Hay dos películas, dos romances criminales, que se escribieron con Terrence Malick en mente y a mi me ha resultado muy hermoso verlas juntas para entender unas cuantas cosas sobre Malick o sobre el talento y las delicadas relaciones con la influencia.
Una es ya un clásico, 'Amor a quemarropa' (True Romance, 1993) y la otra fue una película independiente, pequeña, modestamente celebrada 'En un lugar sin ley' (Ain't them bodies saints, 2013). Son tan diferentes y, sin embargo, ambas parecen originarse en el paisaje de 'Malas Tierras' (Badlands, 1973).
La primera es un guión de un joven Quentin Tarantino que llevó a cabo Tony Scott, el cineasta británico cuyo estilo animado y a ratos fragmentado tiene, en principio, poco de semejante con Malick.
Tarantino nació en 1963. Scott en 1944. Es probable suponer que para cuando Malick emergió, Scott lo vivió como lo que fue: un fenómeno insólito en unos tiempos creativos (los del Nuevo Hollywood) con treinta años. El cambio que hace Scott en las imágenes del principio es significativo: pasamos de los hermosos paisajes de Malick a la Detroit vacía y la partitura musical remite a los temas de aquella.
Por otra parte, no resulta aventurado suponer que Tarantino llegó al cine de Malick y a sus dos primeras películas cuando éstas eran todavía de culto, en una época anterior a Internet, y nadie anticipaba el regreso de Malick no solamente con 'La delgada línea roja' (The thin red line, 1998) si no su reestablecimiento crítico, creativo y público con 'El árbol de la vida' (The tree of life, 2011).
'En un lugar sin ley' es el debut de Lowery, que escribe y dirige la película, impecablemente iluminada por un Bradford Young en condiciones de no hacer añorar a Néstor Almendros, aunque no cuente con su virtuosismo.
De algún modo, todo en la película resulta forzado. ¿Y de qué otra manera puede ser? Lowery nació en 1980. Hay una sensibilidad generacional distinta entre Tarantino y Scott y Lowery. Lowery está empeñado en hacer los deberes: su película transcurre en los años setenta, en Texas, algunos planos parecen coreografiados tras 'Días del cielo' (Days of Heaven, 1978) la segunda y todavía hoy mejor película de Malick, y nadie duda de su modelo, ni de que estos son fugitivos condenados.
El sentido de un final
Es cierto que 'Amor a quemarropa' no me pareció tan perfecta como cuando la descubrí, con dieciséis años y un entusiasmo incondicional por Tarantino. Tras una hora de película, los diálogos continúan fluyendo divertidos pero la trama tiende a un tipo de ironías, deudoras de Elmore Leonard, que el joven Tarantino sabe manejar, tal vez porque sus personajes tampoco estén demasiado vivos.
Alabama es divertida y entregada, pero tiene poco más que hacer. Es admirable como es literalmente una fantasía masculina y es algo que explota la propia trama. Pero no está tan viva ni construida con lo cual resulta resulta difícil concebirla más allá de la actuación vigorosa de Patricia Arquette.
Con todo, algo en la película de Tarantino es mucho más vivo que en la de Lowery. Para empezar, Tarantino tiene un sentido irreverente de trato con sus referentes, algo en lo que semeja a su admirado Pedro Almodóvar.
Incapaz de reproducir o repetir los temas religiosas de su modelo, opta por una trama con un muchacho obsesionado por Sonny Chiba y Elvis Presley y convertido en delincuente entre película y película. Es verdad que el modelo sigue siendo una película extraña, llena de giros inesperados y arrebatos poéticos, pero en este caso, la descendencia es igualmente creativa por su sentido de la elocuencia verbal, su arrojo y el apego que generan dos perdedores de Detroit.
Nada de eso sucede con Lowery. Su postura es más académica y estudiada, pero sus diálogos no tienen inventiva y sus temas parecen raptados y no declinados, colocados en un anhelo por significar, pero nada más.
Los actores no dejan de recitar líneas pseudolíricas con un gesto plúmbeo y no son precisamente malos. Mara y Affleck tienen solvencia demostrada. Tampoco Ben Foster y Keith Carradine son precisamente mediocres.
Sin embargo, además de un sentido distante de la ambientación (rasgo interesantísimo en el referente), cambiando los cincuenta malickianos por los setenta, la película parece rodada sin sentido de la elipsis, ni de la construcción.
En este sentido, Tarantino, aún haciendo un borrador de mejores logros, tiene algo más que autenticidad: capacidad de de distorsión y preocupaciones propias. Estas capacidades, me temo, no vienen definidas por la solvencia o la pericia técnica.
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