'El sexto sentido' ('The Sixth Sense', 1999) había sido sufragada con cuarenta millones de dólares. En la taquilla estadounidense recaudó 293 millones. En la internacional, casi 700. Y si por algo se suele caracterizar la industria cinematográfica yanqui es por actuar siempre de la misma manera cuando, como por arte de magia, aparece una gallina de los huevos de oro como la que, de la noche a la mañana, había tomado la forma de M. Night Shyamalan. Y esa no es otra que explotándola. Es por ésto último que resultaba tan gratificante y loable que, en lugar de dejarse engullir por la maquinaria de hacer billetes verdes, el cineasta decidiera seguir nadando contracorriente.
Para conseguirlo, Shyamalan se unía a través de 'El protegido' ('Unbreakable', 2000) a las primeras entregas de cómic en cine que a principios de siglo sirvieron para despertar la actual fiebre por el mundillo del noveno arte. Y lo hacía con un sentido y realista homenaje a las viñetas en términos generales y al tebeo de superhéroes en particular, logrando un filme que la revista Time considera entre los diez mejores de cuantos han llevado a los seres con poderes a la gran pantalla y que Quentin Tarantino alabó como una "brillante reinvención de la mitología de Superman".
De hecho, el cineasta —que escogía en 2009 a la película como una de sus veinte favoritas desde 1992, año en el que arrancaba su actividad como realizador— apuntaba a un hecho que muchos pudimos constatar hace quince años al encontrarnos en el cine con una historia que poco o nada tenía que ver con lo que nos había vendido la engañosa campaña de marketing, que parecía querer convertir a toda costa el filme en otro thriller lleno de misterio y ¿terror? —atención al trailer— cuando, en palabras de Tarantino, hubiera sido mucho más efectivo lanzarlo bajo un eslogan que rezara: "¿Qué pasaría si Superman estuviera en la Tierra y no supiera que es Superman?".
Melancolía
Nula relevancia cuando de lo que se trata es de dilucidar la calidad de una producción, la errónea campaña de publicidad jugó paradójicamente en favor de la percepción con la que salí de la sala al encontrarme con un filme que, tomando como partida una de mis dos grandes pasiones, recogía en ciertos aspectos parte del discurso que Shyamalan había arrojado en 'El sexto sentido', resultando muy efectivo el que éste volviera a ponerse en boca y gestos de un Bruce Willis que insistía aquí en seguir alejándose del prototipo de personaje que le acompañaba desde aquella primera aventura en el Nakatomi.
Aunque algo tienen en común —ese halo de "héroe a su pesar"— el David Dunn de 'El protegido' es un hombre gris, de ademanes melancólicos que se enfrenta a la vida con un perpetuo rostro adusto que no parece inmutarse ante nada. A través de él, Shyamalan vehicula de nuevo las reflexiones sobre las costas de la falta de comunicación en el ser humano, llevándolas a un paso más cuando éstas también tienen que ver con el diálogo interno, ese que nos hace seguir adelante o nos ancla irremisiblemente a un punto inamovible cuando así lo queremos.
Incapaz de aceptar lo diferente que hay en él, y tapándolo por amor —de nuevo, el amor— a la dualidad de fragilidad mental y dureza física del personaje de Dunn el guionista y director opone la de la fragilidad de cuerpo y determinación de espíritu de Elijah Price, un hombre que sufre de una rara enfermedad que hace que sus huesos sean quebradizos como el cristal y que, como es norma en el actor, borda un impresionante Samuel L.Jackson capaz de conseguir que sintamos una fuerte empatía con las motivaciones que lo llevan a actuar como lo hace.
A fin de cuentas, como su personaje afirma, no hay nada más terrible que no saber cuál es tu lugar en el mundo, no saber por qué estamos aquí. Y ese mensaje, más actual en estos tiempos de crisis que vivimos que en aquellos de falsa bonanza en los que se estrenó la cinta, es capaz de calar tan hondo en el respetable que, llegado el momento, la identificación más plena para con los personajes de la cinta no se produce con su "héroe", sino con ese hombre a pie de calle al que los niños llamaban Mr.Glass.
De lo insustancial en la vida del superhéroe
Desafortunadamente, y al contrario que pasaba con 'El sexto sentido' con la perfecta definición de su trío protagonista, los dos personajes que completan el cuarteto principal de 'El protegido' muestran esa peor cara del cine de Shyamalan que tanto ha llegado a criticársele al cineasta: desdibujados y ridículos, tanto la esposa encarnada por Robin Wright como el hijo al que da vida Spencer Treat Clark cuentan con los peores y más olvidables momentos del metraje: la primera, en esa escena en la que inquiere a su esposo por la posibilidad de una relación extramarital, el segundo...bueno, supongo que no hace falta "apuntar" a aquello que se pone en manos del segundo, ¿no?
Eliminables por cuanto poco o nada añaden al devenir de la trama —muy fácil habría sido resolverlas de otra manera menos vergonzosa e infinitamente más efectiva— ambas escenas sirven de arranque a una duda que desde entonces sobrevolará incómoda cada proyección de Shyamalan: el por qué nadie le revisa los diálogos al cineasta y se sigue dejando que, cuando firma el guión, el director actúe por libre sin la voz ajena de un elemento externo que le llame al orden.
'El protegido', virtuosismo
De todas formas, al César lo que es del César, salvo las citadas escenas, el libreto de 'El protegido' funciona bastante bien y permite a Shyamalan dar el do de pecho en lo que vuelve a ser lo mejor de su cine: la dirección. Una labor que se mueve entre lo magistral y lo sublime a lo largo de un metraje que acumula uno tras otro momentos de puro genio inventivo y que, nada más empezar —jugando a esa metáfora del cristal con la que será caracterizado el personaje de Elijah—, afirma con contundencia a través de la doble imagen especular con la que arranca el prólogo el constante proceso de búsqueda del ingenio cinematográfico al que se somete el cineasta.
A partir de ahí, como ya pasara con 'El sexto sentido', muchos y muy variados son los instantes en los que no queda más remedio que descubrirse ante el CINE del estadounidense. Un cine que vuelve a estar puntualizado de forma excelsa por la música de James Newton Howard y que, en su comunión con los pentagramas del compositor encuentra exponente máximo en la secuencia de la estación de tren, con David aceptando lo imposible de sus facultades y poniéndolas a prueba en tan concurrido lugar público: el score, que hace gala de una simplicidad brillante a través de un uso limitado de la orquesta, desata aquí todo su potencial acoplándose a la magistral coreografía que nos ofrece Shyamalan.
Tan soberbio encuentro de talentos —que alcanzará sus máximas cotas en la siguiente colaboración entre ambos— sigue dando muestras de excelencia en el enfrentamiento entre él héroe y el hombre Naranja —los colores intensos, púrpura, naranja y verde, como continuación del discurso del rojo de 'El sexto sentido'— que sigue a la secuencia anterior, con la sección de cuerdas desatada al dar vida al maravilloso y poético motivo que se asocia al protagonista en su momento de triunfo.
La dolorosa caída de Elijah por las escaleras o el tenso interrogatorio al que es sometido David en el hospital tras el accidente inicial, con la cámara cuasi-estática y el personaje en segundo plano, no hacen sino plantear de forma muy elocuente que a la hora de hablar de lo que Shyamalan es capaz de conseguir tras el objetivo, la escisión más o menos intensa con respecto al nivel que llegan a ostentar sus guiones es un hecho más que constatado que, incluso en su obra maestra, llegará a jugar alguna que otra "mala" pasada.
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