La propuesta de ‘Señales del futuro’ es realmente interesante. Con un prólogo estimulante, Alex Proyas nos transporta a una atmósfera inquietante, próxima al cine de terror, pero con un guión que va desarrollando nuevos caminos sin ser capaz de desarrollarlos firmemente, a la par que amalgama una serie de géneros que provocan el desconcierto, hasta llegar una conclusión que se torna del todo ridícula.
Un thriller apocalíptico que tiene momentos de verdadero terror, pero que queda diluido por dosis de ciencia ficción, de género fantástico, de cine de catástrofes y de profecías y numerología más próximas a Expediente X. Una película que cuenta con estimulantes ingredientes, la buena mano en la narración de tono oscuro de Proyas, pero que se desmorona según avanza el metraje, perdiendo el interés inicial para devenir en una historia fallida, por momentos aburrida, y de final tan absurdo como desilusionante.
El planteamiento de los guionistas (hasta seis los firman) es ambicioso, intentan ofrecer una cierta originalidad que queda bien establecida con la trama primaria de la cápsula del tiempo. Pero en un intento de abarcar demasiado, fracasan hasta generar falsas expectativas. Como digo, comenzando con un thriller oscuro, intrigante y que expone temas como el destino, el azar y los misterios de la numerología, acaba en un relato de ciencia ficción lamentable. Esa ambición originaria de ‘Señales del futuro’, que genera una cierta expectación por el misterio, queda traicionada a mitad del metraje, con trampas, pistas falsas, diálogos imposibles, además de decaer el ritmo y enmarañar la historia por la falta de ingenio.
A todo hay que añadir, que no encuentra tampoco un protagonista suficientemente carismático. La imposibilidad de Nicolas Cage por ofrecer una interpretación adecuada, quedando evidente su falta de inspiración. Algo a lo que ya nos tiene acostumbrados y que nuevamente muestra el mismo mutis que ya hemos visto anteriormente en las dos entregas de ‘La búsqueda’, sin ir más lejos. Ahora compone un personaje plano sin demasiado brillo, pero con cierto oficio, metiéndose en la piel de un científico convertido en padre coraje y que se echa a las espaldas la obligación de salvar el mundo con el rostro permanentemente compulgido.
A pesar de que el guión no sabe cerrar todos los nudos con solidez, no se puede negar la capacidad visual y narrativa de Alex Proyas en la pocas pero impactantes secuencias de acción. Momentos espeluznantes, que llegan por sorpresa y provocan impacto suficiente, a pesar del abuso del CGI y de cierta tendencia al exceso. El manejo correcto del suspense y la creación de una atmósfera envolvente e hipnótica son los mejores argumentos de la película, en la que Proyas pone lo mejor de sí, a pesar de las carencias del guión, intentando solventar todo el conjunto con una realización con enorme fuerza visual y que busca (y encuentra) la sorpresa constante y el espectáculo con mayúsculas.
Aquellas escenas donde el tono general se vuelve oscuro, donde el desconcierto prevalece y la historia se presta, Proyas desarrolla su personal estilo y filma los mejores momentos, pero todo hace indicar que los productores no quisieron arriesgar demasiado (el final parece demasiado impuesto para venderlo como un blockbuster) y que en la sala de montaje se quedaron momentos que hubiesen elevado el resultado global del film, sin caer en la mansedad que hace gala al final.
La idea de la llegada del fin del mundo es lo suficientemente inquietante como para que un realizador como Proyas sepa ponerle dosis de nervio y suspense, pero mezclado con tantos géneros y la necesidad de hacer más digestible el resultado debilitan este thriller fantástico que bien podría haberse convertido en todo un fenómeno.
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