A cada paso más consciente de que su cine tenía que ser comercial por encima de cualquier otra disquisición, está muy claro a la vista de las producciones con las que Ridley Scott ha ido jalonando su transitar cinematográfico que, en su caso, comercialidad y calidad artística no han llegado casi nunca a darse la mano. Y ya lo avisábamos en las últimas líneas que le dedicábamos a ese inane título que fue 'Tormenta blanca' ('White Squall', 1996): si la producción a bordo del barco no era nada del otro mundo, su siguiente incursión en la gran pantalla iba a suponer un aún mayor descenso de calidad.
Proyecto puesto en marcha a instancias de Demi Moore, que deseaba a toda costa ponerse a las órdenes del cineasta británico y no paró hasta conseguir que éste se interesara por uno de los muchos guiones que llegó a presentarle, 'La teniente O'Neil' ('G.I.Jane', 1997) es, casi con seguridad, la cinta más despersonalizada de su máximo artífice; un producto indigno de aquél que firmara esas dos obras capitales del séptimo arte que no volveré a nombrar por obvias y un clarísimo ejemplo de lo mucho que Scott ha llegado a claudicar por esa mal entendida faceta comercial de su filmografía.
Sólo así se explica que desde el minuto uno hasta el ciento veinticinco de esta cinta que no para —probablemente su única virtud—, lo que Scott despliegue aquí tenga poco o nada que ver con lo que hasta entonces habíamos podido verle y sí mucho con el cine de otros directores que, durante los noventa, se convertían en los nombres ineludibles por los que pasaba el género de acción: asumiendo el manto de su hermano Tony, Ridley fagocita muchos de los tics del desaparecido cineasta, con esa lluvia que aparece en no pocos momentos o ciertos planteamientos estéticos como máximos ejemplos del citado proceso de asimilación de formas.
Tanto es lo que Scott deja de ser Ridley para pasar a ser Tony, que hasta la música de Trevor Jones parece ser consciente de lo que se le exige, despersonalizando asimismo su estilo —que un año después quedaría marcado por el feliz encuentro con Alex Proyas en la espléndida 'Dark City' (id, 1998)— para hacerse eco de las sonoridades sintéticas que Hans Zimmer había compuesto para títulos como 'Días de trueno' ('Days of Thunder', 1990) o 'Marea roja' ('Crimson Tide', 1996) y plagar así su trabajo de un frenesí que no se le conocía al autor de 'El último mohicano' ('The Last of the Mohicans', Michael Mann, 1992).
'La teniente O'Neil', patriotismo foráneo
Siempre me ha resultado jocoso y hasta cierto punto ridículo que algunos de los títulos que con más fuerza han enarbolado el patriotismo estadounidense hayan venido firmados por cineastas de nacionalidades no yanquis. Con el claro ejemplo que supone el teutón Roland Emmerich y títulos suyos como 'Independence Day' (id, 1996) o 'El patriota' ('The Patriot', 2000), aunque lo que Scott despliega aquí parezca alejarse del sonrojante discurso presidencial de la primera o del momento bandera de la batalla final de la segunda, en esencia estamos hablando de la misma cualidad con diferente disfraz.
Patriotismo enlatado y acartonado que, pasado por el uso de clichés y arquetipos a cada cual más descarado, queda aquí aumentado y "corregido" por la inclusión, de nuevo y como ya pasara en 'Thelma y Louise' ('Thelma & Louise', 1991), de un feminismo muy mal entendido que, en la figura de esa SEAL en la que termina convirtiéndose Demi Moore encuentra, paradójicamente, momentos de descarado machismo extremo que hacen que el sustrato básico sobre el que se fundamenta lo enclenque de la trama no pueda tener mayores connotaciones risibles.
Expuestos éstos en ese rapado de pelo que, en aras de lograr integrarse con el resto de sus compañeros masculinos comienza la disolución del pretendido discurso igualitario entre sexos al que quiere adherirse el filme, y en el cacareado momento en el que Moore espeta al personaje de Viggo Mortensen un "¡Chúpame la polla!" que es jaleado y vitoreado por los machos de la escuadra, pocos argumentos más hacen falta para desmontar a este horrendo vehículo orquestado a mayor gloria de su protagonista femenina que encontró justo y gélido recibimiento en la taquilla estadounidense, no logrando recuperar sus escuetos 50 millones de inversión.
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