Hoy vamos a hablar de una obra maestra. No de la última de la semana; de esas que no podemos evitar encumbrar (yo el primero); tal vez porque, ante el ahogo de contenido que vivimos, solo cabe el flotador de la hipérbole para sobrevivir. Pero la de hoy, la de hoy...
La de hoy, 'El Rey León' ('The Lion King', 1994), ha resistido ya un cuarto de siglo incólume, imperturbable, tan cegadora y lejana como esas estrellas desde las que nos miran, según dice Mufasa, los reyes del pasado.
La vi por primera vez a los nueve años. Por aquel entonces, ya estudiaba cine. Tenía la suerte de que mi padre, cinéfilo impenitente, plagaba nuestro hogar y tertulias familiares del contagioso amor por el celuloide, que en mi caso vivió sus experiencias más seminales en el correr de la cinta por los cabezales del VHS.
Mi amor por el cine cristalizó cuando contemplé, a esa edad, una cinta que mi padre les ponía a sus alumnos de COU con recortes de películas, aderezados con su explicación sobre milagros tan variopintos como el rostro de Juana de Arco en el clásico de Dreyer, el demiurgo del 'Fausto' de Mürnau envolviendo con sus alas oscuras una ciudad, o la inmortal escalinata de Odessa de 'El acorazado Potemkin'. Pero había un fragmento que se me quedó grabado, como diría Kurtz, como una bala de diamante en el cerebro.
Era una misma escena, tomada de 'Alexander Nevsky', también de Eisenstein, previa a la gran batalla. Mi padre ponía la escena desnuda de sonido; luego, la escena desnuda de imágenes; y luego la escena restaurada de imagen y sonido. Lo que quería explicar con ello, evidentemente, era la esencia audiovisual del arte que a ambos nos había atravesado el corazón. El cine es imagen, qué obviedad. Pero también es sonido. Y es solo en la alquimia entre ambas vías, en toda la gradación de quién marca el paso en el vals, donde se gestan las obras maestras.
A la altura de 'El padrino'
Pues bien, en esa alquimia, 'El Rey León' es segunda ante nadie; es más, me atrevo a decir algo que jamás le he oído a ningún cinéfilo (aunque sospecho que a más de uno le ha revoloteado el pensamiento): 'El Rey León' es una candidata evidente a mejor película de la historia del cine. Nadie le discute a este clásico la condición de tal; de clásico. Nadie le discute tampoco el derecho a ocupar el trono del cine de animación.
Pero ninguno, que yo sepa, se atreve a quitarle el apellido de animación y decir lo que se debe decir: que 'El Rey León' está a la altura de 'El Padrino', de '2001', de 'Centauros del desierto', de 'Blade Runner', de 'Ciudadano Kane'... De lo que queramos. Que es cine (y texto) de una categoría como casi nunca se ve, miremos a la época que miremos. Que es, sin duda, la mejor adaptación de Hamlet que haya firmado nadie. Shakespeare incluido.
Yo me atrevo. Nunca me ha faltado corazón para palpitar por aquello que creo que merece palpitarse. He visto esta película más de un centenar de veces. Recuerdo la primera como si fuera ayer, en compañía de mi gran amigo de la infancia, Alberto, y su madre, María José. La vi en el ya extinto Cine Azul, en mi Ferrol, y lloré como jamás había llorado en ninguna película antes.
La escena, ya saben a cuál me refiero, me arrasó. Me arrasó hasta tal punto que a mis nueve años comprendí emocionalmente la muerte, no solo intelectualmente. Comprendí lo que era perder a alguien a quien amabas tanto o más que a ti mismo. ¡Qué digo tanto o más! Mucho más. Nada más fácil que morir por alguien amado. Nada más difícil que perder a quien se ama.
Hace unos días volví a enfrentarme a 'El Rey León'; habrían pasado lo menos quince años desde la última vez. Poco importaba, porque es una de esas películas que puedo reproducir en mi mente hasta el último detalle, como 'Blade Runner', 'Apocalypse Now' o 'Indiana Jones y la Última Cruzada'; banda sonora incluida. Pero por mucho que mi mente sea asombrosamente nítida en la evocación de todos los detalles de estas películas, el impacto emocional del recuerdo, aún del imborrable, palidece ante el reencuentro con la obra. Y eso solo pasa con el arte más sublime, que es peor en la memoria que en la vivencia, y no al revés.
'El Rey León' ha vuelto a arrasarme. Creo que tiene la escena de réquiem más dura de la historia del cine; y creo que vivir tal escena como padre, al menos para una naturaleza sensible como la mía, es uno de los trances más duros al que uno puede enfrentarse a través del arte; que es (no lo olvidemos) ensayo de vida. Ese "¿papá?" me parte el corazón; me hace pedazos, porque pienso en mi hijo y… Enloquezco de dolor. Enloquezco de imaginarlo siendo Simba, con mi oreja muerta entre sus dulces fauces, mientras tira de ella y me dice "tenemos que volver a casa".
