto la misma película: una historia desesperanzada y pesimista, en la que Zvyagintsev describe con todo detalle y un distanciamiento abrumador el conflicto entre Zhenia (extraordinaria y muy arriesgada Maryana Spivak) y Boris (Aleksey Rozin), que tras doce años de casados están en proceso de poner fin a su matrimonio. Cada uno con su vida ya prácticamente rehecha por separado, acaban siendo los auténticos responsables de la desaparición de la auténtica víctima en esa separación, el hijo de ambos.
Sin embargo, la impresión de Víctor ha sido que esa frialdad casi soviética empapa el ritmo y la historia de tal manera que destruye la posibilidad de que el espectador empatice con lo que se nos está contando. Debe ser cuestión de sensibilidades, porque a mí esa (innegable) frialdad expositiva, ese ritmo realista, tan poco cinematográfico, de que la mayor parte del día nos lo pasamos mirando al techo, sumergidos en una apatía existencial bañada en rutina, me ha parecido extraordinariamente humana.
Como humano, terriblemente humano, me parece el odioso matrimonio protagonista, incapaz de darse cuenta de la responsabilidad e implicaciones que tiene el criar a un niño (en ese sentido no aprenden, y la actitud de Boris con su nuevo hijo al final de la película supone una pincelada de atroz humor negro), y cómo con una actitud egoísta se puede destrozar una vida terriblemente frágil. Dolidos con su pareja o decididos a no darse por aludidos cuando se les acusa de hacer daño, no inician una serie de sofisticadas venganzas contra su ex que habrían centrado un drama más rimbombante, sino que hacen lo que hacemos todos cuando los problemas nos sobrepasan: huir hacia adelante.
El retrato de esa huida hacia adelante es la esencia de una película quizás más estática y reflexiva que películas previas de Zvyagintsev, como 'El regreso' o 'Leviatán', donde profundos dramas humanos se plasmaban en largos desplazamientos o luchas por pedazos de Tierra. Aquí, los escenarios están establecidos, y cuando se desaea el auténtico drama, la desaparición del niño, esa búsqueda no lleva a la aventura por parajes inexplorados, sino a un auténtico descenso a los infiernos de la psique de los personajes.
'Sin amor' es una experiencia amarga porque no tiene compasión con sus personajes, y porque sutilmente, lanza un mensaje muy crítico con la Rusia contemporánea: estamos en un terreno absolutamente baldío, donde las semillas del amor no fructifican. Da igual la extracción social, la condición familiar, si se vive en núcleos urbanos o en zonas rurales: por todo ello hace Zvyagintsev una panorámica. En la Rusia de hoy el amor está vedado, y por eso no es de extrañar que por películas como esta o 'Leviatán', el director haya sido tachado de "anti-ruso". Quizás su pesimista visión sea aplicable a matrimonios de todo el mundo, pero está claro a qué sociedad específica apunta aquí.
'Sin amor' recuerda a la devastadora miniserie televisiva de Ingmar Bergman de 1973 'Secretos de un matrimonio', pero también al cine más despiadado de Michael Haneke, el de películas como 'Caché'. Como a Haneke, a Zvyagintsev le gusta coquetear con los géneros, y 'Sin amor' tontea en todo momento con convertirse en un thriller de desaparecidos. Hay incluso un plano que es puro Haneke, rarísimo y en el que se rompe de un modo muy particular la cuarta pared, y que recuerda a 'Funny Games' a la vez que plantea la posibilidad de que en el mundo feliz del cine escapista estaríamos ante una historia detectivesca.
Pero no: aquí la búsqueda metódica del niño desaparecido solo sirve para que los personajes deambulen por el interior de edificios abandonados como esqueletos de gigantes. Es con el detallismo absoluto con el que Zvyagintsev describe el sistema de búsqueda de los desaparecidos, y cuya rutina contrasta con las desbordantes y cancerígenas pasiones que experimentan sus personajes, donde el director parece lanzar el mensaje más demoledor de todos (y que refuerza con su explosiva visión de la maternidad, ya que casi todos los personajes femeninos de la película lo son, de un modo u otro): da igual lo mucho que te esfuerces en sentirte vivo, porque estamos condenados.
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