‘La obsesión’ (‘The Premature Burial’, Roger Corman, 1962) es el tercer film basado en un relato de Edgar Allan Poe, continuando con la estela dejada por las magníficas ‘La caída de la casa Usher’ (‘The Fall of House of Asher’/’House of Asher’, 1960) y ‘El péndulo de la muerte’ (‘The Pit and the Pendulum’, 1961). Esta vez no contó con su actor fetiche Vincent Price; en su lugar un pletórico Ray Milland, al que después volvería a dirigir en la excelente ‘El hombre con rayos X en los ojos’ (‘X’, 1963). Tampoco contó con Richard Matheson para el guion, sustituyéndole por dos escritores también expertos en el género fantástico.
Charles Beaumont, que trabajó con Corman en más ocasiones y fue escritor de varios episodios de la imprescindible ‘The Twilight Zone’ (1959-1964), y Ray Russell, que empezó escribiendo para el mítico William Castle y posee una filmografía de nada más que siete guiones, cogieron el testigo de Matheson con una historia que desarrollaba un elemento presente en los dos films previos del ciclo: la catalepsia. La obsesión, del título español, de un hombre fascinado de forma enfermiza con ser enterrado vivo, da lugar a uno de esos cuentos de horror, de sabor gótico, con efectivos y divertido giros de guion.
Esta vez no tenemos a un personaje masculino llegando a una gran casa al inicio de la película; Corman cambia el sexo, y la maravillosa Hazel Court –imponente actriz que hizo sobre todo televisión, mientras que en cine estaba asociada al cine de terror− da vida a Emily Gault, que llega hasta la mansión de su prometido Guy Carrell (Milland), quien no quiere casarse con ella por su temor a ser enterrado vivo, temor pronunciado por una mala experiencia al respecto que le tiene desde entonces atormentado, viviendo con miedo por el recuerdo del entierro prematuro de su padre.
El miedo a ser enterrado vivo
Poco a poco, Emily irá convenciendo a Guy de que sus temores son infundados, de que no tiene nada que perder con la boda, sino todo lo contrario, ofreciéndose como una oportunidad de vivir intentando ser feliz y no atormentado por un miedo/anhelo/deseo que alcanza unos niveles de morbosidad muy bien mostrados. A ello ayuda la increíble composición de Ray Milland, que demuestra lo gran actor que era, y una extraña planificación de Corman, con un uso ejemplar del scope, sobre todo en los instantes en los que Guy oye una canción –Molly Malone, mítica canción irlandesa, versionada infinidad de ocasiones y convertida en himno no oficial de Dublín−.
‘La obsesión’ posee su punto de inflexión en el entierro del protagonista, cuando todos creen que ha muerto, pero en realidad está vivo, cumpliéndose así sus temores más profundos. Hasta ese instante, todo está narrado como si el temor del protagonista estuviese únicamente en su mente, una enfermedad provocada por un falso recuerdo sobre su padre. El momento de Guy abriendo los ojos en el interior del ataúd, antes de ser llenado de tierra, es todo un impacto conseguido con una sabia mezcla de música, interpretación y el montaje del travelling lateral con el primer plano de Milland en el interior. El punto de vista subjetivo, que enfoca a los “vivos” provoca una pregunta vital −¿cómo es que no le ven?− que obtiene su respuesta en un vigoroso y sorprendente tramo final.
Conspiraciones y traiciones son la respuesta a un Guy resucitado, algo que no deja de ser una vuelta de tuerca irónica al planteamiento. La locura del personaje en esos instantes está perfectamente plasmada por Ray Milland, en ese tramo en absoluto estado de gracia, controlando la intensidad de la locura con sus movimientos y mirada. Cuando el relato concluye, y hemos descubierto la verdadera naturaleza de todos los personajes, incluidos los misteriosos enterradores –uno de ellos el habitual Dick Miller−, también vemos otro cambio con respecto a los films anteriores: no hay voz en off narrando un verso de Poe. Eso es cambiado por un plano de una lápida en la que puede verse claramente el “Rest in Peace”.
Antes de volver sobre Poe reuniendo a varios grandes actores clásicos, Corman se tomó un descanso del escritor de Boston realizando una de sus más interesantes películas fuera del género fantástico: ‘The Intruder’ (id, 1962).
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