Si os soy sincero, no tenía previsto, ni por asomo, hablar a estas alturas del título que nos ocupa. Su primer episodio se estrenó sin hacer demasiado ruido —al menos no todo el que merece— a finales de noviembre del pasado 2019, y su segunda temporada finalizó a mediados de marzo de este mismo año; pero tras la insistente recomendación de un buen amigo que parece conocer mis gustos mejor que yo, decidí darle una oportunidad tardía sólo para caer rendido a sus pies.
Estoy hablando de ‘Servant’, la serie de Apple TV+ creada por Tony Basgallop y apadrinada por un M. Night Shyamalan que ha inyectado buena parte de su código genético a un disparatado cóctel de géneros —tras 20 capítulos aún no tengo muy claro qué diantres estoy viendo— del que no he conseguido apartar la mirada, y que ha conseguido borrar de un plumazo mi reticencia a comenzar producciones episódicas de varias horas de duración.
Pero, ¿cómo ha logrado la retorcida historia de los Turner obrar semejante milagro? A continuación os propongo repasar los factores clave que, bajo mi punto de vista, convierten a ‘Servant’ en un auténtico diamante en bruto que seguir puliendo en futuras temporadas y en un show que debería estar en la primera línea de batalla de unas cada vez más saturadas streaming wars.
Delicatessen
Al igual que el helado de langosta con fresa que cocina Sean, el neurótico personaje de Toby Kebbell, en uno de los episodios, ‘Servant’ no es, en absoluto, una serie para todos los paladares; lo cual que está directamente relacionado con una apuesta tonal tan desquiciada como el núcleo familiar —niñera incluida— protagonista y con la dificultad de encorsetarla dentro de un género concreto.
Lo que comienza como un drama sobre el duelo y sobre los efectos de una tragedia sobre un matrimonio de clase alta marcado por los egos de ambos cónyuges no tarda lo más mínimo en transformarse en un thriller que, poco a poco, incorpora sutilmente elementos básicos del terror sobrenatural y religioso. Una combinación explosiva que no se limita a estos patrones, y cuyos niveles de locura van en creciendo constante hasta el final de su segunda temporada.
Durante los primeros compases de ‘Servant’ no tarda en infiltrarse progresivamente una generosa dosis de un humor negruzco y casi absurdo, canalizado a través de su peculiar abanico de personajes y que deja claro que la producción no se toma nada en serio a sí misma; lo cual aporta un extra de frescor al conjunto y hace casi imposible discernir si estamos ante una comedia negra de enredos con tintes de terror sobrenatural o ante un thriller con una deliciosa mala baba.
Pero, por encima de todo esto, si hay algo que hace especial y eleva este festival de giros imposibles y desbarres de tono a un nuevo nivel, es un tratamiento formal construido en torno a una directriz dada por el propio M. Night Shyamalan: no utilizar una cobertura y un trabajo de planificación “estándar” para moldear las escenas que conforman el relato.
Podemos olvidarnos pues del habitual trabajo de plano-contraplano, de encuadres que siguen a rajatabla la ley de tercios y de evoluciones lógicas en escalas y anulaciones. ‘Servant’ vuela libre en lo que respecta a su trabajo de cámara y montaje, permitiendo a su nutrido grupo de realizadores —en el que se encuentran nombres tan potentes como los de Julia Ducournau, Daniel Sackheim o John Dahl— dar rienda suelta a sus instintos.
Esto, además de en una gran cohesión estética entre capítulos dirigidos por diferentes directores, se traduce en un factor sorpresa constante que impide anticiparse a lo que está por venir incluso en escenas, a priori convencionales, como las de conversación. Pero esto no es todo, porque esta suerte de experimentación también logra extraer oro del espacio, haciendo que la casa en la que se embotella la narración no resulte aburrida en ningún momento pese a terminar conociéndola al dedillo.
Si a todo lo mencionado sumamos unos vaivenes imprevisibles en lo que a la empatía respecta —tan pronto conectas con los Turner como aborreces su actitud snob y estúpida—, unos personajes redondos y escritos con mimo, y unas interpretaciones para enmarcar —la vis cómica de Rupert Grint es realmente genial—, lo único que puedo desear a estas alturas es que llegue cuanto antes una tercera temporada que vuelva a sumergirme en otra espiral de locura, paranoia, y carcajadas cada vez que Sean pierde los nervios con su cuñado y grita ahogadamente eso de “What the fuck, Julian!”.
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