'Silvio (y los otros)' arranca sus frenéticas e imprescindibles dos horas y media de metraje señalando directamente, y sin ningún tipo de miramientos, al patio de butacas, situando el punto de vista sobre una oveja. Una representación del ciudadano medio italiano —y, nos dejamos llevar por el escepticismo político, de la inmensa mayoría de países— que recibe un funesto destino embelesada por dos placeres mundanos para el ciudadano de a pie: la televisión y el aire acondicionado.
Esta secuencia introductoria, además de ofrecer un aperitivo exquisito que sienta las bases del tono del filme, te hace consciente de estar ante un producto único en su especie. Porque este corte internacional que unifica el metraje del díptico 'Loro' —perdiendo casi una hora por el camino— en una sola pieza es una obra que sólo podría haber firmado Paolo Sorrentino. Un ejercicio que rebosa riesgo, maestría narrativa, un fuerte componente satírico y la sutileza de un par de pechos desnudos botando frente a cámara rodados en primer plano y a cámara lenta.
Il lupo di Milano
Durante la proyección de 'Silvio (y los otros)', y debido a su gusto por el exceso y el desenfreno, tanto en forma como en fondo, cuesta no acudir de forma prácticamente al último gran logro de Martin Scorsese, 'El lobo de Wall Street'. Una cinta cuyo hermanamiento con lo último de Sorrentino va más allá de las juergas interminables y el abuso de sustancias, reflejándose en el delicioso cinismo con el que retrata la miseria moral sin perder un ápice de su sentido del humor.
En este caso, el director italiano vuelca sus esfuerzos en dar forma a una deconstrucción del "monstruo", casi caricaturesca, que toma como objeto central al infame Silvio Berlusconi para aportar su visión sobre el imperio de la sordidez y la mala praxis política que edificó en el país mediterráneo; todo ello filmado con una grandilocuencia perfectamente equilibrada con la esencia del personaje principal —portentosa la fotografía de Luca Bigazzi—.
Pero limitarse a mencionar los torrentes de sustancias estupefacientes, mujeres despampanantes ligeras de ropa y secuencias de montaje que parecen extraídas del videoclip de gran presupuesto más alucinante que podamos imaginar sería rascar una superficie que encierra el verdadero genio de 'Silvio (y los otros)'.
Y es que, bajo las capas de divertimento y comedia sin filtros que bombardean al respetable desde el minuto uno, lo nuevo de Paolo Sorrentino supone un estudio de personaje brillante articulado a través de dos puntos de vista que confluyen en una descripción intachable sobre los efectos de la ambición y la podredumbre moral en la sociedad contemporánea. Todo ello reforzado gracias a unas interpretaciones sobresalientes entre las que destaca la de un Toni Servillo sencillamente descomunal.
Con 'Silvio (y los otros)' Paolo Sorrentino da una nueva clase magistral sobre cómo utilizar el medio cinematográfico como herramienta crítica y reivindicativa, atacando con dureza a parte de la sociedad y clase política italianas en un largometraje que, probablemente, haya dejado al Cavaliere mucho más magullado que el día en que le partieron la cara con una réplica del Duomo de Milán.
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