Puede que uno de los mayores exabruptos que suelen vociferarse curso cinematográfico tras curso cinematográfico, especialmente durante los últimos años, es que ya no se estrenan buenas películas. Por supuesto, huelga subrayar lo absurdo de esta afirmación, y casos como el que nos ocupan anulan cualquier atisbo de validez, pero uno de los matices que suelen añadirse a modo de coletilla encierra cierta verdad.
Y es que, a pesar de que el buen cine sigue existiendo, y en cantidades mucho más abultadas de las que algunos quieren hacer creer, hay un elemento que se ha ido perdiendo progresivamente a lo largo de las décadas y del que sólo quedan pequeños retazos impresos en lo que, sin duda, son anomalías. Esto no es otra cosa que el encanto, el magnetismo y el aura que desprendían el Hollywood dorado y sus estrellas.
Con 'Bikeriders', subtitulada en nuestras tierras como 'La ley del asfalto', el director Jeff Nichols no sólo ha recuperado buena parte de esta esencia a través de un tratamiento formal de la vieja escuela y junto a algunos de los rostros del momento dentro del panorama interpretativo; también se reivindica como uno de los grandes cineastas en activo tras brillar con propuestas tan dispares como 'Take Shelter', 'Mud', 'Midnight Special' o 'Loving'.
Dorado clasicismo
Si algo grita cada minuto de metraje de 'Bikeriders' a los cuatro vientos, eso es "clasicismo"; un adjetivo que se ajusta como anillo al dedo a la propuesta y que cobra sentido comenzando por la dirección y la puesta en escena de Nichols, tan pulcras como académicas y poco arriesgadas —lo cual no está reñido con su perfecto funcionamiento—, y complementadas por la excepcional labor de Adam Stone.
Es el director de fotografía, habitual del director desde su notable debut 'Shotgun Stories', quien termina de dar empaque al conjunto a golpe de fotoquímico en 35mm, dotando de una textura y un color a las imágenes —las escenas nocturnas son extraordinarias en este sentido— que se ajustan a la perfección a la naturaleza de la producción y al material en el que se inspira su historia, que termina condicionando la narrativa en última instancia.
El largometraje es una suerte de adaptación —suavizando algunos aspectos controvertidos— del libro homónimo en el que Danny Lyon recogió una serie de fotografías realizadas durante su viaje entre 1963 y 1967 con un grupo de moteros del medio oeste estadounidense; algo que dota a la cinta de un cariz no documental, pero sí testimonial, que afecta directamente al modo y el tempo en que se narra su historia.
'Bikeriders' toma como núcleo dramático y narrativo una entrevista realizada a lo largo de varios años al único personaje femenino activo de la película. Esto, además de favorecer que el relato se edifique sobre el diálogo y el uso de la voz en off, ralentiza un ritmo que invita a relajarse y contemplar, y hace que los puntuales estallidos de violencia sean mucho más efectivos y viscerales a pesar de no terminar de perfilar del todo a los personajes involucrados en ellos.
Pero esta construcción a pinceladas tal vez demasiado gruesas de los protagonistas queda compensada por su magnífico reparto. Austin Butler, Tom Hardy y Jodie Comer —posiblemente la mejor del elenco— están espléndidos, derrochan carisma y llegan a evocar a algunas de las figuras determinantes del star system de los cincuenta; no siendo complicado ver ecos, salvando las distancias, de Dean y Brando en la pareja masculina principal.
Si a todo lo mencionado sumamos algunos arrebatos estilísticos que recuerdan al cine criminal de Martin Scorsese —especialmente a 'Uno de los nuestros'— y una selección musical de grandes éxitos de la época ideal para crear una playlist que escuchar en bucle una y otra vez, el resultado no es otro que una de las grandes cintas de la temporada; injustamente condenada, eso sí, a pasar desapercibida entre los blockbusters estivales de turno.
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