Tras haber enlazado tres producciones de gran presupuesto, Richard Donner encaró el comienzo del milenio con ansias de tomarse un merecido tiempo sabático que diversos proyectos terminaron reduciendo casi a su mínima expresión. El primero de ellos, la adaptación de la novela aun no publicada de Michael Crichton atrajo lo suficiente la atención del cineasta y su mujer para aceptar firmar un contrato que le ataría a una producción de la que, cansado en última instancia, le sería imposible librarse. Comenta Alan Ladd Jr.:
Estábamos en Hawaii justo antes de que comenzara el rodaje y me dijo "No quiero hacer esta película". Creo que nunca creyó en el proyecto.
Puesto en indeterminada espera mientras se desarrollaba un guión que George Nolfi y Jeff Maguire, los dos guionistas ligados a la producción, tardaron más de un año en pulir, Donner fue centrando su atención en una cinta de acción que no llegó a nada, la restauración con ocho minutos más de metraje de 'Superman' (id, 1978) —que según el realizador fue saboteada de cara a su estreno por Jon Peters y Lorenzo Di Bonaventura para no entorpecer la producción del nuevo Superman que ambos llevaban años desarrollando— y el ansiado regreso a 'Los Goonies' ('The Goonies', 1985) que nunca llegaría a producirse por la imposibilidad de Donner de "encontrar una idea que superara a la original".
Durante todo el tiempo que los dos guionistas estuvieron trabajando en el proyecto, Donner fue muy claro al respecto de que no quería que la cinta fuera lastrada por la precisa exposición de los "hechos científicos" descritos por Crichton alrededor de los viajes en el tiempo. Como solía ser habitual en las novelas del escritor, toda la ciencia desarrollada en su imaginación ocupaba gran parte de la narración y los intereses de Donner no eran los de "hacer una película de ciencia-ficción per se. Quería hacer algo que pudieras creer que era posible, que no era fantasía".
Con esa idea en mente, si habéis leído la novela original y visionado la adaptación, es fácil percatarse de la cantidad de personajes que fueron reescritos, reducidos o directamente eliminados para favorecer el buen discurrir de una historia que sigue a un grupo de arqueólogos cuando, para rescatar al profesor de historia que los dirige, tienen que viajar en el tiempo a la Francia del s.XIV a través de un agujero de gusano descubierto por la corporación que financia su excavación.
Pero adaptar las más de cuatrocientas páginas del manuscrito original en un filme de dos horas fue una tarea para la que nadie estuvo a la altura: marcada por las intenciones de Donner, 'Timeline' expone sus problemas casi desde el comienzo de la acción, con un primer acto desangelado y frenético que no deja tiempo a que el espectador empatice con unos personajes pésimamente desarrollados y que, por mor de ciertos detalles que no expondré, elimina cualquier tipo de suspense narrativo casi de raíz.
Resultado directo de un vasto proceso de montaje, el rápido transitar por el primer acto desemboca en un segundo y tercero en los que Donner, sorprendentemente, reduce de forma consciente la atención en la historia de amor entre dos de los personajes para centrarse en las escenas de acción medievales en las que tanto mimo y precisión histórica se había puesto —al parecer, el equipo de rodaje se quedó pasmado al ver el resultado de la construcción de la fortaleza de La Roque— evitando Donner el uso de los efectos visuales digitales para dar mayor verismo a la cinta.
Dicha decisión termina jugando aún más en contra de las intenciones del cineasta al alejarse de los parámetros que tan bien le habían funcionado algo más de tres lustros antes con 'Lady Halcón' ('Ladyhawke', 1985): por mucho que el asalto a la fortaleza que ocupa buena parte del clímax tuviera algo del nervio narrativo que le habíamos observado en el pasado, la falta de personajes por los que sufrir y una dirección anodina y carente de personalidad terminan siendo un peso demasiado gravoso como para no tenerlo en cuenta, y poco o nada sufre el espectador por los destinos de los personajes cuando estos resultan tan sumamente previsibles.
Tantas fueron las reestructuraciones que Donner impuso en la mesa de montaje, que el score original que había compuesto Jerry Goldsmith —en el que sería su penúltimo trabajo antes de fallecer— tuvo que ser sustituido por uno más enérgico y funcional escrito por Brian Tyler, un músico que siempre, de una forma u otra, ha bebido del maestro en sus mejores partituras y que aquí se unía a la mediocridad reinante con un trabajo inane y carente de protagonismo.
Con la fecha de estreno atrasada de la inicial de Acción de Gracias de 2002 a la definitiva de noviembre de 2003 y la promoción del filme reducida a la mínima expresión —casi inexistentes fueron las entrevistas concedidas por Donner o los actores— no es de extrañar que, por más que se proyectara en cerca de 3.000 cines, la dudosa calidad de la cinta y su imposibilidad para jugar sus cartas en el boca a boca terminaran redundando positivamente en una recaudación que se redujo a unos escuetos 19 millones de dólares en terreno norteamericano y algo más de 43 a nivel mundial para un presupuesto de 80 millones.
Donner se hizo plenamente responsable del fracaso de una producción que por su desinterés y el hecho de tener que tratar con un reparto poco experimentado por primera vez en muchos años, parecía maldita desde un principio. A modo de epitafio, sirva la siguiente declaración del cineasta como la mejor expresión de tal hecho:
(...)debía haber renunciado cuando aún estaba a tiempo. Tendría que haber puesto pies en polvorosa cuando comenzaron los problemas con el guión (...) Debería haber hecho caso a mis instintos.
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