Son ya varias las ocasiones en las que os he comentado que lo realmente difícil no es idear una premisa atractiva y sugerente para una película, sino la forma de desarrollarla —que es donde fallaba la, pese a todo, interesante 'Don Jon' (Joseph Gordon-Levitt, 2013)— y, sobre todo, justificarla. Esto es algo especialmente importante en las películas de suspense —tenemos bien reciente el caso de 'Grand Piano' (Eugenio Mira, 2013) y su muy decepcionante tramo final—, pues es muy sencillo imaginar una amenaza llamativa para que sufra su protagonista, pero el auténtico talento lo tienen aquellos que consiguen que el resto de la obra esté a la altura de su punto de partida. Por desgracia, son muchos los que fracasan con estrépito en su intento.
‘Séptimo’ (Patxi Amezcua, 2013) se ajusta a la perfección a ese tipo de películas con premisas atrayentes por las que resulta difícil no tener cierta curiosidad. Sin embargo, también acaba siendo un relato un tanto anodino a la hora de incidir en la misteriosa desaparición de los hijos de su protagonista y directamente insultante cuando hay que dar una explicación a un misterio tan mal traído que al acabar la película únicamente podía pensar en lo indignado y estafado que me sentía por lo que acababa de suceder en pantalla.
Tensión a medio gas
El arranque de ‘Séptimo’ es, con mucha diferencia, lo más estimulante que nos ofrece este segundo largometraje de Patxi Amezcua, quien también se encargó de la creación del libreto junto a Alejo Flah —uno de los guionistas de la prestigiosa miniserie ‘Vientos de agua’ (Juan José Campanella, 2006)—. La historia fluye con cierta naturalidad –el momento en el que Belén Rueda comenta a Ricardo Darín que no vuelvan a hacer el juego de las escaleras suena un tanto forzado, sobre todo porque ya sabemos lo que va a pasar-, Darín maneja con su soltura habitual la montaña rusa emocional por la que pasa su personaje desde que los niños desaparecen hasta que parece que el secuestro es la única opción posible y el guión consigue que nos interesemos por saber lo que ha pasado.
Lamentablemente, no pasa mucho tiempo hasta que uno empieza a plantearse que hay muchas cosas que no encajan y que los subterfugios para alargar el enigma alrededor de la desaparición de los niños pronto se vuelven demasiado redundantes como para que el interés no decaiga de forma vertiginosa. Es también aquí donde se nota la brutal diferencia de talento interpretativo entre Ricardo Darín y los actores que dan vida al resto de vecinos –y sus compañeros de trabajo-, pues únicamente Luis Ziembrowski consigue sostener el nivel durante la escena de confrontación entre ellos. Se pasa así de un misterio atractivo a un suspense alargado y rutinario.
Por suerte para nosotros, Belén Rueda no tarda demasiado en reaparecer –aunque luego desaparezca de escena en diversos momentos, ya que el auténtico protagonista es Darín- y con ello se consigue que al menos uno no empiece a aburrirse, para lo cual también resulta decisivo que ‘Séptimo’ ni tan siquiera llegue a los 90 minutos de metraje. Por su parte, Amezcua brilla algo más en la puesta en escena que en el guión, ya que al menos hay varios intentos para potenciar las posibilidades opresivas del escenario principal —algo que se va completamente al traste cuando le toca empezar a manejar más localizaciones—. No es que este punto esté especialmente bien resuelto, pero se agradece que no opte por una trabajo de dirección impersonal. Eso sí, tampoco es que el resto de aspectos técnicos ayude demasiado a potenciar el suspense, en especial la decepcionante y rutinaria banda sonora de Roque Baños, un solvente compositor que aquí muestra su peor cara.
Un desenlace sin pies ni cabeza
Siendo justos, ‘Séptimo’ sería una película de suspense casi aceptable si se hubieran omitido los últimos diez minutos. De hecho, hay hasta un pequeño fundido a negro con el que yo creía que iba a acabar todo. No es que fuera un gran final –no hubieran faltado las quejas por su falta de fuerza y la multitud de preguntas que quedan en el aire-, pero sí uno suficientemente válido para dejar las cosas estar y que uno se vaya a casa con la sensación de que podría haber sido algo mucho mejor, pero que tampoco está tan mal. Es entonces cuando aparece un giro sorpresa que no se sostiene por ningún sitio –intentan que lo haga, pero tan horriblemente mal que me provocaron un enfado aún mayor- que encima contamina a todo lo visto hasta ese momento.
Estoy convencido de que ni siquiera en un hipotético libro titulado ‘Hitchcock para tontos’ encontrarías como ejemplo de lo que no debe hacerse lo que sucede en ‘Séptimo’, ya que además del giro ridículo, se intenta añadir tensión de forma tan artificiosa que un grave problema acaba convirtiéndose en un cáncer que hace muy difícil recordar sus virtudes, que las tiene, y no centrarse en exclusiva en ello.
AVISO: SPOILERS EN EL SIGUIENTE PÁRRAFO
¿Cómo pretenden que nos creamos que una mujer más o menos corriente va a urdir tan absurdo plan para acelerar los trámites para poder llevarse a sus hijos, arriesgándose así a poder acabar en la cárcel –¡que los secuestradores estaban en uno de los pisos a los que Darín puedo haber entrado haciendo uso de la fuerza!-? ¿Por qué Belén Rueda le da a Darín la medicina cuando ya se ha asegurado antes de que la tengan los secuestradores? ¿Cómo es posible que Darín, que ha salido con mucho retraso, llegue al aeropuerto y justamente poco menos que se tope de narices con Belén Rueda y sus hijos en la ficción? Son sólo algunas de las dudas que tengo sobre un patético desenlace al que sencillamente soy incapaz de encontrarle el sentido. Sorprender al espectador sí, pero no a costa de estafarle.
‘Séptimo’ es el perfecto ejemplo de que a veces es mejor no intentar explicar hasta el último detalle en una historia de suspense por mucho que ello pueda resultar molesto para cierto sector del público. Siempre será preferible eso a no dejar lugar a la más mínima duda sobre el burdo engaño que nos han querido colar. Una pena.
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