Una de las óperas primas más comentadas de la última década es, sin lugar a dudas, 'La Bruja'. En aquella cinta, un desconocido llamado Robert Eggers elaboraba un minucioso análisis de la propia idea del terror utilizando las leyendas de Nueva Inglaterra, aquella era una película turbia que escondía distintas lecturas: desde las herejías a las primeras sublevaciones de las colonias americanas y el resultado fue una de las obras más estimulantes de aquel año.
El regreso de este cineasta se ha hecho cuatro años de rogar, pero ha merecido la pena, su nueva película se llama 'El faro' ('The Lighthouse') y resulta ser uno de los trabajos más ambiciosos y descomunales del cine de autor de este año. La hemos visto dentro de la sección "Perlas" en el Festival de San Sebastián tras su exitoso paso por Cannes, donde se alzó con el premio FIPRESCI de la Quincena de realizadores.
'El Faro' cuenta la historia de un viejo lobo de mar (Willem Dafoe) que pasa los últimos años de su vida trabajando como farero y en su nueva misión, en una remotísima isla, estará acompañado por un aprendiz (Robert Pattinson). Durante cuatro semanas, ambos deberán mantener el faro iluminado y conservar las instalaciones, pero la soledad, el aislamiento y las diferencias personales harán que esta misión termine en un absoluto estado de psicosis y autodestrucción.
'El faro' y los límites del hombre
Filmada en 4:3 y un poco saturado blanco y negro, de primeras, tal y como se presenta a los personajes, su rutina y tedio la película recuerda lejanamente a 'El caballo de Turín' de Bèla Tarr, además ambas tienen un toque tremendamente apocalíptico. Pero conforme avanza la obra de Eggers nos damos cuenta de que lo que busca hacer es un despiadado, sucio y terrenal estudio sobre los límites del hombre, la masculinidad y la locura.
En un tono casi shakespeariano y con un cuidadísimo uso de la fonética, la pronunciación, interpretaciones e intención Pattinson y Defoe se dejan cuerpo y alma en cada secuencia de la película, un trabajo durísimo, un ejercicio físico a la altura de los grandes actores teatrales que es llevado al cine con meticulosidad, pulcritud y sin olvidarse nunca de que esto es una película. Silencios, repeticiones y aliteraciones permiten que el espectador se traslade a esa isla y a ese ambiente hostil en un sentido tanto meteorológico como emocional.
La película arrastra al espectador a un estado casi onírico cuando empiezan a aparecer pequeños elementos propios del cine fantástico, pero siempre desde un punto de vista mitológico y utilizando las leyendas del mar como sirenas o Davy Jones que son una forma sublime de entender el terror al que día a día se enfrentan los marineros; por un lado el dulce y temido canto del híbrido representando la líbido y el mal fario que supone llevar a una mujer a bordo y Davy Jones como lo traicionera que puede llegar a ser la mar.
Así pues, Eggers desarrolla un ejercicio de personajes con ecos bergmanianos acerca de la dualidad de la personalidad o el yo y el ego que diría Freud. El hombre enfrentándose a sí mismo, a sus fantasmas y a su pasado, reencontrándose con sus orígenes antropológicos y sobretodo tratando de sobrevivir a lo que parece ser el lugar más remoto de la Tierra si es que ese lugar existe.
Con los temas habituales del cine de género, el director crea su propio mundo para aproximarse a la locura. Una vez más, como en su anterior película, la idea de ese país naciente se deja leer entre líneas, en esta ocasión a través de dos generaciones, dos culturas y dos mundos que no pueden vivir ni juntos, ni separados pero que siempre estarán unidos por las leyendas y tradiciones que dieron forma a la civilización occidental.
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