O bien tenemos entre manos un gran éxito o estamos presidiendo el que será uno de los mayores fracasos de la historia del cine. Tom Mankiewicz
Él era el primero que pensaba que con su edad, y su larga carrera en la televisión, la caja tonta era todo lo que iba a aguardarle tras la inesperada sorpresa que había supuesto el poder rodar 'La profecía' ('The omen', 1976). Pero el tremendo éxito de la cinta, las colas que provocaba en los cines de Estados Unidos y los 61 millones de dólares que recaudó en suelo norteamericano darían la vuelta por completo a las perspectivas de ese cuarentón con pinta de bonachón que era Richard Donner.
Poco importaba que las reglas del juego en Hollywood hubieran cambiado un año antes con el estreno de 'Tiburón' ('Jaws', Steven Spielberg, 1975) y que ahora fueran los jóvenes cineastas con una visión aquellos que centraban la atención de la prensa por encima de viejas glorias o potenciales nuevas de más de treinta y cinco años. Con las miras puestas en un libro llamado 'Inside moves' que terminaría adaptando cuatro años después y la posibilidad abierta a rodar una más que obvia secuela de 'La profecía', sería una providencial llamada recibida mientras estaba sentado en el excusado la que trastocaría por completo todos los planes del cineasta neoyorquino.
"¿Qué es Superman?"
Esa era la pregunta que Alexander Salkind, un excéntrico productor de origen polaco, hacía a su hijo Ilya cuando este le hablaba por primera vez de la posibilidad de llevar al superhéroe por excelencia a la gran pantalla durante una estancia en París en 1973. Padre e hijo, junto a su socio y amigo Pierre Spengler, ya habían tenido cierto éxito con aquella humorada que fue su muy libre adaptación de 'Los tres mosqueteros' ('The three musqueteers', Richard Lester, 1973) y la posibilidad de arrancar una franquicia a lo James Bond con un personaje tan conocido como el último hijo de Krypton era una oportunidad que no podían dejar pasar.
Pero sus planes iniciales estaban lejos del esquema que ambos se habían hecho. Para empezar, la adquisición de los derechos supuso una dura negociación con DC/Warner, y la productora terminó reservándose únicamente la distribución en Estados Unidos mientras dejaba en manos de los Salkind la total responsabilidad de financiar la cinta. Y para conseguir los fondos necesarios, padre e hijo tuvieron muy claro la necesidad de contar con nombres de peso tras los dos vanos intentos en sendos festivales de Cannes de conseguir interesar a potenciales inversores.
Con el primer paso que en este sentido fue la contratación de Mario Puzo, 'Superman' (id, 1978) comenzó a alzar el vuelo para convertirse en una de las producciones más caras de la historia del cine con las incorporaciones de Marlon Brando —que cobraría 4 millones de dólares por dos semanas de rodaje—, Gene Hackman y Guy Hamilton en las labores de dirección. Una ilusión que duraría poco cuando éste último tuvo que abandonar el barco debido a sus problemas con el fisco británico. Los Salkind se veían entonces con la imperiosa necesidad de encontrar a un realizador pero, ¿quién?.
El significado de ser americano
[Los Salkind] eran productores europeos y su aproximación, bajo mi punto de vista, era completamente errónea. Superman es algo que recuerdo como parte importante de mi infancia tanto como el pan y la mantequilla, los pasteles de manzana y la cocina casera de mi madre. Superman es América...y tenía que defenderlo. Richard Donner
Lector ávido de los cómics de Superman durante su juventud, la posibilidad que Alexander Salkind presentaba a Donner en aquella inesperada llamada abría las puertas al realizador a intentar trasladar a la gran pantalla la pureza de un mito que, como se ha dicho hasta la saciedad —y el propio personaje le revela a Lois durante la escena de la azotea— defiende la verdad, la justicia y el modo de vida americano. Pero había un problema, y uno de mucha entidad, el guión que el productor le hizo llegar a Donner era, en palabras del cineasta, "completamente ridículo".
