Con diecisiete años, M. Night Shyamalan ya había rodado cuarenta y cinco películas caseras con una cámara Súper 8 que le habían regalado sus padres. Con 22 se graduaba en la New York University’s Tisch School of the Arts. Y antes de hacerlo, antes de salir de la universidad y disponerse a intentar seguir los pasos de su adorado Steven Spielberg, el cineasta nacido en la India y criado en Philadelphia rodaba su primera incursión en la gran pantalla con esta 'Praying with Anger' (id, 1992), un filme que producía él mismo con sus progenitores y para el que además servía de guionista e intérprete principal.
Todo un "yo me lo guiso, yo me lo como" que, visto ahora en retrospectiva veintitrés años después de su muy limitada exhibición, prefigura en cierto modo algunas de las constantes que pueden observarse en el cine de Shyamalan tanto en lo positivo como en lo negativo, conformándose al tiempo como un ambicioso ejercicio inicial de incuestionable talante autobiográfico que el cineasta en ciernes rueda en su tierra natal con un ajustadísimo presupuesto de menos de un millón de dólares.
'Praying with Anger', (des) equilibrio
Un universitario de ascendencia hindi viaja durante un año al país de origen de sus padres para descubrir la tierra de sus antepasados. Criado en Estados Unidos, con todo lo que ello implica, el choque de la cultura occidental con la india provocará que el veinteañero, interpretado por el cineasta, se sumerja en un claro viaje interior que le llevará a conocerse mejor a sí mismo a través de las tradiciones de su pueblo, la vida en un país completamente ajeno al suyo y, cómo no, el amor.
Constante presente de forma perenne a lo largo de toda la filmografía de Shyamalan —sólo uno de sus diez filmes escaparía al hecho de que las motivaciones de alguno de sus personajes principales sea el amor— es el sentimiento que trae de cabeza a media humanidad el que quizás dé más satisfacciones durante el metraje por cuanto es de lo que mejor está escrito del guión redactado por el cineasta. Y cuando digo mejor, me refiero a menos ridículo; una cualidad ésta, la de ridiculez, que aparecerá con mayor o menor intensidad en no pocos momentos de la filmografía del director.
Unido a la sutileza y naturalidad con la que es tratada la historia de amor entre dos mundos tan diferentes como los que chocan aquí, el otro punto fuerte del libreto de 'Praying with Anger', y el que reviste una madurez inusitada para un "chaval" de veintidós años —quién sabe si no contaría con ayudas externas en la redacción de esta vertiente del filme— es todo aquello que concierne a lo se deriva del "rezando con ira" del título original y que explora la importancia de la religión en la cultura india y ahonda en cómo dicha relevancia impacta en alguien tan desprendido de costumbres religiosas como el yanqui al que encarna Shyamalan.
Más allá de eso, y de una dirección que ya apunta maneras sobre todo en lo que a imaginativos encuadres se refiere —algo sobre lo que, huelga decir, Shyamalan volverá con intensidad y genio en posteriores filmes— 'Praying with Anger' es un muestrario bastante amplio de actuaciones que se mueven entre lo cuestionable y lo ridículo —menos mal que el realizador se decantó por dirigir— y situaciones que también oscilan en ese paréntesis de calificativos y entre las que cabría destacar, por lo negativo, todo lo que transcurre, bien en la casa en la que el protagonista reside durante su estancia en la India, bien en lo forzado del "bullying" que sufre de manos de los estudiantes seniors.
Con todo, hay cierto encanto inaprensible en 'Praying with Anger' que provoca que la valoración final sobre la ópera prima de M. Night Shyamalan se acomode en una posición que, a la cola del resto de su filmografía, no colocaría no obstante como lo peor que ha llegado a firmar el realizador. Ese derecho queda reservado para un título sobre el que ya hablaremos dentro de unos días, quedando sobre todo este prólogo a tan fascinante producción como lo que apuntaba más arriba, una antesala bastante soportable de una trayectoria cargada de CINE.
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