¿Hemos dejado de saber cómo disfrutar de las cosas sencillas? Esta es la pregunta que rondó mi cabeza después de ver cómo buena parte de la crítica y, especialmente, del público, empezó a dar unos palos a mi humilde juicio inmerecidos a la que es, probablemente, una de las mejores películas de acción que veremos a lo largo de este curso cinematográfico 2024. Una 'Argylle' que, por suerte, está teniendo una segunda vida por gracia y obra del streaming.
Después de mostrar su valía en las notables tres entregas de la saga 'Kingsman', Matthew Vaughn decidió alejarse del universo de Marc Millar para apostar por una historia original que, pese a no alejarse de los juegos de espionaje y agentes secretos heredados del cómic, está aderezada por un componente que termina de redondear un cóctel de comedia, intriga y setpieces de diseño tan pasado de rosca como rematadamente divertido.
Se nos rompió el amor (y no entiendo el porqué)
No cabe duda de que 'Argylle' es una de esas producciones de la que, cuanto menos se sepa de ellas a nivel argumental, mejor. Precisamente, una de las mayores críticas hacia ella radica en su campaña promocional, que jugó al despiste para ocultar deliberadamente los entresijos y las grandes sorpresas que encierran 140 minutos de giros imposibles que apuntalan una narrativa tremendamente adictiva y que invita a no pestañear.
Y es que el largometraje hace gala de un ritmo y un tempo prácticamente perfectos y equilibrados. Durante los primeros compases, el relato se toma su tiempo para presentar y desarrollar a sus encantadores personajes, que, en última instancia, son el verdadero motor del proyecto. Pero, una vez se supera el detonante que marca la transición del primera acto al segundo, la narración pisa el acelerador para no soltarlo hasta cerrar un tercer acto frenético.
Tanto Vaughn como el guionista Jason Fuchs han logrado algo tremendamente complicado: equilibrar acción y comedia hasta alcanzar una mezcla casi perfecta. 'Argylle' no se toma en serio ni uno solo de sus aspectos, algo que le permite rezumar frescor a la hora de moldear sus muchos gags y al hacer evolucionar una trama que lleva al límite la suspensión de la incredulidad. De no entrar en su juego, puede parecer un disparate sin pies ni cabeza —y, probablemente, lo sea—.
Esto, además de a su desquiciada trama, se aplica a unas escenas de acción alucinantes, horteras, que dejan a un lado las leyes de la física y que reafirman a Vaughn como el rey de las setpieces que se alejan de lo tangible para abrazar lo digital sin ningún tipo de pudor. Después de todo, hay que saber muy bien cómo rodar usando esta técnica y este estilo sin que el resultado sea un pastiche difícil de mirar.
Puede que mi mayor queja con 'Argylle' esté centrada en su calificación por edades y su tratamiento de la violencia. No descarto que esto sea fruto de estar habituado al trabajo de Vaughn en 'Kingsman' y 'Kick-Ass', pero su último trabajo transmite una sensación de contención autoimpuesta —o impuesta por el estudio— para ajustarse a un aguado PG13 que pide a gritos una aproximación más explícita al capturar el reguero de muertes que deja la cinta en sus dos horas y veinte.
Esto, en última instancia, es tan solo un pequeño apunte dentro de un conjunto que me dejó encantado tras verlo en pantalla grande y que se ve redondeado por un reparto entregadísimo en el que Sam Rockwell y Bryce Dallas Howard roban todos y cada uno de los focos de la función. Una guinda en un pastel jaranero y autoconsciente que debería haber recibido mucho más amor y que demuestra que cada vez nos gusta menos que nos sorprendan.
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