Y lo era fundamentalmente por un único motivo, que "al parodiar una parodia y extender dicha idea a todo el guión [los Salkind] habían terminado obteniendo algo similar al Batman de la serie de televisión de los sesenta". Obvio era pues que el tratamiento que el matrimonio formado por David y Leslie Newman había dado al guión inicial de Puzo tenía que ser revisado de principio a fin si se quería que la empresa de rodar dos cintas de forma simultánea a lo largo de dieciocho meses y en tres continentes diferentes llegara a buen puerto.
Y aquí es donde, por expreso deseo de Donner, entró en liza Tom Mankiewicz, un viejo amigo del cineasta al que éste encargó tanto eliminar todo aquello que fuera demasiado camp —y ejemplos de ello los había a manos llenas en el guión de los Nemwan— como centrar la atención de las dos cintas en la historia de amor entre Superman y Lois Lane. Una tarea en la que Donner terminaría interviniendo, aunque nunca se le acreditara por ello, y que dejó listo el guión a tiempo para que la post-producción pudiera fluir con toda la normalidad que podía dado que, a pocas semanas de comenzar el rodaje, la cinta aun no tenía a su superhombre.
El héroe por antonomasia
Profesional consumado, artista multidisciplinar brillante y un perfeccionista redomado, mucho habríamos perdido los aficionados al cine si algunos de los nombres que se barajaron inicialmente para interpretar a Superman —que iban desde Nick Nolte a Sylvester Stallone pasando por Robert Redford o Jon Voight— hubiera sido elegido en lugar de un actor con poca experiencia llamado Christopher Reeve.
Como bien terminó demostrando en cada plano de 'Superman' en el que Donner lo enfoca, Reeve, que entrenó duramente bajo las órdenes de David Prowse —el hombre tras la máscara de Darth Vader— para alcanzar la presencia física que requería el personaje, se convirtió en lo que la película necesitaba: la quintaesencia del espíritu norteamericano que es el último hijo de Krypton, captando con cada gesto y cada mirada tanto la seguridad y aplomo del superhombre como lo apocado y tembloroso del talante de su alter ego, el inseguro Clark Kent, y haciendo posible el salto de fe que suponía hacernos creer que unas simples gafas eran el disfraz perfecto.
El buen ojo que Donner demostraba tener con el que siempre será Superman para aquellos que vimos la cinta siendo muy niños, se trasladaba también a un equipo técnico encabezado, de nuevo, por Stuart Baird en la mesa de edición, el experimentado diseñador John Barry —que acababa de salir de la titánica tarea de levantar 'La guerra de las galaxias' ('Star Wars', George Lucas, 1977)— y un nombre que, de rebote, ya que no era la primera elección de Donner, terminaría convirtiéndose en parte fundamental del éxito que rodearía a la cinta cuando se estrenó en diciembre de 1978, John Williams.
Donner, el supercineasta
Pero antes de que esto ocurriera, antes de que pudiéramos asistir a la que siempre será una de las tres mejores traslaciones que se han hecho del mundo de la viñeta al celuloide, Donner tendría que pasar por un auténtico calvario para poder rodar la que probablemente sea su mejor película.
Con el temperamento de Brando como el menor de sus problemas —de hecho, Donner siempre ha hablado magníficamente bien de la cordialidad que el actor mantuvo durante sus catorce días de trabajo—, el neoyorquino tuvo que hacer frente al acoso constante de los Salkind y su socio, que creían que el realizador no iba a ser capaz de cumplir la promesa que les había hecho de conseguir hacer creer al público que un hombre podía volar.
Injerencias diarias, amagos de asesinato por parte de Berta Salkind —la esposa de Alexander casi apuñaló a Tom Mankiewicz en el pecho— y agotadoras acusaciones sobre lo mucho que Donner se estaba pasando de un presupuesto que no existía terminaron con el cineasta espetándole al productor sin miramientos que era "un gilipollas" algo que, en última instancia, terminaría jugando en su contra de cara a 'Superman II' (id, Richard Lester, 1980). Pero eso será objeto de la siguiente entrada de este especial.
