‘Las noches rojas de Harlem’ está considerada por muchos como la película que inició de forma definitiva la blaxplotation. Un tipo de cine muy marcado por la época en la que alcanzó su mayor esplendor -la primera mitad de los setenta- y que tiene al detective privado John Shaft como el personaje más icónico. Por ello no cuesta entender que Hollywood haya querido revitalizar la franquicia en varias ocasiones.
En 2000 fue Samuel L. Jackson quien tomó el relevo de Richard Roundtree en un estimable cruce entre secuela y remake cuyo modesto éxito impidió que tuviera más entregas. Ahora New Line -aunque a España ha llegado de la mano de Netflix- ha optado por una fórmula similar para ‘Shaft’, cinta que reúne a tres generaciones de la familia para darnos una película genérica pero entretenida que brilla más cuando abraza los rasgos que hicieron tan popular a este detective que cuando opta por un estilo más moderno.
Los tiempos cambian
El nuevo miembro de la familia Shaft es muy diferente a lo que la franquicia nos había acostumbrado hasta ahora. Trabaja para el FBI, donde está muy poco valorado por su jefe, es un firme defensor de seguir las reglas y no se le da demasiado bien ligar. Un recurso curioso para confrontar lo nuevo y lo viejo cuando se ve obligado a pedir ayuda a su padre, con quien lleva más de 20 años sin tener trato.
Todo lo que precede a ese momento prescinde de los rasgos característicos de la saga para vendernos un entretenimiento de corte industrial que permite incidir en cómo han cambiado los tiempos desde 1971, pero sin añadir ningún atributo distintivo más allá de la raza de su protagonista. Una decisión imagino meditada para intentar llegar a una mayor cantidad de público que luego no ha salido demasiado bien.
Eso no quiere decir que el primer acto de ‘Shaft’ sea insufrible, pero sí es diferente a lo que uno podría esperar. El problema es que en lugar de encontrar un refrescante factor sorpresa tenemos un pasatiempo funcional, adecuado para pasar el rato y matar un par de horas, pero insuficiente para conquistarte. Por suerte, la cosa cambia hasta cierto punto cuando Samuel L. Jackson hace acto de presencia.
Las fricciones entre lo nuevo y lo tradicional
Ni siquiera tenemos que ver físicamente a Jackson para notar una vibración diferente en el modo de abordar la historia. Más libre tanto en lo verbal como en lo que puede mostrar, aunque sea justo reconocer que haya alguna situación en la que parece que lo están forzando un poco para satisfacer las expectativas de cierto sector del público, pero el Nick Fury del universo Marvel sabe manejarse muy bien dentro del tono chulesco del personaje, su habla deslenguada y la decepción que le provoca ver cómo ha acabado siendo su hijo.
De hecho, el contraste es tan grande que resalta aún más que el nuevo Shaft interpretado por Jessie T. Usher no tiene lo que hay que tener para estar a la altura de su nombre. La cuestión es hasta qué punto busca realmente eso la película, porque la forma de ser que llevó al éxito a Roundtree no encajan nada bien con el clima cultura actual.
El gran reto de la película estaba en saber actualizar eso en el personaje y por ahí podemos decir que cierto éxito sí tiene la película, porque lo introduce con naturalidad y juega con ello de forma cómica. Ahí es donde mejor funciona, ya que consigue que te rías en determinadas situaciones o réplicas. Nada memorable, pero lo suficientemente efectivo como para seguir viendo la película y sentir algo de interés por los héroes.
Para pasar el rato
Menos conseguido está todo lo referente a los villanos, donde ese componente genérico que mencionaba antes alcanza su máximo esplendor, ya que sobre el papel resultan totalmente intercambiables y Tim Story, director de la película, nunca llega a saber venderlos como una gran amenaza, ni siquiera al gran líder por mucho que introduzcan un factor personal a la postre bastante desaprovechado. En consonancia a su discreto trabajo de puesta en escena, algo especialmente patente en las insípidas escenas de acción.
La propia película parece consciente de ello reservando la aparición de Roundtree para su tramo final, pues se muestra especialmente cómodo recuperando su mítico personaje y hasta tiene tiempo para regalarnos un par de apuntes cómicos bastante logrados. Además, redunda en el choque entre la inseguridad de su nieto y lo echados hacia delante que son él y su hijo, uno de los aspectos más estimulantes de la película. Se pierde a cambio la elegancia asociada al personaje, eso sí.
Lo que nos queda al final es que este nuevo ‘Shaft’ funciona como pasatiempo nostálgico, pero la obligación de actualizar al personaje a nuestros tiempos juega casi siempre en su contra. Unas fricciones que no impiden que uno pase un buen rato, sobre todo cuando Jackson y Roundtree acaparan el protagonismo.
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