Recibí con sentimientos encontrados el anunció de esta tercera aventura en la saga de Riddick: por un lado, había sido de los que, en su momento, disfrutó bastante tanto con 'Pitch Black' (id, David Twohy, 2000) como con la injustamente denostada 'Las crónicas de Riddick' ('The Chronicles of Riddick', David Twohy, 2008) y tenía ganas de ver que harían Twohy y Vin Diesel con tan atractivo personaje; por el otro, no obstante, temía que lo que se olía como un abandono en toda regla de la épica de la segunda parte en favor de un filme más cercano a los postulados de la primera entrega de la saga, terminara jugando en contra de la cinta al palidecer en la comparación con aquella que lo inició todo hace once años.
Afortunadamente, no ha sido así, y los amantes de la ciencia ficción que tanto hemos tenido que padecer este verano con las decepciones que han ido estrenándose en el seno del género, podemos regocijarnos con una producción que está a la altura de las circunstancias y que, lejos de vender humo y pretender postularse como un hito de enorme significancia dentro del mundo de la sci-fi, formula sus mejores bazas desde la óptica del entretenimiento, la violencia desmandada y, por supuesto, un nivel de chulería que Vin Diesel, en el papel por el que será recordado siempre, defiende como nadie.
(De aquí al final, minor spoilers) No deja de ser cierto que el esquema argumental de 'Riddick' (id, David Twohy, 2013) es tremendamente similar al de 'Pitch Black', y parece que Twohy ha decidido no quebrarse mucho la cabeza a la hora de dar con la idea que después extender durante sus casi dos horas de metraje: traicionado y dado por muerto por parte de los Necromongers, Riddick se verá obligado a sobrevivir como pueda en un planeta hostil tanto a las amenazas de la naturaleza como a aquella que plantean dos grupos de mercenarios dispuestos a regresar con la cabeza del prófugo más famoso de la galaxia.
Es en la primera hora y media de metraje donde Twohy plantea las mayores diferencias para con el relato de 'Pitch Black' y donde, en directa consecuencia, encuentra 'Riddick' su más sólido apoyo. Carente casi por completo de diálogos salvo aquellos del necesario flashback que nos narre qué ha ocurrido para que nuestro particular héroe haya llegado a dónde está, el primer acto de la cinta es un perfecto reflejo de la naturaleza animal y básica del personaje, demostrando el cineasta a aquellos que dudábamos de su efectividad que todavía podría tener mucho que decir si quisiera del universo que rodea a Riddick.
Trascendido el primer tramo de metraje, la llegada de los mercenarios transforma la cinta en algo completamente diferente, convirtiéndose la acción en un macabro juego del escondite en el que los cazarrecompensas liderados por un Jordi Mollá que se lo pasa bomba con su desagradable personaje encuentran la horma de su zapato en una fuerza de la naturaleza que no está dispuesta a ser controlada mientras que, el otro grupo de buscadores de fortuna, tampoco ceja en su empeño de capturar a Riddick, aunque por motivos bien diferentes.
Con todas las piezas encima del tablero, Twohy comienza la siega a la que, cuáles diez negritos, serán sometidos los miembros de uno y otro grupo, ya sea de mano de Riddick, ya de la amenaza que suponen unas letales criaturas que viven bajo agua y que encontrarán el momento propicio para despertar de su letargo cuando una brutal tormenta se cierna sobre aquellos a los que el personaje de Vin Diesel aún no ha dado caza.
El actor, que nunca ha estado mejor que detrás de esas gafas que aquí vuelve a lucir —mal que le pese a los muchos que defienden a su Toretto como el papel que más se ha ajustado a las capacidades del estadounidense— vuelve a hacer las delicias de quienes queremos verle acabar con todo lo que se le pone por delante de las maneras más imaginativas y a su lado, sólo Jordi Mollá y una Kate Sackhoff —con la mejor frase de toda la puñetera película— que alguna idea tiene de qué es esto de la ciencia-ficción, saben estar a la altura del impertérrito protagonista.
De la misma manera a cómo ya vimos en 'Pitch Black', la dirección de Twohy resulta imaginativa y sabe cómo echar mano de los limitados recursos a su alcance para trasladar al espectador en toda su dimensión las diferentes acciones que jalonan el filme, dotando de nuevo Graeme Revell de una ambientación musical que, como no podía ser de otra manera, huye de las sonoridades espectaculares que le escucháramos en 'Las crónicas de Riddick'.
Con la taquilla americana ya pronunciada en favor del filme, sólo nos queda desear que Twohy y Diesel tengan a bien continuar en un futuro no muy lejano con las aventuras de tan espléndido personaje —¿alguien ha dicho algo de un regreso a Furya?—, por si acaso, uno ya va preparando ganas ante lo que seguro será una nueva muestra de que con esa imaginación que tanto falta últimamente en Hollywood, hasta con un presupuesto de 38 millones de dólares se puede hacer todavía ciencia-ficción de la que vale la pena.
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