La mitología del superhombre, el FBI y Scotland Yard
El hijo se convierte en padre y el padre, en hijo
El cariño y mimo que desde el primer plano desprende el metraje de 'Superman' son la mejor muestra del cuidado y respeto con el que Donner abordó la precisa traslación que llevaría a cabo de la mitología que rodeaba a un personaje que en el año de estreno del filme ya contaba con cuatro décadas de cómics a sus espaldas y, por supuesto, legiones de seguidores dispuestos a escudriñar hasta el último plano de la cinta en busca del más mínimo error en la interpretación de las claves que definían —y siguen definiendo— a Kal-el en la página impresa.
Teniendo claro desde un principio las claras reminiscencias religiosas del personaje, Donner y Mankiewicz cargan las tintas sobremanera en dejar claro que 'Superman' es una inmensa metáfora acerca de Dios y Jesucristo: tras los maravillosos créditos iniciales acompañados con la marcha compuesta por John Williams —un tema musical que ha logrado trascender el ámbito cinematográfico para convertirse en un símbolo aislado de la iconografía americana— la cámara nos acerca a ese gélido planeta que es Krypton, cuyos tonos azulados y la pátina irreal con la que lo trata la magnífica fotografía de Geoffrey Unsworth remarcan que estamos en un cielo en el que Jor-el, que expulsa a Satán/Zod, es el Dios que manda a su único hijo a la Tierra.
Y así nos lo vuelve a corroborar el filme cuando, minutos más tarde, después de que hayamos asistido a uno de los mejores y más emotivos momentos de fusión entre imagen y música que tiene lugar en todo el metraje —el de Clark y Martha abrazados en los campos de trigo— la historia nos lleva a esa maravilla del diseño de producción que es la Fortaleza de la Soledad, lugar en el que Jor-el le habla a su hijo desde el pasado con esas magníficas líneas que Bryan Singer rescataría para el primer trailer de su 'Superman returns' (id, 2007):
Ellos pueden ser un gran pueblo Kal-El, desean ser un gran pueblo. Sólo necesitan la luz que les muestre el camino. Por esta razón sobre todas, por la capacidad que tienen para hacer el bien, te he enviado a ellos, a tí mi único hijo.
La música de Williams, sube, el tema de Superman es expuesto en toda su grandeza por primera vez —salvo en los créditos, claro está— y un Clark ya adulto se dirige volando hacia la cámara ya con su atuendo de Superman, el salvador ha llegado. Cine en estado puro capaz de erizar el vello a aquél que se le ponga por delante.
La apuesta de Donner, un ateo convencido, es clara: al traer al relato referencias religiosas al subconsciente del espectador le será más fácil aceptar lo fantasioso de toda la historia, aportando a la misma resonancias de las que hubiera carecido de otra manera. El esfuerzo que el cineasta realiza —y que le valdría de varias amenazas de muerte que tuvieron que ser investigadas por el FBI y Scotland Yard— se deja notar a lo largo de toda la película, construyendo Donner a un Superman humano y vulnerable capaz de alterar el curso de la historia por amor y siendo así fiel al juramento que se había hecho a sí mismo de convertirse en guardian del mito del personaje.
Un mito cuya otra mitad, la correspondiente a Clark, queda perfectamente recogida en los escasos quince minutos que la cinta dedica a Smallville, entroncando aquí la economía narrativa del discurso de Donner y Mankiewicz con infinidad de lecturas antropológicas que se dirigen a las raíces mismas de un joven país en cuyo origen está muy presente el amor por esa tierra que, cuatro décadas antes, el mismo año que Superman nacía de mano de Joe Shuster y Jerry Siegel, Escarlata O'Hara descubría como lo "único que realmente tiene importancia".
Equilibrada la gravedad que todo el tono mesiánico del relato comporta con el magnífico sentido del humor que traen a la acción un Lex Luthor pletórico en la piel de Hackman, Otis y la voluptuosa Srta. Teschmacher de una parte, y todo el desarrollo romántico que la magnífica química entre Reeve y Margot Kidder creaba para con Superman y Lois por la otra; y rubricada la grandeza de la cinta por sus innovadores efectos visuales, la cosmopolita belleza de una Nueva York Metrópolis que luce con esplendor en la pantalla y, de nuevo, la inmensa partitura de Williams, 'Superman' seguirá siendo, ahora y siempre, un clásico imperecedero del séptimo arte y el mejor testimonio del saber hacer cinematográfico de un gran realizador llamado Richard Donner.
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