Martin Scorsese ha hecho explícito su interés en la religión completando una especie de trilogía personal que empieza con ‘La última tentación de Cristo’ (The Last Temptation of Christ, 1988), seguía con ‘Kundun’ (1997) y las confronta ahora en una adaptación de la novela de Shusaku Endo sobre la persecución de los cristianos japoneses en el siglo XVII. A través del viaje de dos jóvenes misioneros (Andrew Garfield, Adam Driver) en busca de su mentor (Liam Neeson).
El director confronta el cristianismo en oriente, guiñando el ojo a 'Narciso negro' (Black Narcissus 1947), ilustrando la pieza literaria original para tratar de mostrar el vacío de la iconografía ceremonial fosilizada del catolicismo, empleando recurrentemente símbolos como tablillas metálicas, iconos pintados o cruces tejidas a mano como retrato de la convicción defectuosa, confrontando las preocupaciones éticas y seculares de la fe, evaluando el significado del martirio, de la importancia de lo ritual y el simbolismo frente a las convicciones individuales.
Denso espectáculo espiritual
La narrativa de la película se puede diseccionar en los diferentes puntos de conflicto del protagonista con Kichijiro, un cristiano japonés presionado a la apostasía, tras ser obligado a ver a toda su familia quemada viva por culpa de su fe. Un personaje más profundo aquí que en la novela, cuyas apariciones funcionan como imagen especular de las dudas y conflicto de fe de Rodrígues, desde su papel de guía a su recreación de los pasajes bíblicos de la traición de Judas o como el apóstol San Pedro, cuando reniega hasta tres veces de su fe.
Scorsese hace una burla tétrica sobre el poder religioso y a la vez se muestra muy escéptico hacia sus métodos de dispensación. La película nunca ofrece respuestas definitivas ni conclusiones, rechazando las acciones brutales de los inquisidores sin dejar de ofrecer un buen margen para la empatía con esos perseguidores, con abundantes discusiones y exposición de sus argumentos y mostrando el roce de ambas posturas rígidas, invitando a una reflexión compleja, llena de capas y matices, quizás creando ciertos bucles reiterativos algo agotadores.
Por una parte, los jesuitas son cómplices de las matanzas cuando se mantienen firmes en su fe, para preservar el ejemplo sin capitular, creando una vía de escape de su culpabilidad en su responsabilidad ante Dios, (o ante la iglesia); por otra, los perseguidores ejecutan en nombre de Japón, limando su papel de verdugos alegando un bien mayor. Ambas dejan clara la locura de una discusión teológica yerma, mientras alrededor, surge la miseria humana de forma completamente inútil, una confrontación en la que más de un momento se aparece Dreyer.
'Silencio', el corazón de las tinieblas
Scorsese se recrea en sus anotaciones de cine japonés clásico, desde su descripción de la época reflejada por Kurosawa, con su uso de nieblas, y bastantes escenas de violencia y tortura, que crean un estado de terror silencioso compartido con ‘Onibaba’ (1964) o ‘Horror of Malformed Men’ (Kyôfu kikei ningen: Edogawa Rampo zenshû, 1969) , además, el ejercicio de cinefilia del director toma cuerpo con la presencia del director Shinya Tsukamoto como uno de los mártires cristianos crucificados en el mar. Este, agitado y rompiente contra los cuerpos de los tres creyentes, supone la estampa más terrible y a la vez hermosa de todo el filme.
Los paisajes impasibles son captados con una intención pictórica ineludible, incluso cuando los acontecimientos que ocurren dentro de ellos son tremendos, e ilustran, siempre introducidos por el silencio, las fallas de un viaje interno, una suerte de visión Conradiana de las misiones, con el objetivo de encontrarse con el horror, en forma de un antiguo mentor convertido en un reflejo del vacío interior, el verdadero significado de la ausencia de respuesta de Dios. A medida que el joven sacerdote se enfrenta a sus propias dudas, el ciclo constante de apostatado y traición despliega un nuevo significado de las reliquias hasta su intenso plano final.
Un viaje de transformación, con un tercer acto, reminiscente a los horrores de la guerra descritos por Michael Cimino, con esa jaula de barrotes y el interminable sometimiento que busca doblegar al jesuita, y llevarse junto a él al espectador. ‘Silence’ funciona como un retrato de la crisis personal, una escalofriante recreación de la lucha interior, diseñada para revisar y reflexionar, que plantea una discusión sobre el valor de la religión para la especie humana, aunque su experiencia de casi tres horas de circunspección monocorde exijan demasiado al espectador.
- Otra crítica en Blogdecine: ‘Silencio’, rozando el cielo (por Mikel Zorrilla)
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