Comienzo con este post un ciclo de ocho dedicado al mismo número de adaptaciones que Roger Corman realizó sobre la obra de Edgar Allan Poe, cuando el director natural Detroit propuso a la AIP (American International Pictures) adaptar al escritor de Boston. Su intención era apartarse un poco del tipo de películas que había hecho en los años cincuenta, todas de bajo coste –Corman era un director que recibía dinero para rodar una película y rodaba tres− y la mayor parte de género fantástico. ‘La caída de la casa Usher’ ('The Fall of the House of Usher/'House of Usher', 1960) dispondría de un mayor presupuesto, color y en glorioso scope. Sería un rotundo éxito que provocaría el resto de adaptaciones.
Para su primera incursión Corman contó con la inestimable ayuda de otro insigne escritor, el gran Richard Matheson, autor de ese clásico llamado ‘Soy leyenda’ y que, curiosamente tuvo su adaptación más fiel en una película protagonizada por Vincent Price, también protagonista de ‘La caída de la casa Usher’ y de seis títulos más con Poe como telón de fondo. Y digo telón de fondo, porque dichas adaptaciones son de lo más libre en el séptimo arte, sobre todo en lo que concierne a Corman que, con todo, realizó una operación de lo más interesante, al hacer algo completamente nuevo sin dejar de captar el espíritu de la obra original.
Ecos de la Hammer
El relato de Poe ya había sido llevado al cine en la época silente de la mano de Jean Epstein en el año 1928 con fascinantes resultados y echando mano de otros relatos de Poe. ‘La caída de la casa Usher’ versión Corman es una especie de respuesta al fanta-terror gótico italiano, que caminaba paralelamente a los films de la mítica productora británica Hammer, sobre todo las cintas de Terence Fisher, que tanto éxito estaban teniendo en todo el mundo. Un terror de tintes góticos que mostraba la enorme capacidad de Corman para crear atmósferas terroríficas con muy pocos elementos, además de contar con la imponente presencia de un Price pletórico.
El film da comienzo con la llegada de Philip –interpretado por Mark Damon, ahora productor de películas como ‘El único superviviente’ (‘Lone Survivor’, Peter Berg, 2013), aquí lo más flojo del film, con una interpretación poco entregada− a la casa del título que, ya desde su inicio, está mostrada entre niebla en un paisaje desolado –Corman aprovechó un incendio de la noche anterior cerca de Hollywood para los exteriores− que profetiza sobre el futuro de los últimos componentes de la familia Usher, Roderick (Price) y Madeleine (Myrna Fahey), con la que Philip está prometida.
Se establece en la película algo que no existe en la obra literaria, una especie de triángulo amoroso entre los dos hermanos Usher y Philip, alcanzando cotas inimaginables, las connotaciones incestuosas de un Roderick celoso de las intenciones de Philip, al proclamar, casi desesperadamente, que no puede llevársela debido a la maldición que los Usher sufren desde hace generaciones: la maldad que han extendido por el mundo y que nunca se detiene. La posibilidad de que el linaje sobreviva con la relación de Philip y Madeleine es algo que atormenta al sensible Roderick, y no parará hasta impedirlo.
La presencia de Matheson
La mano de Matheson es perfectamente reconocible a la hora de retratar la casa del título como un personaje más. Una mansión que se derrumba poco a poco, dando la sensación de querer enterrar a sus moradores con ella, y que parece poseída por los espíritus de los antepasados más malvados de la familia Usher, representados en tétricos retratos que parecen un homenaje de Corman al pintor James Ensor. De esta forma la caída del título no es sólo física, sino que representa la decadencia de la familia, aumentada por el horror de enfrentarse a la muerte, algo que les llevará a la locura, sobre todo a Madeleine, enterrada vida.
‘La caída de la casa Usher’ refleja la enorme capacidad de síntesis por parte de Corman, aun hablando de una trama realmente mínima. Con todo 79 minutos de puro cine y un crescendo dramático que alcanza su cénit en el tramo final, cuando Philip busque ansioso a una Madeleine resucitada, y loca, por los pasillos subterráneos de un mansión que parece no tener fin. Una puesta en escena para el recuerdo, sobre todo con el uso del color rojo, muy presente en el ciclo, travellings laterales que confrontan bien y mal, sacando el máximo provecho de elementos mínimos.
A ese enorme poder de sugestión que hace que sintamos que la casa sea algo que debamos temer, nos encontramos, cómo no, con un Vincent Price que hacía creíble cualquier tipo de personaje, como ese Roderick maldito por tener todos los sentidos muy aumentados. Su forma de describir cómo aún oye a su hermana dentro del ataúd escondido, arañando en el mismo y gritando por salir es uno de los instantes más terroríficos jamás narrados por un actor, y con ello un gran homenaje al arte de narrar/leer historias. Ahí Corman deja todo el peso en su actor para realizar un ejercicio de metalenguaje tan sutil como fascinante.
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