La película de 'Sexo en Nueva York' ('Sex and the City', 2008) es una adaptación de la serie homónima, creada por Darren Star, cuya trama se centra obviamente en las nuevas vivencias de las mismas cuatro protagonistas. La película retoma los hechos de hace 4 años, tal como finalizó el último episodio de la sexta temporada. Un prólogo que parece un videoclip refresca la memoria del público para que recuerde cómo quedaron las cosas respecto a Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda. Lo cual es muy útil para todos los varones de la sala, atados a sus respectivas parejas, de forma voluntaria o involuntaria; aunque ellas ya se hayan tomado la "molestia" de contar los antecedentes, no viene mal ver las imágenes para hacerse una idea mejor.
Me temía lo peor y no dejaba de imaginarme situaciones en las que me echaban del cine por armar escándalo o por roncar fingida y ruidosamente. Sin embargo, debo reconocer que las injustificables dos horas y media no se me hicieron tan insoportables como esperaba. Quizá fuera porque mi nenica me ayudó a pasar el rato comentando la película (para mi sorpresa, se aburría más que yo), o quizá fuera porque me entretuve analizando todos los mensajes ideológicos y propagandísticos que transmitía el film. Un film de mala factura y de dudoso interés, al margen del señalado.
Estereotipos, prejuicios, manipulación, propaganda, machismo, feminismo, tradicionalismo, materialismo. Esto es sólo parte de 'Sexo en Nueva York', estrenada en España el pasado 20 de junio, pero una parte muy importante y, sobre todo, alarmante. Peligrosos y preocupantes mensajes los que se transmiten desde la pantalla directamente a los cerebros de las mujeres, objetivo de implacable de una perfecta maquinaria industrial hambrienta de dinero. Comprad, comprad, comprad. Lucid ropa, lucid complementos, lucid joyas. ¡Lucid cuerpos! La imagen lo es todo para las protagonistas de esta película, convertidas en modelos a seguir a lo largo del planeta por todo tipo de mujeres, niñas, jóvenes y no tan jóvenes. Es para preocuparse.
Cuando leí 'Un Mundo Feliz', de Aldous Huxley, me fascinó cómo lo que se contaba, situado en el futuro, se aproximaba bastante a lo que estaba ocurriendo en la actualidad. El marketing está logrando que las personas se conviertan en meros escaparates de todo tipo de marcas, sujetos preocupados por su imagen y por el sexo de una forma enfermiza. No hay más que echar un ojo a la calle, sobre todo ahora en verano, para descubrir cómo ha cambiado el look de la gente (el de "todos" los sexos).
Cuidarse y arreglarse es una cosa, saludable, recomendable, pero el extremo al que se está llegando, no (me lo parece). Cada vez es más difícil comprar y que no te recuerden que controles las calorías o que vigiles tu nivel de colesterol, o poner la televisión y no encontrar programas donde no se dé importancia a la apariencia y la sexualidad de sus protagonistas, o ir al kiosko y no ver una cantidad cada vez mayor de revistas dedicadas a la moda, a cuidad el físico, al sexo, etc. Todo esto es, bajo mi punto de vista, ya digo, preocupante. Y enfermizo en el sentido en el que altera la vida de las personas de una forma progresiva y profunda, pero sin que se note. Así, hasta un simple caramelo te indica la cantidad de grasa saturada que te queda por consumir para alcanzar el 100% de dosis diaria recomendable para una persona adulta.
Todo lo anterior viene provocado por la carga manipuladora que hay en 'Sexo en Nueva York', un producto de marketing destinado a transmitir al público femenino al que se dirige toda una serie de mensajes troyanos que la destinen a convertirse en una consumidora que cuida su imagen y busca casarse con un hombre que le regale diamantes y le proporcione una boda bonita (así como, a ser posible, una pequeña mansión en una zona céntrica de una gran ciudad). El tradicionalismo y el consumismo convertidos en señales de autodeterminación feminista. Por supuesto, hay cuatro mujeres protagonistas y cada mujer del público puede optar por la etiqueta y el estereotipo que mejor cuadre con su experiencia, coherencia y esquemas mentales. Que en la variedad está el gusto.
