Debido al éxito que tuvo ‘La caída de la casa Usher’ (‘The Fall of House of Usher’/’House of Usher’, 1960) Roger Corman decidió que haría una serie de adaptaciones sobre el escritor, siendo ‘El péndulo de la muerte’ (‘The Pit and the Pendulum’, 1961) la siguiente. Ambientada en España retoma de la anterior el mismo guionista, Richard Matheson, y el mismo protagonista, Vincent Price. Por supuesto, ambos se lucen en otra magnífica adaptación, cómo no, muy libre, de uno de los escritores de terror más populares que han existido.
La Inquisición española, un pozo, un péndulo y un castillo de tenebrosa apariencia son los elementos más sádicos de un relato que, en manos de Matheson y Corman, parece una repetición del esquema argumental del anterior film del ciclo. A pesar de ello, el resultado está a la altura, con Corman demostrando una vez más su mano para crear atmósferas claustrofóbicas, jugando esta vez más con la cámara, y convirtiendo el relato de Poe en el clímax, inolvidable, de la historia, amén de contar con una de las musas del género por excelencia, Barbara Steele. El éxito taquillero fue aún mayor que la anterior muestra.
Repetición de elementos
El inicio de ‘El péndulo de la muerte’ es exacto al de ‘La caída de la casa Usher’. John Kerr –al que se le recuerda por su sentida interpretación en ‘Té y simpatía’ (‘Tea and Simpathy’, Vincente Minnelli, 1956)− da vida a Francis Barnard que viaja a España a visitar a su hermana Eizabeth (Steele), que vive en el castillo de Nicholas Medina, con quien ha contraído matrimonio. Un castillo al borde de un acantilado bañado por el mar; el océano que representa el subconsciente de Nicholas, personaje perturbador donde los haya, y una de las grandes composiciones de Vincent Price. Acusado por algunos como exagerado, lo cierto es que precisamente esa forma, de tintes teatrales, es perfecta para el tipo de personajes que interpretaba.
Francis recibe la triste noticia de que su hermana ha fallecido tras una curiosa enfermedad, pero nada es lo que parece en un castillo que parece maldito por el pasado que baña sus paredes, y sobre todo su sótano. Nicholas Medina es el hijo de un terrorífico torturador de la Inquisición que al comprobar que su esposa le era infiel con su hermano, los torturó y asesinó. La inestabilidad mental, y emocional del personaje queda patente en la primera aparición de Price, de forma repentina tras una de las puertas, mientras asegura que el ruido que personajes y espectador están oyendo es el de un instrumento que debe ser reparado continuamente, frase por cierto improvisada por el actor.
Los mismos elementos que caracterizan ‘La caída de la casa Usher’, tales como incesto, presencias fantasmales, entierro de vivos y tortura, sobre todo psicológica, se hallan distribuidos a lo largo de ‘El péndulo de la muerte’, en la que Corman muestra una mayor libertad en lo que respecta a los movimientos de cámara, realizando menos montaje, salvo por la secuencia del péndulo, prodigiosa en planificación y ritmo. Una cámara libre, y casi tan loca como algunos de sus personajes, a los que sigue por todas las estancias de un castillo que parece eterno y oculta en su sótano el mismo germen del mal.
Herencia italiana
La película posee algunos giros de guion realmente estimulantes, en los que no falta la típica conspiración para volver loco a alguien, punto de inflexión en la trama que despierta el pasado de la familia y lo sobrenatural entra en escena. Nicholas Medina pasa de ser una atormentada víctima a un retorcido y digno descendiente de su padre. El cambio de expresión en la cara de Price, del dolor al desprecio y el odio, es toda una lección de dominio gestual, ofreciendo una sorprendente transformación en su personaje. Al mismo tiempo reaparece Barbara Steele para regocijo de todo amante del horror gótico.
Steele venía de protagonizar la inmensa ‘La máscara del demonio’ (‘La maschera del demonio’, Mario Bava, 1960), y no quería encasillarse en el mismo tipo de personajes, pero una vez en pleno rodaje, comprendió, según indicaciones de Corman, que era perfecta. De esa forma, Corman rendía homenaje al fanta terror italiano, tan desconocido hoy día, tan importante en su época, y tan influyente. El destino de su personaje, una clarísima alusión al film de Bava, es un broche extraordinario para una película que versa sobre el dolor y el sufrimiento.
Un film que curiosamente influyó en el cine italiano al que homenajea en algunos instantes, caso de ‘Danza macabra’ (id, Antonio Margheriti, 1964), o en la que considero la mejor película de Dario Argento, ‘Rojo oscuro’ (‘Profondo rosso’, 1975), sobre todo por la utilización de un flashback monocromático, filmado con gran angular, y que tal vez sea un sueño o la representación del subconsciente de Nicholas. De esa forma Corman “devolvía el favor” al cine que le sirvió de inspiración para hacer parte del suyo.
En su siguiente adaptación sobre Edgar Allan Poe, el director cambiaría a su actor fetiche por Ray Milland.
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