Tras esa especie de paréntesis que supuso ‘La obsesión’ (‘The Premature Burial’, 1962), por cuanto Roger Corman no contó con su actor y guionista predilectos en el ciclo sobre las adaptaciones de Edgar Allan Poe, el director de Detroit volvió a disponer de los servicios de Vincent Price y Richard Matheson. Actor y escritor, interpretando y escribiendo respectivamente, tres historias en uno de esas películas de capítulos tan de moda en el género de terror de cualquier época. Cómo no, se trata de tres libres adaptaciones sobre tres relatos de Poe, todos muy diferentes.
Resulta realmente curioso que un director que, con el dinero recibido para hacer una película, era capaz de filmar tres y en tiempo récord, hiciese un trabajo de síntesis aún mayor en el cuarto título del ciclo, reuniendo así tres relatos en lo que parecen tres minipelículas. Los resultados son de mayor y menor interés, y van desde lo anecdótico hasta lo puramente terrorífico, pasando sin ningún tipo de rubor por la comedia, o parodia. Por supuesto encontramos muchos elementos reconocibles de los films anteriores.
‘Morella’ es el capítulo quizá con menor interés, un remedo de todo lo visto con anterioridad. Un mansión decadente al borde del océano, un hombre acabado –Price dando vida a uno de esos patéticos personajes−, una esposa muerta y conservada en su lecho, una hija que vuelve al hogar, una venganza. Tres personajes para una historia algo sobada, por los paralelismos, excesivos, con las películas anteriores, hasta el punto de que vamos por delante de los hechos. No obstante, Corman sigue demostrando su mano para las atmósferas y los efectivos golpes de efecto.
‘El gato negro’ es el segundo y más divertido. En él también se añaden elementos de otro de los relatos de Poe, en concreto ‘El barril de amontillado’. Matheson hace que ambos relatos, muy diferentes entre sí, encajen a la perfección en el episodio más largo de los tres, y en el que se dan la mano el terror y la comedia. Peter Lorre da vida a un borrachín que un día se ve enfrentado a un duelo con un experto catador de vinos (Price) para reconocer vinos. Dicho duelo, uno de los instantes estrella del film, destaca por el humor con el que ambos actores, de una veteranía más que demostrada, se hacen cargo de la situación, haciendo incluso alegoría a la interpretación con los métodos de “trabajo” de cada uno.
Del humor al terror
La infidelidad que da paso a la traición despierta el instinto de venganza de Montresor (Lorre) que, con humor y una ironía afilada, empareda vivos a su falso amigo y a su esposa, con lo que aparece otro elemento muy reconocible en el ciclo, el miedo a ser enterrado vivo. Las alucinaciones de la resaca, la estupidez de una boca parlanchina, la curiosa policía y un maldito gato negro hacen lo que parece imposible, que el asesinato sea descubierto. A destacar la divertida composición de Price, con un personaje con el que parece reírse de sí mismo. Este episodio tiene una especie de relectura en ‘La comedia de los terrores’ (‘The Comedy of Terrors’, Jacques Tourneur, 1963), reparto de lujo y Matheson repitiendo en el guion.
‘El caso del señor Valdemar’ es, a mi juicio, el mejor episodio de los tres, cuenta, cómo no, con Price en su reparto –‘Historias de terror’ es una película que ante todo calla la boca a aquellos que dicen que Vincent Price hace sólo un tipo de papel−, enfrentado nada menos que a Basil Rathbone, mítico actor –uno de los que más veces dio vida a Sherlock Holmes− con el que Price coincidió en cuatro ocasiones desde su primer encuentro en 1939. Price es Valdemar, hombre con enfermedad terminal que se ofrece a sesiones de hipnosis para mitigar su dolor. Rathbone es el hipnotizador.
Lo interesante de dicho relato es la petición de Valdemar a ser hipnotizado justo antes de su muerte. Las consecuencias de tal aberración son inesperadas y fascinantes, un cuerpo muerto con la mente viva en algún lugar indefinido, a merced del hipnotizador, el único que puede devolver el descanso, eterno, a Valdemar. Una mente atrapada y desesperada al otro lado de la existencia es el llevar hasta las últimas consecuencias, y más allá de la imaginación, podría decirse, el elemento tan recurrente en el ciclo sobre ser enterrado vivo. Una delicia de episodio, tan cruel como reflexivo.
La colaboración entre Corman y Matheson concluiría definitivamente con el siguiente título del ciclo.
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