La agobiada periodista Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker) se ve fastidiada por su lujosa vida matrimonial sin hijos y decide aceptar el viaje que una amiga (Kim Cattral) le ha propuesto junto a su viejo grupo (Cynthia Nixon, Kristin Davis) a la lujosa Dubai.
‘Sexo en Nueva York’ (Sex and the City 2, 2011) es uno de los deportes de riesgo que tiene la cinefilia, a diferencia de su bien considerada serie de televisión de la HBO, cuyo éxito radica en mostrar a mujeres bastante independientes en el capitalismo y prestas a hablar de temas vitales como los Manolo Blahnik, el hombre ideal y el sexo.
Aunque admito que la liberación sexual de la serie de la HBO me parece aparente, es cierto que el realismo de revista de machotes que dibuja a los hombres como máquinas imparables del sexo e irresistibles a las mujeres ha estado demasiado activo durante décadas, incluso ahora, como para juzgar a la serie con una severidad renovada, tapando otro olvido.
En fin, a veces la noche es aventurera, como el ron, y uno termina viendo estas cosas, movido por la curiosidad, el frío y la feliz digestión de la cerveza con tequila. Así que, ajeno a la serie más que en contados episodios, me sometí a ver cual es el asunto que ha cautivado a las taquillas mundiales en forma de relato sobre las aventuras de estas ya absolutamente maduras mujeres que ahora emprenden su última reunión.
La protagonista, que tiene un piso gigantesco en Nueva York y al parecer escribe libros de éxito y columnas de éxito, está con un banquero (Chris North) que, sorprendentemente, se ganó mis simpatías enseguida: la mujer se lo quiere llevar de parranda y él, macho harto de la oficina, quiere el planazo incomprendido del sofá y comida rápida.
Aceptando ir a la dichosa fiesta, el macho, fuera de lugar en la conversación de su esposa con sus amigas, se pone a coquetear con una mujer como Penélope Cruz que, al parecer, es la banquera española más hermosa de todos los tiempos. Diantres, pensaba uno que la ciencia ficción tenía que irse a las galaxias lejanas.
Después de ese despecho, sus amigas, entre ellas la calenturienta (Kim Cattrall) que lamenta tener la menopausia, esa condena a la actividad sexual desenfrenada (indudablemente, lo más divertido de la película) descubren un remedio a sus tediosas rutinas: viajar a un paraíso de lujo, Dubai, al que tienen invitación libre y lujos adquiridos. ¿Qué mejor para resolver los problemas que irse a un país con hoteles de lujo y grandes y serviles trabajadores? ¿No es bonito el progreso?
Pues NO, porque las mujeres llevan burka, y, claro, descubrimos, en el tercer acto, que desean ser mujeres hiper-consumistas: en su interior, lo que quieren es Louis Vuitton. Tranquilizadas, las protagonistas dejan la tierra de la esclavitud postmoderna no sin antes dar propina al tierno (y muy jodido) mayordomo de la protagonista, un pobre tipo que ve a su esposa dos veces al año pero se mantiene leal en el amor.
La mujer del primer mundo, entonces, descubre lo verdadero y siente una iluminación en el espíritu. Bueno a ver, lo descubre, y asa a coquetear con su exnovio (John Corbett) al que da un piquito, el beso casto más inverosímil de todos los tiempos. No me podía yo creer lo que estaba viendo, pero la película termina bien: el macho banquero, que, lógicamente, había propuesto usar el apartamento de ella para descansar de su presencia, al contrario que los Celtas Cortos, aparece con la limusina y ella siente, otra vez, el arrebato de la liberación sexual.
¿Y qué arrebato es ese?
Pues que otro rico capitalista venga en limusina, te llame muñeca, te lleve a cenar a un sitio muy caro y las cosas funcionen. Desde luego, para vivir en tiempos post-ideológico menudo panfleto de dos horas me hube de tragar. El caso es que la película está bien estructurada, los gags son groseros y dosificados, y la idea de presentar a mujeres ya mayores como radiantes jóvenes que se resisten a la edad las iguala a esos cincuentones que ya llevan tiempo jugando a dioses en Hollywood así que, supongo, esta es una expresión, snif, democrática.
Escrita y dirigida por Michael Patrick King, esta es una película entretenida, siempre y cuando uno acepte el juego, sus arriesgadas reglas y esos recaditos de simpatía que nos aguarda. ¡Ah, el futuro!
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