Warner tenía problemas. Era así de simple. Durante 1997, un grupo de filmes de gran presupuesto, entre los que se incluían la infumable 'Batman y Robin' ('Batman and Robin', Joel Schumacher) y la reivindicable 'Mensajero del futuro' ('The Postman', Kevin Costner) habían supuesto sonoros fracasos para el estudio, erosionando la impecable trayectoria de Bob Daly y Terry Semel, los dos mayores valedores de Richard Donner dentro de la major.
Un hecho que se vería agravado tanto por la demanda interpuesta contra el dúo por Francis Ford Coppola —por aquél soñado proyecto del realizador de filmar una versión en imagen real de 'Pinocho'— como por los 40 millones de dólares que fueron a parar al desaguisado de 'Superman lives' toda vez que Tim Burton y Nicholas Cage se apearon del proyecto. Estaba claro que Warner necesitaba un blockbuster para el verano de 1998. Y éste llegaría de la mano de Richard Donner.
Habían pasado ya seis años desde 'Arma letal 3' ('Lethal Weapon 3', 1992) y para poder llevar a cabo la cuarta entrega de la saga de acción Warner se vería obligada a superar no pocos obstáculos dado el estrecho margen de tiempo en el que tendría que llevarse a cabo la producción del filme, necesitando la productora mover muy rápido sus hilos si quería dar luz verde a la película antes de que finalizara 1997. Entre los obstáculos a superar dos se planteaban como los más importantes, poder vencer las reticencias de Mel Gibson a repetir su papel de Martin Riggs o la negativa de Donner a rodar una nueva incursión en el universo que él había creado una década antes sin contar con un guión creíble.
Tras muchas negociaciones, los 20 millones de dólares de sueldo y el 17% sobre los beneficios ofrecidos a la estrella fueron más que suficientes no sólo para convencer a Gibson sino para que Glover, Russo y Pesci —que cobró 3 millones por tres semanas de rodaje— estuvieran encantados de volver a repetir sus papeles de Murtaugh, Lorna y Leo Getz. Convencer a Donner fue tarea de un equipo de cuatro guionistas que desarrollaron diferentes tratamientos sobre la idea inicial del cineasta de que la cinta girara en torno al tráfico de inmigrantes. Y aunque no estaría terminado a tiempo antes de que los estudios dieran luz verde a la producción, el potencial que Donner percibió en el libreto de Channing Gibson fue suficiente argumento para convencer al realizador de las posibilidades de la cinta.
Arrancando en enero de 1998, lo inusual del limitado tiempo que se tendría para poder levantar una cinta de tan elevado presupuesto queda explicado en parte porque, gracias a que todos los efectos visuales fueron rodados in-situ y se prescindió del uso del ordenador, la post-producción fue muy rápida. Pero ello no significó, ni mucho menos, que el rodaje fuera un proceso sencillo, encontrándose Donner con una constante traba que le reportó no pocos quebraderos de cabeza y que, además, terminó trascendiendo al producto final: el guión, o quizás sería mejor decir, la ausencia del guión.
Confío en que tendré un guión finalizado para cuando termine el rodaje
En estos términos se expresaba Donner constantemente durante los cuatro meses en los que se prolongó la filmación, dado que en ellos fueron permanentes las reescrituras del libreto, debidas sobre todo a la entrada a última hora del personaje interpretado por el irritante Chris Rock, que obligaría a Gibson —el guionista, claro está— a estar a todas horas en las diferentes localizaciones para escribir o retocar escenas destinadas a rodarse al día siguiente o, en ocasiones, al cabo de pocas horas.
Y si bien hemos comentado en muchas de las entradas de este especial que Donner es un realizador que siempre ha promovido la improvisación en los actores, el no tener un guión sobre el que basar esta improvisación termina provocando que, al ver el filme, la sensación de estar ante un cadáver exquisito cosido de cualquier manera sea demasiado molesta como para ser ignorada.
De un prólogo que nada tiene que ver con el resto de la trama —y con el que Donner quería rendir homenaje en cierto modo a las películas de Bond— el metraje va saltando de set-piece en set-piece sin que el esqueleto que sirve de sustento a las mismas tenga el más mínimo interés, máxime cuando un alto porcentaje de éste basa su efectividad en el limitado humor del que hace gala la cinta, ya sea por mano de unos agotadores Joe Pesci o Chris Rock, ya por lo desgastado de la química entre Gibson y Glover, que para nada funciona como lo hacía en las entregas anteriores.
Por mucho que las escenas entre los dos protagonistas intenten rescatar la sinergia que ambos habían demostrado tener antaño, todo sabe a manido, y la inclusión del hierático villano interpretado por Jet Li —que tuvo que ralentizar sus movimientos de artes marciales para que a Mel Gibson le diera tiempo a memorizarlos de cara a las coreografías— solo agrava la agridulce sensación que desprende todo el conjunto: si de una parte este "último" encuentro con los personajes es en ciertos momentos la despedida perfecta de los mismos, de la otra el halo de agotamiento que dimana del metraje y el pésimo sentido del humor del que hace gala el guión empañan las (pocas) buenas impresiones que sus clásicas secuencias de acción y el emotivo final provocan en el espectador.
Con sus 130 millones de recaudación en Estados Unidos —y 285 a nivel mundial— 'Arma letal 4' ('Lethal Weapon 4', 1998) terminó siendo lo que la Warner esperaba de ella, el filme más taquillero de la productora en 1998. Y aunque las críticas no fueron al compás de la taquilla —¿alguna vez lo hacen?— la apuesta de Daly y Semel había quedado plenamente satisfecha. Ello no sirvió, sin embargo, para que los vientos de cambio que soplaban sobre Warner terminaran concretándose en el cambio de poderes que supuso la entrada de Alan Horn como nuevo presidente de la compañía.
Este cambio incidiría de forma directa en la longeva relación de Donner con la Warner, variando por completo su status de director estrella en una política que supondría el final de toda una era. Como también lo sería el hecho de que 'Arma letal 4' se convirtiera en la última colaboración entre Joel Silver y Richard Donner debido a irreconciliables diferencias que la década transcurrida desde 'Arma letal' ('Lethal Weapon', 1987) sólo había empeorado. Todo comenzaba pues a disponerse para el final de la carrera de un director que marcó una época y a varias generaciones de cinéfilos.
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