Llegamos al final del breve especial sobre el director Roger Corman adaptando relatos del célebre escritor de fantástico y terror Edgar Allan Poe. ‘La tumba de Ligeia’ (‘The Tomb of Ligeia’, 1964) era considerada por su propio director como la más grande y excitante de todas las adaptaciones sobre el escritor de Boston. El problema es que no tuvo el éxito esperado, y a Corman le estaban cayendo ofertas muy tentadoras de la major Columbia, algo que no tardaría en comprobar que era más bien un error, dado el tipo de producciones en las que se metió tras la que probablemente sea su etapa más creativa.
La película suele no estar bien considerada entre muchos de los aficionados al género, pero una vez más el paso del tiempo pone las cosas en su justo lugar. Siguiendo algunas de las constantes empleadas en el anterior título del ciclo, ‘La tumba de Ligeia’ supone un estupendo broche de oro para un ciclo en el que no hay una sola película que no merezca la pena. Poe vuelve a ser evocado en más de un relato, y el espíritu de Lovecraft se deja entrever en una película que mezcla, como pocas, necrofilia y romanticismo.
Del exterior...
Si ‘La máscara de la muerte roja’ (‘The Masque of Red Death’, 1964) poseía influencia del Free Cinema, tan de moda en aquellos años —con triunfo en los Oscars con cintas coetáneas, y sobrevaloradas, como ‘Tom Jones’ (id, Tony Richardson, 1963)—, en la presente se desarrolla aún más esa posible influencia. Al igual que en la citada el rodaje tuvo lugar en Inglaterra, en varios lugares como un castillo en Norfolk o las Stonehenge. Dichos escenarios reales ofrecen un contraste con las otras cintas, filmadas en estudio, y ofrece un aire romántico, que se va enrareciendo cada vez más, casi inusitado en Corman.
La película tiene en su guionista al más tarde cubierto de gloria Robert Towne, también director de cuatro películas más bien olvidable, que adapta el relato corto de Poe, sumándolo a los ecos, habría que decir sombras tenebrosas, de ‘El extraño caso del señor Valdemar’, aunque sometiéndolo en un cambio muy significativo, y cómo no, ‘El gato negro’. Los dos últimos relatos encuentran su razón en el personaje de Ligeia, la difunta esposa de Verden Fell, al que da vida el eterno Vincent Price, logrando marcar la diferencia, con gestos y aspecto, con el resto de personajes del ciclo. Una mezcla de caballerosidad, patetismo y ternura.
Fell ha enterrado a su amada Ligeia, conoce a la inocente Rowena, con quien enseguida se casa y se va a vivir a su castillo. Pronto empezarán a pasar cosas extrañas que darán a entender que Ligeia sigue viva, siendo la verdad mucho más terrorífica, y triste, que el posible hecho de haber fingido una muerte. La actriz Elizabeth Shepherd realiza un doble papel, dando vida, o muerte, a Ligeia y a Rowena, ofreciendo multitud de matices diferentes, amén de un cambio de color en el pelo. Shepherd se dedicó sobre todo a la televisión, pero viendo su labor en esta película, llena de detalles de lo más morbosos y tétricos con sólo cambiar la expresión facial, uno se apena por no haberse prodigado más en la pantalla grande.
...al interior
‘La tumba de Ligeia’ es además la certificación de la influencia de la Hammer, y máe en concreto Terence Fisher —¿qué director dedicado al fantástico o el terror no ha estado influenciado por el maestro británico?— sobre el ciclo Poe, algo que puede verse en el tratamiento cromático de las cintas, pero en este caso Corman tuvo como director de fotografía a Arthur Grant, operador de la mítica productora, que trabajó con Fisher seis veces, una de ellas en la inmensa ‘La novia del diablo’ (‘The Devil Rides Out’, 1968). El tratamiento del color aquí marca una atmósfera decididamente decadente, que evoluciona de las románticas escenas iniciales al fogoso clímax.
Puede que Towne tuviese una difícil labor como guionista al tener tanto material de base, y adaptarlo a la duración de un largometraje estándar. Era su segundo libreto para el cine, no tenía la buena mano años más tarde demostrada en films como ‘Yakuza’ (‘The Yakuza’, Sydney Pollack, 1974), pero es cierto que aquí tiende a confundir innecesariamente al espectador. Por ejemplo, queda algo ridículo que, en cierto instante, Rowena persiga hasta el campanario al gato negro sólo porque le ve en la boca las gafas de Verden. Instante algo ilógico, pero que marca un fuerte contraste con la escena de boda que viene justo a continuación.
El resto es más de lo conocido, ergo, un disfrute absoluto. Desde escenas oníricas que esta vez funcionan a modo de profecía, hasta coletazos con los incios históricos de la hipnosis; o todo el triste tramo final, por patético y bello, en el que la necrofilia hace acto de presencia, y que complementa, a modo de círculo que se cierra, las bellas y extrañas secuencias en escenarios naturales del tramo inicial, y en las que Corman realiza un extraño, y muy europeo, experimento: aleja a los personajes, envueltos en los bellos paisajes, y los acerca con los diálogos pronunciados como si estuvieran en primer plano.
Corman no volvería al género de terror, salvo en su última película en 1990, y aún filmado películas estimables, no volvería a alcanzar las excelentes cotas del ciclo sobre Poe.
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