Si bien dejé muy claro tanto en la entrada correspondiente a la película como en la que colgaba el viernes pasado sobre los estrenos de la semana, que lo que esperaba de 'RoboCop' (id, José Padilha, 2014) se movía en un estrecho rango que comenzaba en "nada" y terminaba en "más bien poco", no me hubiera dolido en prenda admitir mi errónea predisposición a la hora de valorar lo que el cineasta brasileño y el guionista Joshua Zetumer ponen en juego de haber supuesto este, ahora sí, innecesario remake algo más que el desafortunado choque de diversos desencuentros que conforman sus 108 minutos de duración.
No diré, porque sería no hacer honor a la verdad, que 'RoboCop' carece por completo de ideas o momentos que sirvan para animar la función; pero lo suelto de las primeras y lo ocasional de los segundos terminan por traducirse en un filme que en términos generales podríamos calificar de desenfocado. Obviamente, este calificativo no apela a la cualidad borrosa de la imagen —que ya habría que ser literal para así interpretarlo— sino a los muchos y muy diversos frentes que la cinta intenta abrir y en los que va fracasando inexorablemente a través de un libreto incapaz de suscitar las más mínimas reflexiones, por mucho que así se postule desde su arranque.
Éste, que cuenta con la intervención de un convincente Samuel L. Jackson —¿y cuándo no lo está el actor afroamericano?— ya plantea algo del insulso debate acerca de la manipulación de los medios de comunicación en el que después, matando moscas a cañonazos, volverá a reincidir una y otra vez el transcurso de un filme que, a vista de pájaro, carece de un objetivo claro. Y aunque quería evitarlo, no me va a quedar más remedio que recurrir a las odiosas comparaciones: allí donde la cinta de Paul Verhoeven y el guión de Edward Neumeier y Michael Miner sí sabía dibujar un futuro distópico que servía como preciso trasfondo a la directa historia de justicia extrema y venganza que encarnaba el personaje del agente Murphy, lo que aquí se nos ofrece es un barco sin rumbo fijo que tan pronto pretende funcionar como thriller, propuesta de ciencia-ficción, lo último en cine de acción o un soslayado vehículo de crítica sociológica.
Con tantos frentes abiertos, es inevitable —o quizás no— que el filme termine haciendo aguas en alguno de ellos, careciendo el libreto de los mínimos mimbres con los que construir la tensión necesaria para servir en sus intenciones iniciales, funcionando a medio gas como aceptable producción de ese género que tanto nos gusta en este blog y, sorprendentemente, encontrándose a mucha distancia de lo que habríamos podido esperar en lo que realización se refiere de mano del responsable de las dos entregas de 'Tropa de élite' (‘Tropa de elite’, 2007). En este último frente, la cinta quema de forma alarmante sus posibilidades, y ninguna de las dos set-pieces diseñadas para epatar al espectador consiguen desprenderse de la pesada carga de poca claridad narrativa que aqueja el género en términos generales desde hace ya más tiempo del que nos gustaría admitir.
Movimientos ultra-rápidos de cámara, un montaje vertiginoso que huye de lo que podíamos encontrar, qué sé yo, en 'Redada asesina' (‘Serbuan Maut’, Gareth Evans, 2011) —por poner un ejemplo de buen cine de acción recientemente visionado— y el aroma a prefabricado que aportan sus efectivos aunque no impolutos trucajes digitales, son tres de las características principales que, tornadas en defectos, aqueja una producción que encuentra su más flagrante talón de Aquiles en la definición de unos personajes con los que resulta de todo punto imposible llegar a empatizar lo más mínimo.
No apuntaré aquí a que, derivado de sus constantes revisionados en los últimos treinta años, fuera complicado creerme a un agente Murphy que no tuviera el rostro de Peter Weller, más que nada porque el actor tampoco era un dechado de virtudes interpretativas, pero lo cierto es que lo que el Robocop original conseguía con relativa facilidad se pone a mucha distancia de lo que esta nueva encarnación que encarna el hierático Joel Kinnaman es capaz de ofrecer, y en ningún momento sentimos la angustia existencial y la impotencia ante la pérdida que sí nos transmitía el robot ochentero.
Si a ello le unimos la poca o nula efectividad de un insulso Michael Keaton —que en algunos momentos parece más Bitelchús que un visionario inventor—, un Gary Oldman que no hay quien se crea, una Abbie Cornish incapaz de desprenderse de un molesto halo de florero o ese ambiguo personaje tan arquetípico interpretado con desigual fortuna por Jackie Earle Haley, resulta cuanto menos evidente que la capacidad de la cinta para lograr la atención del espectador en los momentos en los que descansa en las labores interpretativas es, como poco, limitada.
Con un primer acto breve —demasiado breve—, un segundo que se prolonga de forma innecesaria más allá de lo que dicta el raciocinio cinematográfico y un clímax que es de todo menos climático y que no es que se vea venir a la legua, es que casi puede leerse desde el arranque de la función, 'RoboCop' termina por posicionarse como un fallido entretenimiento que, aburrido en no pocas ocasiones, da muestras de un agotamiento insólito derivado, no cabe duda, de un metraje a todas luces excesivo para lo que se quiere contar. Un exceso que en otras circunstancias se habría podido arreglar con algún que otro "tijeretazo" pero que aquí, con la enclenque base que plantea el guión, queda lejos de ser una solución plausible para una propuesta mediocre y con muy poca sustancia.
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