Sé que soy un verdadero romántico. No sé muy bien lo que significa, ¡pero me encanta serlo! Richard Donner
Aun teniendo que hacer frente a la merma que en su positivo y enérgico talante había supuesto el rodaje y la post-producción de ‘Su juguete favorito’ (‘The toy’, 1982), Richard Donner encontró en su siguiente proyecto la fuerza suficiente para mirar hacia delante, ignorando el daño sufrido de mano de Ray Stark y centrando así su atención de nuevo en ‘Lady halcón’ (‘Ladyhawke’, 1985) el filme que, debido a motivos que os contábamos en la anterior entrega de este especial, había tenido que aparcar momentáneamente.
Con el guión perfectamente pulido, aunque algunas secuencias terminarían cayéndose en el montaje final para que la cinta no superara las dos horas de duración, las primeras y mayores dificultades que se encontró Donner en el proceso de pre-producción tuvieron que ver, casi de forma exclusiva, con encontrar el reparto adecuado. Algo que le costaría al cineasta algún que otro disgusto.
Dirigir es un 80% de casting
El realizador había considerado a Sean Connery para el papel de Navarre y a Dustin Hoffman para el de Philip pero, limitado por el presupuesto de 20 millones de dólares que la Warner había puesto sobre la mesa, Donner decidió decantarse por conseguir una sola estrella y centró su atención en el segundo. Una elección que desde el principio dio señales de ser problemática por las muchas y variadas pegas que Hoffman fue poniendo —y que iban desde el miedo a rodar en la convulsa Italia hasta la necesidad personal de interpretar a Philip con acento francés—.
Dejando de lado momentáneamente la elección de quién interpretaría a ese narrador improvisado de la acción del filme que es el personaje del “Ratón”, Donner comenzó la búsqueda de sus Philippe Etienne Navarre e Isabeau d’Anjou, encontrando a la segunda en la sin par belleza de Michelle Pfeiffer y al primero en Kurt Russell. Recomendado por su hermana, sería finalmente Matthew Broderick el que terminaría encarnando al ladronzuelo caradura que escapa de las inexpugnables mazmorras de Aquila para terminar formando involuntaria parte de una bella historia de amor sobre la que pesa la terrible maldición del celoso obispo de la citada ciudad.
A diez días de comenzar el rodaje, y con esa leyenda de la fotografía que fue Vittorio Storaro al frente del equipo técnico, Donner recibía una llamada del departamento de vestuario donde Russell estaba probándose por primera vez su atuendo de época: “Me siento como una fruta” afirmaba el actor, abriendo una brecha entre él y Donner que terminaría siendo insalvable y que dejaría al cineasta desesperado por encontrar al héroe de la función. Y entonces se acordó de Rutger Hauer.
Un año atrás, Lauren Shuler y él le habían ofrecido al intérprete holandés el papel de Marquet, el capitán de la guardia de Aquila y villano del filme junto al Obispo, pero Hauer había declinado la oferta por no querer volver a interpretar al “malo “ dejando claro, no obstante, su interés por el personaje de Navarre. Dos días después de recibir la llamada de Donner ofreciéndole el papel, Hauer y su enorme tráiler de dieciséis ruedas estaban en las localizaciones iniciales.
Relato atemporal
Si hay un valor que destacaría por encima de todos los demás en ‘Lady halcón’ es la atemporalidad con la que Donner supo caracterizar a esta arriesgada apuesta que fue su noveno filme: aunque hay algunos detalles —como su banda sonora— que lo atan irremisiblemente a la década en la que se produjo, la voluntad del cineasta de rodar una cinta que capturara de alguna forma el espíritu del cine clásico de aventuras es la que termina triunfando sobre cualquier otra apreciación y la que, personalmente, creo que es la cualidad que mejor define el por qué este filme se ha terminado convirtiendo con los años en un auténtico objeto de culto.
Dicha atemporalidad es la que permite acercarse hoy a él, casi treinta años después, y seguir dejándose maravillar tanto por la belleza plástica de las imágenes rodadas por Donner y, cómo no, asombrosamente fotografiadas por Storaro —un genio con el que el director tuvo sus más y sus menos debido a la fortísima personalidad del italiano—, como por lo cautivador de un relato que desprende un mágico e irrepetible lirismo potenciado, no cabe duda, por la curiosa elección de Andrew Powell como compositor.
Los ritmos del medioevo
“Si había una cinta que pedía a gritos a Jerry Goldsmith, esa era ‘Lady halcón’”. Esta afirmación de Tom Mankiewicz pone de manifiesto mejor que ninguna otra lo mucho que le llegaron a cuestionar sus más allegados a Donner la elección de uno de los miembros de Alan Parsons como elegido para dotar de espíritu al filme.
Pero ni siquiera la sonoras aseveraciones en contra de esta decisión emitidas por Stuart Baird, un editor que de nuevo hace una labor fantástica en secuencias como ese mágico amanecer —la mejor de todo el metraje— que funde a los amantes o todo el tramo final dentro de la catedral de Aquila, serían suficientes para hacer cambiar de opinión a un cineasta que sabía que para ganarse a según qué sesgo demográfico de espectadores, la banda sonora era fundamental.
Y así fue como los espectadores de hace tres décadas asistimos estupefactos a una proyección en la que ya desde los créditos iniciales se nos dejaba bien claro mediante sonoridades electrónicas, ritmos propios de una banda de rock y el uso de una desaforada guitarra eléctrica, que ‘Lady halcón’ no iba a ser una película al uso.
Una arrebatadora historia de amor
Con todas las esperanzas puestas en su más que seguro éxito, ‘Lady halcón’ supuso un nuevo varapalo para Donner de cara a una taquilla que se quedó muy lejos de proporcionar beneficios, recaudando tan sólo 18 millones —algo de lo que fue muy responsable la Warner y su notable incapacidad para entender el potencial del filme a la hora de publicitarlo— . Y la razón que creo mejor explica dicho fracaso es la atemporalidad a la que hacía referencia más arriba.
Habiendo ya mezclado con rotundo éxito formas narrativas clásicas y contemporáneas tanto en ‘La profecía’ (‘The omen’, 1976) como en ‘Superman’ (id, 1978), el ritmo de la acción que Donner imprime a la cinta, con muchos altibajos —y que nadie entienda esto como un defecto— no fue entendido por aquella generación MTV que necesitaba emociones fuertes cada diez minutos y que sintió el filme como un anacronismo poco atractivo.
Fiel reflejo de su creencia en el poder del amor y la amistad, ‘Lady halcón’ se beneficia sobremanera del brillante equilibrio que la cinta muestra entre el drama, el humor y, sobre todo, el romance. Un romance que culmina en un final de esos capaces de emocionar al más pétreo espectador y que, afortunadamente, encuentra su reflejo musical en el bellísimo tema compuesto por Powell para Isabeau.
Poco importan ahora, tantos años después, los éxitos o fracasos de taquilla cuando uno vuelve a asomarse a la historia de amor que Donner plasma con pasión y se emociona como el primer día, sufre como el primer día y aplaude con lágrimas en los ojos como el primer día. La magia del cine que la llaman.
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