Puede que sea absurdo subrayarlo a estas alturas, pero el cine, más allá de su vis lúdica y escapista, se eleva como una herramienta óptima para reflejar, también a través de la ficción, la a menudo desagradable y hostil realidad que nos rodea. Un instrumento inmejorable y rebosante de recursos para dar altavoz a las más diversas reivindicaciones y causas perdidas.
Lo que, para muchos sí parece ser menos evidente, es que ese cine más combativo y de gran voluntad reflexiva no antagoniza en absoluto con los espectáculos más vibrantes y viscerales; y como último ejemplo de ello tenemos la que, probablemente, sea la primera gran tapada del año: el brutal thriller policiaco danés titulado 'Shorta. El peso de la ley'.
Con su primer largo, el dúo de directores y guionistas compuesto por Anders Ølholm y Frederik Louis Hviid muestra la mejor cara del cine nórdico de género en una auténtica bomba de relojería, brillante en forma y fondo, que golpea con dureza el patio de butacas con su potente disertación sobre el racismo, y con una gestión implacable de la tensión que te mantiene con el corazón en un puño durante una hora y media imprescindible.
Hill, Lumet y Friedkin entran a un bar...
He de reconocer que, de entre todas las virtudes que atesora 'Shorta' —que no son pocas—, la que más me ha fascinado ha sido el modo en que dos cineastas primerizos en el largometraje han conseguido abrazar, canalizar y hacer suyos referentes de la talla de Walter Hill, Sidney Lumet o William Friedkin; manteniendo buena parte de su esencia para construir un relato que parece fruto de otra época.
Tomando a los maestros mencionados como fuente de inspiración confesa, los directores articulan una historia cuyos sencillos —pero sólidos— cimientos con forma de odisea urbana, en la que una pareja de agentes de policía debe sobrevivir y escapar de un territorio hostil junto a un detenido, son sólo la punta de un iceberg tan potente e inteligente en su discurso como intenso en su sentido de la acción.
Como toda gran película que se precie, 'Shorta' carga con éxito la inmensa mayoría de su peso sobre unos protagonistas redondos, complejos y marcados por los claroscuros. Una dupla de antihéroes que personifican la peor cara de los cuerpos de seguridad y que da pie a un ejercicio de empatía imposible, reforzado por un fantástico trabajo del punto de vista y la estructura dramática.
Los agentes Høyer y Andersen, interpretados por los impecables Jacob Lohmann y Simon Sears, sirven de catalizadores para una reflexión que aborda con contundencia la creciente escalada de tensión racial que se vive en medio mundo; tomando como punto de partida un incidente que recuerda con sobrecogedora similitud al caso del asesinato de George Floyd, al que se anticipa.
Si el filme resulta intachable en lo que a narrativa y subtextos respecta, su ejecución no se queda atrás; viéndose enriquecida por un trabajo de planificación más que notable —la gestión de espacios y atmósferas es para enmarcar—, por un montaje de Anders Albjerg Kristiansen que juega con los contratiempos con gran precisión, y por una dirección de fotografía de Jacob Møller que extrae oro de la dureza del Sol y recrudece aún más si cabe la violencia seca y sin artificios que empapa el metraje.
Puede que, en última instancia, 'Shorta. El peso de la ley' no destaque por una sutileza que, sin duda, terminaría jugando en su contra. En lugar de escrupulosidad y contención, esta pequeña joya apuesta por la brutalidad y la dureza para encerrar a sus personajes en un enrevesado laberinto de hormigón en el que ser cazados, y al espectador en uno de ambigüedad moral en el que perderse y reflexionar mientras fluye la adrenalina y se niega un sólo momento de respiro.
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