Ridley Scott nos ha recuperado este legendario personaje, que no cuenta con pocas versiones cinematográficas, con la excusa de aportar novedad. Un viaje al origen del mítico arquero de Sherwood, de cómo se forjó el mito en torno a su figura y para ello ha contado con un espectacular diseño de producción, un reparto de estrellas pero, al mismo, tiempo con la misma baja forma que el realizador británico viene demostrando en los últimos años.
Este ‘Robin Hood’ es el menos Hood de todos los Robin del cine por dos razones. La primera, la más obvia. En su búsqueda por afrontar este personaje y su historia ha situado el argumento en los tiempos preliminares de Hood. Cuando se le conocía como Robin Longstride, un aguerrido arquero al servicio del rey Ricardo Corazón de León, que tras la muerte de éste regresa a Nottingham donde el destino lo convierte en un pieza esencial para luchar por la libertad y la igualdad de Inglaterra. Scott se afana por descubrirnos el origen del mito, como reza en el cartel: la historia jamás contada.
Hasta aquí vale. La propuesta necesitaba una base argumental para apoyar un proyecto millonario que intentaba desmarcarse de lo visto hasta ahora en torno a Robin Hood. La puesta en escena, su dominio formal en la narración, el espectacular diseño de producción, vestuario, efectos, etc. Todo bien logrado, en un esforzado guión, que no da lugar a una brillantez excesiva, pero cumple con esta premisa de partida.
La segunda razón por la que este Robin es el menos Hood de los conocidos radica más en la debilidad, no sólo del guión por falta de riesgo o por exceso de ambición, de la mano de Scott en la dirección. Corroborando que no ha sabido impregnar del suficiente carisma, entusiasmo, magia y encanto que el personaje posee y que tantas veces se ha explotado. Aquí ha querido salirse del camino más fácil pero se ha adentrado en un terreno que sólo es posible recorrer con mano firme, talento y apoyado en un manejo de la narración mucho menos plegado al mainstream. Incluso se podría haber logrado, pero el director de ‘Gladiator’ ha querido recurrir a una fórmula de éxito, y todo suena a incapacidad de aprovechar ese punto de partida que pretendía ser el punto diferenciador.
Más apariencia que trasfondo
Ridley se ha dejado llevar por una producción exquisita en el diseño, entusiasta en la ambientación, todo muy logrado y nada se le puede tachar. Un envoltorio satisfactorio, pero carente del suficiente gancho. Russell Crowe dibuja su personaje con cierta apatía y eso se aprecia en un personaje que no consigue enamorar, ganarse al público y más cuando tiene referentes fácilmente imitables pero difícilmente superables (Errol Flynn seguirá siendo el Robin Hood por antonomasia). Sin embargo, quizás sea más achacable esta sensación a la realización de Ridley Scott, que no extrae toda la emoción y el carisma del protagonista, así como del resto.
A lo que hay que añadir que se hace un poco mayor a Crowe para el papel, en el que se supone es el origen del arquero que durante varios años después se erigiría en una leyenda para los más necesitados ocultado en el popular bosque y perseguido por el incansable sheriff de Nottingham. Además de que Crowe, precisamente no destila la elegancia, finura y “limpieza” que nos dejó el inolvidable Errol Flynn.
A Scott le ha faltado pulso y vitalidad
Porque a pesar de la extraordinaria presencia de una Cate Blanchett que nunca decepciona y de un plantel de secundarios que podrían arropar al proscrito Robin Hood con suficiente habilidad, todos los personajes se quedan sin terminar de romper su aferrado estereotipo (aunque sobresale por veteranía un impecable Max Von Sydow como Sir Walter Loxley). Personajes planos, secundarios con escasa presencia y un villano (uno de ellos), interpretado por el siempre excelente Mark Strong, propio de un film infantil. A Ridley Scott le ha faltado el pulso, el entusiasmo o quizás la vitalidad para convertir a este Robin Hood en algo más que un pasaje épico con algunas escenas espectaculares pero que no son el resorte suficiente para apoyar un film decepcionante en su conjunto.
Contiene algunas escenas y diálogos que dan buena cuenta de la falta de chispa del guión. Un relato que promete más de lo que realmente da. Quizás si hubiese prescindido de ciertas lecciones políticas y hubiese potenciado más la acción, que al fin y al cabo, es lo que se espera de una figura como Robin, hubiese sido más deseable. También mucho más convencional, de lo que ya resulta esta cinta de Scott.
Con todo, creo que lo más destacable es cuando vemos a Robin despojado de la acción. En las distancias cortas e intentando intuir su corazón: su acercamiento a Sir Walter Loxley y el coqueteo con Lady Marian resultan las escenas más emotivas, por encima, para quien suscribe, de las batallas masivas con planos ralentizados y recreándose en momentos insustanciales.
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