'Los Reyes Magos: la verdad' empieza con fuerza y carcajadas, pero le falta mala leche para ser un regalo de Amazon Prime Video en condiciones

Si nos ponemos a buscar en la historia de los falsos documentales, tenemos que irnos hasta uno de los primeros documentales de la historia: 'Nanook, el esquimal' tenía intenciones de ser real, claro, pero estaba todo (o casi todo) preparado de antemano. Fue el propio Flaherty el que dijo que para captar el verdadero espíritu de algo hay que distorsionarlo. Fue lo mismo que debió pensar Buñuel al convertir 'Las Hurdes: tierra sin pan' en una suerte de parodia de los documentales del Sahara que tanto se llevaban por aquel entonces.

Desde entonces, y sobre todo desde la eclosión del reality show, el género ha crecido lo suficiente como para que un falso documental ya no nos parezca rupturista. Víctor García León es plenamente consciente del lenguaje que debe manejar para que una película de este género sea lo suficientemente creíble y, al mismo tiempo, seamos plenamente conscientes de su falsedad. Tristemente, lo que consiguió bordar en la increíble 'Selfie' se agua bastante en 'Los Reyes Magos: La Verdad'.

No te lo perdonaré, Carmena

Los primeros minutos de la cinta de Amazon Prime Video son arrolladores: la nueva representante de los Reyes Magos, una suerte de Paquita Salas mezclada con la inocencia de Magüi, intenta renovar su imagen de marca, dañada por el paso de los años y, sobre todo, por la presencia de Papá Noel. Por eso ha decidido grabar un documental para enseñar a todo el mundo cómo viven, qué les lleva a repartir regalos, su cambio radical de cara al siglo XXI y sus manías. Y es aquí donde se encuentran los mayores hallazgos de la cinta.

Un Gaspar al estilo 'El buen patrón', un Baltasar new age, un Melchor antipático consciente de que es él quien tira del carro... La película no teme tensar el imaginario popular hasta casi romperlo en un primer acto juguetón, divertido y al mismo tiempo apto para toda la familia, que tristemente se vuelve una parodia de la vida moderna y culmina en un mejunje azucarado e infantil que traiciona por completo el espíritu de sus primeros minutos.

Hubo un momento, estoy seguro, en el que 'Los Reyes Magos: La verdad' fue una parodia sangrienta del trío mágico y su adaptación forzosa a los nuevos tiempos, pero tristemente no ha sobrevivido porque no se han atrevido a rodarla sin un final acaramelado. Y es que una película familiar no podía dejar de lado los sueños de los niños, la magia y todas esas zarandajas que no importan en absoluto a lo largo del resto del metraje, más esmerado en crear una personalidad convincente y original de los Reyes Magos que la propia cinta después destroza sin piedad.

Oro, mirra y TikTok

Para hacer más creíble el asunto de hacer más modernos a los Reyes Magos, García León cuenta con una caterva de famosos que se acercan a ellos para dar su opinión, desde Esty Quesada (Soy Una Pringada) hasta Almudena Cid, Lorenzo Caprile, Rozalen, Jordi Hurtado o Inmagic, que tiene una de los mejores gags del conjunto, en el que los Reyes son maltratados en un centro comercial porque los chavales se van a hacer cola para ver a una influencer.

Es cierto que el guion cae un poco en el viejunismo de "Ay, los jóvenes de ahora, cualquiera les entiende", aunque nunca terminan de explotarlo del todo: Baltasar como adicto a Twitter es un concepto tan bueno que sorprende que se quede en un par de gags sin mayor recorrido, y la dieta healthy de los Reyes Magos podría haber ofrecido carcajadas en lugar de un par de chascarrillos. Parece como si, a lo largo del metraje, la película fuera perdiendo a marchas forzadas la mordacidad que sí se intuía en su primer tramo.

El reparto, eso sí, nunca pierde la gracia: la elección de tres actores curtidos pero desconocidos como Reyes es un acierto, porque se trata de la única manera de creernos el rodaje del documental sin estar continuamente fuera del mismo. Los tres consiguen convertir una película que podría ser un desastre en un éxito familiar que se habría beneficiado de estar más centrada en mantener el mismo tono durante toda la película en lugar de dar bandazos entre la sátira más punzante y la película directa a Disney Channel.

Holanda ya se ve

No quiero ser demasiado duro con 'Los Reyes Magos: La verdad', porque no lo merece. Sin embargo, uno no puede dejar de intuir sus intenciones de ponerlo todo patas arriba y de puro gamberrismo familiar truncadas por un extraño sentido de la responsabilidad paternofilial en su último acto, dejando su deconstrucción, que podría ser hilarante, en nada. Mirándolo por el lado bueno, la equidad que consigue entre la sátira adulta y el tono de película navideña familiar no es tan fácil de conseguir, y nunca traspasa líneas rojas infantiles como valorar la mera existencia de los Reyes. Existen, y ya está.

Los mejores momentos de 'Los Reyes Magos: la verdad' son aquellos en los que explican su propia historia: la estrella que siguieron, el niño Jesús, los dos mil años que llevan vivos, la gestión y reparto de los regalos... Es cierto que la película no se atreve a dar nunca el último paso y, por ejemplo, mostrar a Gaspar como un CEO despiadado (aunque no me cabe duda que estuvo en una versión del guion, de la que algo ha sobrevivido en el primer acto) o a Baltasar convertido en tuitstar. Se queda, simplemente, en la cara más amable: en lugar de repasar y dar color a los gags, se limita a abocetarlos, con la loable intención (al menos en una película familiar) de no enfadar a nadie más de lo necesario.

'Los Reyes Magos: La verdad' empieza con muchísima fuerza, lo da todo y sorprende con una mezcla entre 'Paquita Salas' y 'The office', pero pronto se le acaban las ideas y acaba cayendo en un maremágnum de lugares comunes, cameos de famosetes y críticas algo raídas a la modernidad. Bien es cierto que el cine español familiar está más unido a ñoñerías, películas con niños sabelotodos y slapstick burdo y en este sentido se sale notablemente de la media. Con suerte, esta película podrá modelar un cine familiar con un poquito más de mala leche y que no trate a los niños como idiotas. Por soñar, que no quede.

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