‘El palacio de los espíritus’ (‘The Haunted palace’, Roger Corman, 1963) es la primera adaptación cinematográfica que se realizó de un relato del escritor de Providence H.P. Lovecraft. Corman se lo tomó como un descanso en su ciclo sobre Poe, pero la AIP, productora del evento, la incluyó en el mismo debido a la extraordinaria recepción que estaban teniendo. Para ello se incluyó el título de uno de los poemas del escritor de Boston, cuyos versos se recitan al final de la película.
Pero realmente el film adapta el relato ‘The Case of Charles Dexter Ward’ en la que un hombre, el Charles del título, estudia el árbol genealógico de su familia y descubre a un antepasado que se dedicaba al ocultismo intentando liberar una fuerza maligna sobre la Tierra. Ward retomará sus experimentos mezclándose pasado y presente, y una personalidad con otra. Corman, con el habitual Charles Beaumont y diálogos de Francis Ford Coppola, adapta el relato a sus intereses, teniendo no pocas coincidencias con el resto de films del ciclo.
De Lovecraft...
El film da inicio con el personaje de Joseph Curwen –Vincent Price en una de sus mejores interpretaciones, que ya es decir− apresado por el temerosos pueblo en las puertas de su castillo, justo antes de que éste cometa el sacrificio de una mujer para liberar el terror sobre la Tierra, y quemado vivo, no sin antes lanzar una maldición sobre sus agresores y los hijos de sus hijos. Elipsis de ciento diez años, misma localidad y los sucesos se repetirán con la llegada de Ward, de nuevo Price, acompañado de su esposa (Debra Paget), con motivo de haber heredado el castillo.
Corman mezcla pasado y presente con una decisión de lo más sencilla: utilizar a los mismos actores de ambas líneas temporales, no cambiando demasiado el pueblo en el que habitan, dando la sensación de que no ha transcurrido más de un siglo. De esta forma el director da la oportunidad a uno de sus actores fetiche de lucirse como nunca, matizando cada gesto o mirada según se trate de Ward o de Curwen, que ha poseído al primero con la esperanza de continuar con su malvado plan. De la educación y corrección del primero a la imponente presencia del segundo sólo con cambiar la mirada.
El relato original fue escrito entre dos de las consideradas etapas del escritor, la onírica y la tan conocida de los mitos de Cthulhu. Curiosamente, y de forma muy inteligente, Corman lleva el relato a los dominios de la primera etapa como escritor de Lovecraft, la gótica, en la que precisamente la influencia más clara del novelista fue Edgar Allan Poe. Es como si se cerrara un círculo, reuniendo todo lo relacionado con Lovecraft en un arte que le adaptaba por primera vez, y que irónicamente encontraría sus mejores traslaciones en casos como el que nos ocupa, o en alguna que otra cinta de un amante del universo de Lovecraft: John Carpenter.
...a Poe
Así pues, en ‘El palacio de los espíritus’ encontramos elementos de las otras cintas del ciclo, un castillo que esconde oscuros secretos en su sótano, aquí una representación del portal que una criatura diabólica debe traspasar, a base de sacrificios, para reinar en nuestro universo. Un personaje central “torturado” por una especie de maldición, aquí una posesión, mezclando con ingenio realidad y ficción. Pareja como enlace con la realidad –Debra Paget en su última interpretación para el cine, antes de casarse con un millonario y retirarse−. Clímax final con un incendio de gigantescas proporciones, de carácter purificador; y cómo no, un gusto por lo gótico, visualmente hablando, por parte de Corman.
Al extraordinario colorido del film –en uno de los más inspirados trabajos en color por parte de Floyd Crosby, que debutó en el cine con nada menos que ‘Tabú’ (id, F.W. Murnau, Robert J. Flaherty, 1931)−, o la muy cuidada ambientación de los habituales Harry Reif y Daniel Haller, hay que sumar un control de la cámara mucho más elegante que en ocasiones anteriores. Los largos travellings, de personajes entrando en el castillo, vistos desde las dos perspectivas, son la prueba de un Corman muy preocupado de marcar la diferencia, como desenfocar a la criatura infernal para mostrar que aún no ha cruzado el umbral.
Una elegancia que hermana a Lovecraft con Poe, marcándola además con la portentosa composición de Vincent Price, mucho más controlado que otras veces a pesar de dar vida a dos personajes diferentes que luchan por sobrevivir en el mismo cuerpo. La absoluta estrella de una función por la que además se pasea Lon Chaney Jr. sustituyendo al inicialmente previsto Boris Karloff, y la cual concluye casi de forma anticlimática con Price dando una lección de gestos faciales. Ese mismo año el actor se reuniría con otras tres glorias del cine de terror a las órdenes de Jacques Tourneur.
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