'Shame', vergüenza y culpa

La película del director Steve McQueen, ‘Shame’ (íd., 2011) se habrá anunciado como el retrato de un adicto al sexo o como la crónica de una serie de encuentros carnales, mostrados sin tapujos ni elipsis. Pero no se trata, ni mucho menos, de eso. Tras esta frenética actividad amatoria, se esconden los auténticos pilares de sustento de la cinta, que no son otros que la vergüenza, la culpa y la confusión: sentimientos provocan ese comportamiento en los personajes principales quienes, lejos de disfrutar de su libertino modo de vida, continúan adelante atormentados, pero sin poder sustraerse a esa vorágine.

McQueen realiza la película con elegancia, sacando provecho a espacios urbanos de actualidad que se ven favorecidos por la fotografía en tonos fríos de Sean Bobbitt. La música del televisivo Harry Escott provoca las sensaciones que algunas de las escenas se resistirían a transmitir por sí solas. Este componente cobra un gran protagonismo, lo cual se hace especialmente patente en el primer plano sostenido que nos deja penetrar en la particular versión de “New York-New York’, ejecutada por Carey Mulligan.

‘Shame’ apenas progresa, ya que no se dirige a un final concreto, aleccionador o esperanzado, al menos en lo que se refiere al protagonista o a la historia que los implica a él y a su hermana. En lo que atañe al personaje de Mulligan, se puede considerar que se produce una progresión, aunque sea solo si consideramos así a su descenso continuado a los infiernos: digamos que él ya ha llegado a un punto en el que está estancado y que ella sigue cayendo. La intención es mostrar una situación, no contar un curso de acontecimientos. Suponemos que ese avance se produjo con anterioridad y ahora solo presenciamos un tiempo, casi detenido, en el que todo aquello tiene sus consecuencias.

En lugar de indicarnos cuáles fueron estos sucesos previos –aplaudimos la valentía de no recurrir a los fáciles flashbacks– o de reservarse esta información para una efectista revelación final, se nos deja adivinarlos por las actitudes presentes de los dos personajes protagonistas. Para ello, ‘Shame’ se orquesta a lo largo de unas cuantas secuencias, muy extensas, pero bien llevadas, que mantienen el interés gracias a presentar altibajos, cambios de humor, ritmo y giros con información, como si cada una se tratase de una mini-pieza. Incluso las escenas sexuales, que en general me resultan muy aburridas en cine, están justificadas como parte de ese retrato, pues la manera en la que el protagonista lleva a cabo o malogra cada uno de los actos dice mucho de cómo se siente y de lo que le preocupa en ese momento.

Michael Fassbender, el actor que está presente por doquier en los últimos tiempos, el más reciente gran descubrimiento interpretativo de la industria del cine, aquí confirma lo que podíamos haber comenzado a sospechar en otras de sus películas: que puede con todo, que es capaz de aportar a cualquier propuesta mucho más que casi cualquier otro intérprete de su generación. Además, su aspecto, atractivo, pero no exento de cierta rareza –fomentada quizá por su delgadez–, se adapta a este personaje doliente y complejo. Gracias a que no hay conversaciones catárticas en las que se explique el pasado, ni retrocesos demostrativos, el personaje nos transmite cuanto padece a través de sus expresiones. Las pocas veces en las que Brandon sonríe son aquellas en las que sentimos los escalofríos más acusados.

De Carey Mulligan lo interesante está en su rostro, que todo lo esconde. Tras una expresión casi infantil y bastante inocente, pueden ocultarse todos los fantasmas del pasado que la destrozan por dentro, aunque en su exterior siga manteniéndose ese aspecto juvenil y plácido. El reparto es reducido, ya que la película se limita a unos momentos y espacios no demasiado amplios. James Badge Dale llama la atención por su gran cambio de registro con respecto al recto y casi monacal personaje de ‘Rubicon’. Lucy Walters, Nicole Beharie y algunas otras intérpretes cuentan con papeles de poca presencia, incluidos con la única misión de demostrar por lo que el protagonista está pasando.

En conclusión, se puede observar en ‘Shame’ cierta lentitud, que deriva de una ausencia de progresión dramática. Un corto número de escenas muy largas sirven para presentarnos una situación y retratarnos a un par de personajes enfermos y atormentados. El sexo explícito no es gratuito, ya que obedece a la demostración de los estados de ánimo de los protagonistas. Pese a ese avance pausado, la película tiene un fuerte poder de atracción, que sumerge de forma casi hipnótica en el devenir. El mayor mérito puede estar en dejárselo todo al espectador, quien contempla estos retazos sumido en las incógnitas y que será quien rellene todos los huecos de información que deja el guion para no caer en lo de siempre. Nos encontramos ante una película atrevida, pero no por el detalle que cualquiera señalaría en este sentido: la presencia aplastante de las escenas de sexo, sino por la propia naturaleza de la propuesta, más dada a la introspección psicológica que a la narración.

Otra crítica en Blogdecine | ‘Shame’, sexo liberador.

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