Le pedí al buen Juan Luis, prócer de esta casa, que me dejara escribir sobre 'El Rey León' a tumba abierta antes de su reestreno digital por imperativo vital. Porque necesito transmitirte a ti, lector, la urgencia de preservar esta obra maestra a la que la voracidad sin límites de Disney pretende devorar con un supuesto homenaje que es, en realidad, metáfora del capitalismo más repugnante: compre lo último; compre lo mejor; pero con nostalgia.
No puede haber nostalgia con esta película; no puede haber remake. Nos volveríamos locos si alguien lo hiciera con 'El Padrino', '2001' o 'Ciudadano Kane'. Lo aceptamos mansamente con 'El Rey León' porque es un clásico, sí; pero un clásico de animación. Quitémonos la venda de los ojos. Volvamos a ver 'El rey león'. Dejémonos arrasar por uno de los libretos más calibrados, audaces y conmovedores de la historia del cine. Paladeemos una puesta en escena que es resumen de todos los hallazgos del séptimo arte, de las sombras del mudo a las entelequias digitales.
Y, más que nada, abramos el corazón a unos personajes que están tan vivos como cualquiera de nosotros; pero que son, sin duda, nuestra versión más sublime e inalcanzable. 'El Rey León' es intocable, por mucho que la manoseen.
Hete aquí por qué.
Shakespeare mejor que Shakespeare
Voy a empezar por lo más sangrante de la supuesta hipérbole. Lo que afirmo desde el titular: que 'El Rey León' es el mejor 'Hamlet'; incluyendo el original, el de Shakespeare. Antes de rasgarse las vestiduras, invito a una reflexión. Cualquiera que haya leído 'La Ilíada' y 'La Eneida', incluso sin ese lujo que debe ser paladearlos en el original, sabe que la segunda es reflejo de la primera; pero no solo reflejo, sino sublimación de sus virtudes. Virgilio se atrevió a tomarle el pulso a esa entidad colosal llamada Homero. Y le ganó la partida. Así que si Virgilio pudo, la hipótesis de que Shakespeare pudiera ver refinado su texto más inmortal es, como mínimo, plausible.
Pero justifiquemos el órdago. ¿Cómo me atrevo a decir que es mejor Hamlet 'El Rey León' que el propio Hamlet? Pues porque en todas las escenas cruciales de la misma (y las tiene todas), 'El Rey León' alcanza un grado de sutileza, emoción y pureza muy superiores. Y pienso explicar al detalle cada uno de estos epítetos; no me voy a quedar, estén tranquilos, en el mero nombrar. Pero es que además 'El rey león' se atreve a ser comedia de todos los sentidos: musical, surreal, dialogada… Y en todas esas comedias es tan brillante como en el impresionante drama que despliega.
Vamos, que 'El rey león' está mucho más en sintonía con la riqueza ambigua de 'La tempestad' que con la perfección trágica (pero solo trágica) de 'Hamlet'.
Pero vayamos al drama, a la tragedia, y desgranémoslo con tiento, comparando uno y otro.
Empiezo por el hecho crucial, la muerte del padre a manos de su tío. Aquí no creo que nadie se atreva a poner en cuestión que 'El Rey León' ridiculiza al original. La muerte del padre en Hamlet es una elipsis que se salda con el encuentro (muy temprano) con el espectro. La muerte del padre, Mufasa, en 'El Rey León' es una agónica escena (con ella cerraremos el artículo) de un despliegue audiovisual apabullante en cada uno de sus tramos. Y que culmina con ese momento, prolongado hasta lo insoportable, de Simba asumiendo la consciencia de la muerte del ser que es su Dios: su padre.
Sigamos por hechos y personajes cruciales: la figura del villano; el tío. No digo que Claudio como personaje carezca de interés, pero desde luego está a años luz de la grandiosa perfidia de Scar. Ya desde su primera escena, que es la primera propiamente de la película después de ese indescriptible prólogo que hubiera rubricado el mejor Coppola, Scar demuestra un carisma, una agudeza, una ironía y una maldad que lo hacen el malvado perfecto. Pero está lejos Scar de ser un villano de opereta, un mero títere del mal en función de la trama. No. Como su espalda torcida, Scar es un alma quebrada por su infinita envidia; es un Caín consumido (físicamente incluso, como refleja su delgadez) por el odio hacia Abel.
Scar tiene diálogos inolvidables, pero probablemente mi línea favorita la da en la conclusión de esta escena, justo después de fingir vasallaje ante su hermano, que ha venido a recriminarle su ausencia en el bautizo de su hijo:
Scar. Jamás soñaría con retarte.
