Porque se puede ofrecer un producto universal y al mismo tiempo autóctono, sin necesidad de copiar a otras filmografías para que nos alaben, como recientemente le ha pasado a un superexitoso film español de bastante peor calidad que éste que nos ocupa, el cual lamentablemente y a pesar de haber sido reconocido en San Sebastián recientemente, no ha tenido una agraciada compañía de marketing, por lo que mucha gente ni se ha enterado de que esta película se ha estrenado, o lo que es peor, ni de que existe.
La historia, e historias paralelas que se desarrollan de la principal en 'Siete Mesas de Billar Francés', son cautivadoras a más no poder. Todo empieza cuando Ángela vuelve a su ciudad natal porque su padre se está muriendo. Una vez allí y después de la muerte de éste, tratará de levantar el negocio familiar asociándose con la novia de su padre, Charo: un ya viejo salón de billar, contando para formar un equipo con los antiguos amigos del fallecido. Todos tienen una historia que contar, incluso la propia Ángela. Parece lo de siempre, y tal vez lo sea, pero esta vez es creíble y está bien escrito.
El guión nos va dando poco a poco información cada vez más sorprendente, hasta llegar a un desenlace totalmente coherente, y en el que uno, con un gran sabor de boca, se queda con ganas de más. Salvo algún que otro pequeño apunte, o tal vez el exceso de bondad de casi todos los personajes, el guión funciona cual mecanismo de relojería, y nunca sin perder interés, a pesar de los muchos personajes que se entrecruzan.
Las actrices principales son las que más aplausos merecen. Maribel Verdú y Blanca Portillo establecen un duelo antológico en nuestro reciente cine. Dos actrices soberbias que visten a sus personajes con infinidad de matices, siempre enriquecedores sin caer en la reiteración, y mostrando unas dotes realmente sorprendentes en dos actrices ya de por sí excelentes. Da la sensación de que nunca las hubiéramos visto actuar y asistamos por primera vez a una película protagonizada por ellas. La Portillo suele llevarse todas las alabanzas por esta película, pero Verdú está igual de impresionante, y además sale guapísima.
Pero no sólo de dos grandes actrices principales vive esta película en su parte interpretativa, y quisiera empezar a nombrar al plantel de secundarios empezando por el más joven. Ese niño llamado Víctor Valdivia, que es uno de los mejores niños actores que se han visto en años en una pantalla, actuando con una gran naturalidad y sin resultar repelente. Enrique Villén en el personaje más conflictivo, Tuerto, que quizá quede un poco descolgado, pero que tiene consigo una de las mejores secuencias de la película, aquella en la que se pasa un largo tiempo mirando la mesa de billar antes de efectuar un tiro con el taco. Sencillamente memorable. Raúl Arévalo, Ramón Barea, Lorena Vindel, José Luis García Pérez y Amparo Baró, redondean un reparto excelente, muy bien condensado por así decirlo, y todos con algo que decir, gracias a lo bien planificado del guión.
Gracia Querejeta dirige con inusitada genialidad, resultando una película enormemente fluida, con un ritmo perfecto. La directora nos acerca a unos personajes con los que enseguida conectamos, los aceptamos como nuestros y ya no queremos soltarlos, y lo hace sin ningún tipo de estridencia ni artificio, tanto visual como argumental. De acuerdo que la historia que tiene entre manos es buena, pero es que además ha sabido contarla, y de qué manera.
Si no fuera porque hay que hacerle la pelota a los norteamericanos para ver si nos comemos algo en la próxima gala de los Oscars, en caso de que 'El Orfanato' quede entre las cinco finalistas, yo no me hubiera cortado un pelo en mandar a selección esta magnífica película, 'Siete Mesas de Billar Francés', probablemente la mejor cinta española del año. Lo tenía todo para cautivar a un público más necesitado de historias cercanas y humanas. Pero han faltado los millones en publicidad para que nos la metieran hasta en la sopa. Una pena.
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