Ya decían mis compañeros Beatriz Maldivia y Juan Luis Caviaro en sus respectivas críticas sobre 'Si la cosa funciona', que todos los años es un verdadero placer asistir a la cita que nos propone desde hace mucho tiempo ese excelente director que es Woody Allen. Un ritual al que no puede faltar ningún cinéfilo, y que para muchos de nosotros se ha convertido en cita obligada. El director neoyorkino es como ese viejo amigo que regresa cada cierto tiempo para ponernos al día de todo, comprobando que a pesar del transcurso de los años, algunas cosas, las más importantes, siguen estando vigentes.
'Si la cosa funciona' —confusa traducción de 'Whatever works'— es la vuelta de nuestro querido Allen a territorios de sobra conocidos por los habituales de su cine, caminos ya recorridos por el cineasta en ocasiones anteriores, y no por ello menos geniales. Una gran sorpresa si tenemos en cuenta la enorme decepción sufrida con ese espanto titulado 'Vicky Cristina Barcelona', en la que Allen jugaba sin demasiado sentido a ser Eric Rhomer, mientras el sufrido espectador deseaba despertar de la pesadilla de ver como Allen era capaz de hacer no ya un film menor, sino uno deplorable.
'Si la cosa funciona' narra la triste o alegre —depende siempre de cómo se mire— existencia de un excéntrico y solitario hombre de Nueva York —Boris—, que odia prácticamente a todo el mundo, el cual no le ha dado más que decepciones. Aislado en un pequeño apartamento de Nueva York, intenta no tener lazos estrechos con nadie, hasta que conoce a una chica del sur, a partir de lo cual se sucederán una serie de situaciones comprometidas, en las que los sentimientos serán lo más importante. Una historia que Allen tenía escrita desde los años 70, década en la que estuvo a punto de realizar esta película con Zero Mostel, pero la muerte del actor hizo que Allen dejase apartada la historia, hasta recuperarla ahora, y haciéndole los oportunos cambios, ofreciendo el personaje central a Larry David, actor muy de moda gracias a la serie 'Crumb Your Enthusiasm', de la que servidor aún no ha visto ni un sólo episodio, pero ha oído verdaderas maravillas.
Woody Allen ha vuelto a su querida Nueva York, y con ello regresa también a ciertos temas de sobra conocidos en su extensa filmografía. Hasta cierto punto 'Si la cosa funciona' representa una especie de autohomenaje a sí mismo por parte de su director, una especie de resumen de su forma de ver la vida, tantas veces representada en films como 'Annie Hall' (1977), 'Manhattan' (1979), o en las muy parecidas a la presente 'La rosa púrpura del Cairo' ('The Purple Rose of Cairo', 1985)y 'Todos dicen I Love You' ('Everyone Says I Love You', 1996). De las primeras coge ese tipo de personajes tan conocidos en su cine, y de los que Boris Yelnikoff es una perfecta extensión de ellos. Del film protagonizado por Mia Farrow adopta el querer unir realidad y ficción, y en este caso la complicidad del público se ve apoyada por la insistencia de Boris en hacernos partícipes de su mundo, siendo algo más que meros testigos. Y de su musical hereda cierto punto de vista esperanzador sobre la amargura que suele vestir casi todas sus historias fuera del ámbito de la comedia. Y si hurgamos un poco más en el film, encontraremos sin duda más referencias a otros trabajos del cineasta. Haciendo un símil con otro veterano realizador, 'Si la cosa funciona' es en la carrera de Allen lo que 'Gran Torino' en la carrera de Clint Eastwood.
Por ese retorno a lugares familiares, creo que se ha tildado erróneamente a 'Si la cosa funciona' como un film menor dentro de la filmografía de Allen. ¿Cuál es el problema cuando un director sigue siendo fiel a sí mismo durante tanto tiempo, y lo hace tan estupendamente como hace años? El repetirse no tiene nada de malo, si Allen sigue mostrando una buena mano para la dirección de actores, para los diálogos ingeniosos y llenos de chispa, para el gag verbal, o para llegar hasta nuestro interior con la descripción de unos personajes tan odiosos algunos de ellos, como encantadores. A estas alturas, el director de 'Bananas' no necesita demostrar nada a nadie, es esa clase de director que se ha ganado su lugar en la historia del cine, y a pesar de sus altibajos, es un placer comprobar que no ha perdido nada de su ingenio. Eso sí, se nota esta vez una completa despreocupación por lo que cuenta, que parece simular una actitud de rebeldía ante el público, quien es muy libre de aceptar o no el juego propuesto por el cineasta.
Larry David aguanta a la perfección todo el peso de la película, sin que desmerezca ni uno sólo de sus compañeros de reparto, sobre todo una entregada Evan Rachel Wood —a la que también podemos ver encarnando a una peligrosa vampira en la delirante 'True Blood'—, en uno de esos personajes femeninos tan característicos del cine de Allen, y que recuerda, entre otros, a los de Mira Sorvino' en 'Poderosa Afrodita' ('Mighty Aphrodite', 1995) o Samantha Morton en 'Acordes y desacuerdos' ('Sweet and Lowdown', 1999). Aún así, es David quien capta toda nuestra atención, y no precisamente por dirigirse a nosotros en un par de ocasiones, sino por la riqueza de un personaje al que parece que conocemos desde hace tiempo. Alter ego del propio director, con las manías que todos le conocemos, y que a lo largo de los años se ha encargado de recordarnos una y otra vez. Misántropo, harto del mundo y maleducado, representa ese yo que todos quisiéramos sacar a menudo. Al mismo tiempo le asigna cierta mirada esperanzadora en medio del caos existencial que baña el film. Al final, las cosas son mucho más sencillas de lo que parecen —y es que en ciertos temas el ser humano se complica demasiado la vida—, hay que agarrarse a cualquier oportunidad de ser feliz. 'Si la cosa funciona' funciona a la perfección, a pesar de poseer un guión algo basado en las coincidencias —prácticamente parece hecho adrede—, y es otra magnífica demostración del talento de un excelente director. Ni más ni menos.
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