Zazu. Vaya, es una pena. ¿Por qué no?
Scar. En la inteligencia me ha tocado la parte del león, pero en que lo respecta a la fuerza bruta… Me temo que en la genética he salido perdiendo.
Y se va, con andar flojo y humillado, pero con esa hoguera que tiene en los ojos verdes, el único león con tal color, ardiendo de ira.
Vayamos, pues, al rey difunto. En 'Hamlet' jamás conocemos las virtudes o defectos del rey; nos enfrentamos ya a su espectro y debemos asumir, merced a la pasión de Hamlet, que merece ser vengado. ¡Qué diferencia con el Mufasa de 'El Rey León'! Es imposible, salvo que uno esté tan roto y enfermo como Scar, no enamorarse con fervor de la grandeza moral de Mufasa. La película dedica un tercio de su metraje a que entendamos la enormidad de Mufasa como padre, como esposo y como rey. Un ser perfecto, un dios, y al mismo tiempo un ser falible, vulnerable, enternecedor.
La escena que convierte a Mufasa en el mito que rebosa la mente del espectador no es, a mi parecer, su inolvidable muerte. Es lo que pasa justo antes, en esa supuesta lección severa que le va a dar a Simba por haber explorado la única región que le prohibió; instigado, evidentemente, por Scar. Cuando Zazu y Nala abandonan la escena, a Mufasa se le cae por fin la fachada.
Simba. Tú nunca tienes miedo a nada.
Mufasa. Hoy lo he tenido.
Simba. ¿Sí?
Mufasa. Creí que te perdería.
En ese justo momento, en una de tantas decisiones audiovisuales estratosféricas, suena el mismo coro y melodía que oiremos cuando Simba asuma que, en efecto, ha perdido a su padre. Pero la primera vez que oímos estos coros solemnes, que representan a la muerte de maneras muy distintas, es para escuchar la bellísima explicación sobre qué son las estrellas que brillan en el firmamento. Según le dijo una vez el padre de Mufasa, como él hace ahora con su hijo, se trata de los ojos de los antiguos reyes. La película, de nuevo con una sutileza (y contundencia) sin par, advierte al espectador en la última línea de diálogo de Mufasa.
Mufasa. Sea cuando sea que te sientas solo, solo recuerda que esos reyes estarán siempre allí para guiarte. Y yo también.
Esa promesa se plasma en la que es, sin duda, la escena más famosa de Hamlet: el encuentro con el espectro del padre. Pero en la obra, sucede demasiado pronto (Acto 1, Escena 5). 'El Rey León', con suma inteligencia, la desplaza al momento crucial de la película, cuando el Simba reluctante de aceptar su pasado se encuentra con Rafiki y descubre, en su reflejo sobre una charca, que su padre habita en él.
En el momento en que es consciente de tal hecho, las bóvedas de los cielos se abren y Simba puede reencontrarse con su ser más amado. Y Mufasa, evidentemente, no decepciona. Es más, al contrario que el fantasma que acosa a Hamlet para pedirle venganza (un acto egoísta, innoble) la única petición de Mufasa es la siguiente: "Recuerda quién eres. Recuérdalo… Recuérdalo…" Cómo duele ver esta película. Cómo se clava en el alma.
Vayamos al final, a ese final trágico que en Shakespeare es convención del género. Lo ejecuta con una brillantez estratosférica; pero muere hasta el apuntador. No hay lección moral porque el héroe nada aprende; solo fatalidad. Comparemos eso con el Simba que se niega a matar a su tío y que de hecho, ni siquiera tras su cruento combate, lo mata: Scar muere devorado por las hienas. Y comparémoslo sobre todo con lo que pasa después del combate, que analizaremos audiovisualmente más adelante en sus pormenores: Simba ascendiendo el Monte del Destino y estallando en un rugido que parte el cielo en dos, trayendo de nuevo la lluvia y con ella la vida.
Shakespeare, sintiéndolo mucho, y aunque siempre tenga el mérito de ser, como lo fue Homero, el primer colono, se ha quedado muy, muy lejos de lo logrado por los artesanos de Disney en la cúspide de su genio.
El 'viejo' cine
"Cuando el cine moderno y su narrativa se volvieron realmente sofisticados en la época del mudo, en Berlín, y estos alemanes estaban realmente aprendiendo a cómo contar una historia con imágenes, el sonido irrumpió y freno en seco todo y las películas se convirtieron en obras de teatro."
