Ayer se estrenó por fin en España (con un mes de retraso respecto a Estados Unidos) la nueva película sobre Sherlock Holmes, el famoso personaje creado a finales del siglo XIX por Arthur Conan Doyle, ahora convertido en el protagonista de una superproducción de Hollywood que ha costado en torno a cien millones de dólares. Dirigida por Guy Ritchie, hace años calificado el Tarantino británico, y protagonizada por Robert Downey Jr. y Jude Law, ‘Sherlock Holmes’ se vende como una moderna película de acción, con mucho humor y efectos especiales, para todos los públicos.
Hoy puedo confirmar que el último tráiler que vimos aquí es una versión muy resumida, en dos minutos y medio, de la película. Os acordaréis de ‘Piratas del Caribe’, entre otras por el estilo. Sigue el mismo esquema, buscando el dinero fácil, contentando con lo mínimo al público que llena las salas hoy día. Ni más ni menos. Que el director de ‘Snatch’ esté detrás de esto es sólo la prueba definitiva de que Ritchie ha perdido lo poco que tenía que aportar al séptimo arte. ‘RocknRolla’ fue su último suspiro de vida. ‘Sherlock Holmes’ puede llegar a entretener porque ha costado un pastón, porque tiene a Hans Zimmer empujando con la banda sonora y, sobre todo, porque los protagonistas son muy carismáticos y se creen lo que están haciendo. Pero el guión está lleno de incoherencias y la realización es absolutamente mediocre.
En esta versión contemporánea de los personajes creados por Conan Doyle, Holmes y Watson (Downey Jr. y Law) deben hacer uso de todo su ingenio (y sus puños) para librar al mundo de la amenaza de Lord Blackwood (Mark Strong), un líder de una oscura secta que presume de haber vuelto a la vida, tras ser atrapado y ejecutado en la horca. La pareja protagonista, que podría romperse por el compromiso de Watson con Mary Morstan (Kelly Reilly), recibirá la ayuda de Irene Adler (Rachel McAdams), el viejo amor de Holmes.
Ya desde el principio se ven las grandes carencias de la película, que incomprensiblemente se estira torpemente hasta las dos horas de duración. La presentación de Holmes es horrorosa, filmada sin ningún estilo. Y antes de que nos hayamos dado cuenta de qué está pasando (el maldito montaje caótico empieza a hacer acto de presencia), Ritchie inserta su primera escena marca de la casa, sin venir a cuento: Holmes debe derribar a un hombre y nos explica cómo lo va a hacer, a cámara lenta y recreándose en los golpes que va a dar, al más puro estilo ‘Matrix’ (o ‘Snatch’). Luego vemos cómo hace exactamente lo que había pensado (lo mismo, pero a velocidad normal) y sigue adelante. No contento con haber hecho esto una vez, el realizador vuelve a repetir la jugada minutos más tarde, cuando planta al detective en un combate de lucha callejera. Es la segunda y la última vez. Dice Rithie, en su defensa, que ha querido actualizar al personaje. Claro, así se puede justificar cualquier despropósito.
Más honesto y más sensato se ha mostrado Downey Jr., que no sólo confirma que Warner Bros. ha tenido mucho más poder de decisión de lo que el director-pelele quiere reconocer, sino que afirma que la película era todo acción y testosterona cuando él llegó. Afortunadamente, se hicieron cambios, o eso podemos suponer por sus palabras. Y es que lo mejor de la película es cuando se olvidan de los golpes y el ruido, y se centra en la vida, la profesión y la relación de Holmes y Watson. Como esto es una superproducción, y la homosexualidad no tiene sitio ni sugerida, Holmes tiene a su chica, Irene Adler, aunque el personaje esté metido con calzador y no encaje nunca en la trama; parece que su única función (aparte de alejar a Holmes de Watson) sea introducir al profesor Moriarty, el gran villano de Holmes, que aparece en un par de ocasiones aunque nunca se le ve el rostro, pues aún no hay un actor para que lo encarne en la secuela que está por llegar (se dice que Ritchie quiere que lo haga Brad Pitt).
Así de tristes están las cosas en el actual cine comercial más tragaperras. Piensan en hacer tres películas y no una, en la franquicia, en vender un producto, en lugar de ofrecer un espectáculo cinematográfico que deje al público tan satisfecho que salgan del cine queriendo repetir cuanto antes. Steven Spielberg, Christopher Nolan y James Cameron, entre otros, lo entienden perfectamente y así les va. Ritchie, como otros muchos, se contentará con las cifras del cheque que se ha embolsado, con las de la taquilla (que tampoco son para tirar cohetes, en comparación con otros blockbusters) y tratará de olvidar que ha sido un perro faldero para un gran estudio, que ha hecho una película mediocre para forrarse y que no le pregunten más por Madonna. Su suerte, y la nuestra (porque de otro modo, esto sería un suplicio), es que al frente del reparto hay tres actores que se comen la pantalla, salvando en la medida de lo posible el absurdo pastiche visual del realizador.
Aunque su Holmes sea poco más que una mezcla entre Tony Stark y Jack Sparrow, la mera presencia de Robert Downey Jr. engrandece la película. El actor está en su mejor momento y es una gozada verle metido en un personaje borracho, sucio, drogadicto, y aún así experto en la lucha cuerpo a cuerpo, seductor, y de increíble capacidad para la deducción y la resolución de misterios. La clase de la estrella lo hace creíble, y de hecho ha ganado el Globo de Oro. Pero Holmes (al menos este nuevo) no sería nada sin Watson, al que da vida Jude Law. Este actor, que no por casualidad ha trabajado para algunos de los directores más interesantes del panorama actual, sigue probándose a sí mismo y aquí compone al personaje más sorprendente y divertido de la película. Tras ellos hay que destacar a Mark Strong, que poco a poco se está colando en Hollywood, hasta que le den una gran oportunidad y demuestre lo que muchos ya sabemos desde hace tiempo: que es un actorazo. Su papel es tan limitado como el de Rachel McAdams y apenas puede lucirse en las pocas escenas que protagoniza. Un villano muy desaprovechado.
En definitiva, lo admito, tenía la esperanza de que sería algo más que rutinaria acción y humor ligero (ojo a lo del perro, empleando los mismos planos varias veces), pero una vez más confié más de la cuenta en Hollywood. Atropellada, repetitiva, vulgar, no hay en sus dos horas de metraje ningún tipo de emoción, sólo algunos momentos inspirados de los actores y realmente efectivo acompañamiento musical de Zimmer. Ojalá que la segunda la hagan más tranquilos, dejen más espacio a los actores, y se fijen un pelín más en lo que Conan Doyle escribió, en lugar de repetir los peores defectos del cine comercial actual. Vaya, ya estoy haciéndolo otra vez…
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