El apartado de los hombres es también muy curioso, pero no quiero centrarme demasiado en él, porque se me puede acusar de defender a mi género (qué mal suena esto). En la película de 'Sexo en Nueva York', porque de eso hablamos (la serie queda fuera), el hombre queda como una "especie" inferior, que no deja de cometer errores (incluso Samantha logra frenar sus impulsos, pero cierto personaje masculino, incomprensiblemente, no) y de defraudar a las mujeres, las cuales, seres superiores, deben reconocer parte de culpa (normalmente, no haber sido comprensivas con ellos o haber previsto que algo iba a salir mal, cualidades también semidivinas) y perdonarles. Big (pasa con todos, pero lo pongo a él porque afecta a la principal protagonista) aparece como un hombre débil y lleno de dudas que estropea la boda de Carrie, provocándole un disgusto mayor que si hubiese muerto sin dejarla como única destinataria de todos sus bienes (muebles e inmuebles).
Lamentable la escenita a cámara lenta en que ella recibe la noticia vía telefónica, con una música más propia de un dramón de época, para la escena en la que alguien descubre que la persona a la que ama ha muerto. Aquí morir es sinónimo de no tener una boda perfecta, no tener un bolso carísimo (el personaje que "interpreta" Jennifer Hudson) o coger tres kilos (le ocurre al personaje de Kim Cattrall).
Cine hay muy poco, casi nada. Mucha culpa de ello lo tiene un realizador, Michael Patrick King, que sabe cómo hacer un episodio de la serie, pero no tiene idea de cómo se hace una película. Abusa de los primeros planos y ; por supuesto, no es capaz de construir una secuencia sin cortarla en trozos constantemente. Tampoco sabe lo que es el fuera de campo, todo tiene que ser mostrado, ya sea una respuesta o un niño con un muñeco que ya sabemos que está ahí. Mención aparte para los repetitivos y aburridos paneados con los que inicia toda secuencia que sitúa a "las chicas" en un emplazamiento diferente. Una realización lamentable que sólo tiene sentido en la televisión, un formato a años luz en cuanto a belleza narrativa respecto al cine.
Sobre "las chicas", el hecho de que ni siquiera se tomen la molestia de mostrar una primera escena de presentación de cada una de ellas, lo dice todo. Son las mismas de siempre y son tan simples que hasta el público no aficionado a la serie es capaz de entenderlas y reconocerlas en pocos segundos. Esto no es tan malo como puede parecer a primera vista; en mis queridos westerns, por ejemplo, muchas veces una sencilla imagen es más que suficiente para identificar al bueno y al malo. Lo importante es el desarrollo de esos personajes presentados. Y ahí es donde falla, estrepitosamente, 'Sexo en Nueva York'.
La película es, al margen de todo lo señalado en los primeros párrafos (un canto al consumismo, la moda y el tradicionalismo vestido de feminismo), un show para el lucimiento de Sarah Jessica Parker. A la actriz se le preparan dos secuencias donde se dedica a probarse trajes ante la cámara; en uno trajes de novia, donde incluso se nombran a los diseñadores (para dar envidia, como dice en otra ocasión, ella que es muy modesta) y en otro trajes "suyos", mostrados en un desfile ante sus amigas (y el público). Es a ella, como protagonista, a quien le corresponde la cuestión central (todo el rollo de la boda y su compromiso con Big), pero es que toda la película gira en torno a su figura, quedando sus amigas en un completo segundo plano.
Charlotte (Kristin Davis) apenas tiene relevancia, le ocurre "algo" y punto; a Miranda (Cynthia Nixon) también le ocurre "algo" (no quiero desvelar nada) y luego se resuelve, punto; y a Samantha le ocurre lo que tiene que ocurrirle, que quiere sexo y no tiene todo el que necesita, afectando a su relación, punto. Prácticamente nada más, son meros acompañamientos o complementos a la historia de Carrie y el lucimiento de Parker. En cuanto a "los chicos", destacar el papel estereotipado de los homosexuales y lo sosos, grises e impersonales que están los heterosexuales, convertidos en meros monigotes al servicio de las protagonistas.
Me comentaba Alberto Abuín que en Madrid se había organizado un pase de 'Sexo en Nueva York' exclusivamente para mujeres. ¿qué habría pasado si para 'El Increíble Hulk' se hubiese organizado uno sólo para hombres? Todos sabemos la respuesta. La frivolidad y la superficialidad de las que hace gala la película de 'Sexo en Nueva York' es tan preocupante como los valores que se pretenden interiorizar en el público al que se destina el producto, sin duda, algo más que una simple película. En el mal sentido.
Por último, recomendaría el film sólo a las fans y los fans (que a lo mejor los hay) de la serie, pero mi pareja me comentó, tras salir del cine, que la adaptación a la gran pantalla ha modificado la esencia de la obra televisiva. Siendo así, creo entonces que serán los sociólogos y los muy aficionados a la ciencia ficción, con una tarde libre, los que encontrarán más entretenido el consumo de esta cosa titulada 'Sexo en Nueva York'.