Afrontar que a Clint Eastwood no le quedan muchas películas bajo la manga hace que cada nueva obra que dirige sea un estímulo para la esperanza de una nueva y última obra maestra que nunca llega. Fue la decepción de ‘Mula’ (The Mule, 2018) la que vaticinaba a un cineasta más comprometido con su ideología que con tratar de reinventarse en sus últimos compases creativos. Con ‘Richard Jewell’ no hay sorpresa, pero sí una película notable.
Pese a que sus últimos estrenos pueden resumirse con la misma frase y que no hay visos de que esta última etapa temática vaya a cambiar, en cierta forma hay que reconocer cierto encanto en el hecho de que un hombre dedique sus últimos esfuerzos creativos a glorificar y honrar a héroes improbables y cotidianos, gente de a pie que hizo grandes hazañas a menudo poco agradecidas o directamente despreciadas por el sistema.
Héroes caídos en un mundo pre-postverdad
Algunas de esas gestas están más politizadas que otras más relativizadas a la cultura militar, otras más dirigidas al americano de clase media o baja al que el gobierno trata como un delincuente. De ‘El francotirador’ (American Sniper, 2014) a ‘15:17 Tren a París’ (The 15:17 to Paris, 2018) pasando por ‘Sully’ (2016), todas comparten un punto en común, el trabajador luchando desinteresadamente asediado por chupatintas, funcionarios y desalmados trabajadores de la administración.
Viéndose en conjunto, no es difícil encontrar patrones de la imagen libertaria del individuo en Estados Unidos y con solo un análisis sencillo de las obras en general, encontramos que las némesis de estos son siempre los molestos tipos con traje que también hacen su trabajo, sí, pero siempre para contrariar al héroe desinteresado, al currante al que no le importa servir y proteger sin esperar nada a cambio.
Muy criticado por un supuesto patriotismo ciego, en realidad, atendiendo a estas últimas biografías pareciera que no hay nadie más antiamericano que Eastwood. El director se muestra siempre crítico con la administración, sea del color que sea, pero en esta nueva entrega, el FBI se lleva tanta ira como los medios de comunicación, casi como si los hechos de 1996 fueran un protoanálisis de la era de la posverdad y la mentira en los medios.
Justicia en diferido
De forma muy inteligente, la vociferación de la idea de héroe convertido a villano de Jewell y la imposibilidad de cambiar el relato, ‘Richard Jewell’ refleja muy bien las epidemia insidiosa de las fake news actuales y el amarillismo destructivo como forma de vender dos ejemplares más, dedicando mucho tiempo a describir las serias consecuencias que puede tener para alguien ser acusado falsamente por la prensa sin tener una sola prueba en su contra.
Por ello, el torpe retrato de la periodista interpretada por Olivia Wilde no resulta tan extraño, tal y como Eastwood presenta a “los malos” de la película, lo raro es que la culpable de sacar la historia a la luz no salga con cuernos, verrugas y cola de diablo. Pese a que es fácil simpatizar con el genial personaje que compone Paul Walter Hauser, el mayor problema de este tipo de filmes recientes del director no es lo criticable de sus ideas —que muchos malinterpretan a menudo—, sino la infantilización de los antagonistas de su filosofía.
Con todo, la entrañable relación con su abogado y con su madre —otros enormes Sam Rokwell y Kathy Bathes—, el sentido del humor costumbrista que hace sarcasmo de todos los estereotipos en los que cae el policía protagonista, y una conclusión que acierta en los timbres emocionales adecuados, convierten ‘Richard Jewell’ en la mejor de las revisiones de los americanos valientes a los que Eastwood está homenajeando, aunque en este caso esconda un dardo envenenado a la prensa que la convierte en el reverso oscuro de filmes como ‘Los archivos del Pentágono’ (The Post, 2017).
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