El que habla es un tal Francis Coppola. Un amante del cine y un hombre que hizo del pastiche y de la nostalgia, de la exhumación de ese cine silente de muerte prematura y sus recursos, una pluma de oro con la que firmar no pocas de las páginas más brillantes de la historia del cine. Coppola recobró la sobreimpresión, el montaje en paralelo, el montaje de atracciones, el trucaje de cámara, el uso de las sombras, los encuadres aberrantes, la cámara lenta y los ralentís, hasta la sustracción de fotogramas para ese movimiento irreal, por lo escaso de los mismos, que tenían los actores en el mudo.
Inolvidable, por ejemplo, esta secuencia del 'Drácula de Bram Stoker', su película más abigarrada y también la más genial en recursos audiovisuales, en las que Coppola hace algo que solo un genio total puede permitirse. Filma a Drácula en montaje acelerado, sustrayendo fotogramas, por las calles de Londres, y de pronto, cuando este se cruza con Mina, pasamos de esa aceleración al ralentí. ¿Por qué? Porque Mina es esa criatura, Elizabeta reencarnada, por la que cruzó "océanos de tiempo". Lógico es que el tiempo se detenga a su paso, incluso el tiempo del sobreagitado siglo XX.
Pues bien, 'El Rey León', por lo que fuera, y fue algo que se mantuvo también en la siguiente película, la muy, muy notable 'Pocahontas', decidió emprender esta vía de los recursos del mudo en una cinta de animación supuestamente para niños. Su lenguaje cinematográfico es expresionista y sofisticado y usa todos estos recursos que hacían perder el sentido al Coppola que así hablaba en una entrevista publicada por The Talks el 8 de febrero de 2012.
Detengámonos en unos cuántos gifs para apreciar cuántos de estos recursos se embeben en 'El Rey León'.
Pero no solo al mudo apunta 'El Rey León'; el otro gran baluarte de la puesta en escena, norteamericana en este caso, que continuaba preservando el cine como fasto audiovisual en el despegue del sonoro y no como mera obra de teatro filmada, fue, sin duda, el musical. En el musical el juego audiovisual del encuadre, el travelling y el montaje alcanzó sofisticaciones extraordinarias, que luego cineastas como el propio Coppola ('Corazonada') o Spielberg ('Indiana Jones y el Templo Maldito') resucitaron en su mirada nostálgica, mas renovadora, al erario cinematográfico.
Pues bien, también en esto brilla 'El Rey León' al máximo nivel. Cualquiera de sus números es inolvidable, arrancando por ese prólogo que tiene, al menos, la misma intensidad que los dos que más me han impresionado jamás: 'Apocalypse Now' y 'Drácula de Bram Stoker'; ambos, cómo no, de Coppola. Desde el ascenso del sol, con ese estallido de voz africana punteado por percusiones y coros, 'El Rey León' golpea como un mazo los ojos del espectador. Lo hace contemplar lo sublime con un ejercicio sobrecogedor que, sin embargo, jamás se siente abigarrado o en falsete. Es, como lo mejor de Kubrick, pero con el corazón de Spielberg, pura pasión de narrar en audiovisual.
Es imposible destacar un solo momento de este prólogo, así que dejo unos cuántos reseñados en gifs a continuación que me abruman. Son instantes de lo sublime que reflejan hasta qué punto está cuidado este arranque, que se cierra con una percusión ensordecedora y las letras del título en rojo sobre negro, como acuñando, otra vez, a lo Coppola, que lo que se va a ver es extraordinario. Pero sin la necesidad de decirle al espectador quién es el autor de la obra; por ahí van los tiros de ese epígrafe que he titulado: 'Los rostros'.
Dejo un par de apuntes de los otros números musicales. 'Yo voy a ser el rey león' tiene un arranque increíble porque cae directamente en el expresionismo cromático más extremo. El salto de Simba sobre Zazu cambia todos los colores de la escena, convirtiéndola en una extensión del ánimo jovial y bravucón del joven príncipe. Los juegos exagerados continúan hasta ese travelling ascendente, de matrioska encerrada en matrioska, que va desvelando el número de funambulistas con el que todos los animales levantan una torre de cuerpos que coronan Nala y Simba, antes del cómico colapso.
Brillante es también el fascista número de Scar, con una escena, la del desfile de las hienas, con ecos de 'El triunfo de la voluntad' de Riefenstahl. Y en el más icónico por su legendario y filosófico estribillo, "Hakuna matata", hay una elipsis con sobreimpresiones acompañada de un crescendo de voces masculinas y joviales y el vibrar de un arpa que es una delicia absoluta. Lo es también el descenso de los cuerpos entrelazados de Nala y Simba en 'Es la noche del amor', la primera vez en la que Simba consigue ganarle un lance a su futura mujer, porque ella se lo permite.
Precisamente relacionado con lo musical, y con aquella anécdota que te he contado de la escena que mi padre reproducía (muda, ciega y plena) de 'Alexander Nevsky', 'El Rey León' es una película matemática en el sentido musical; ni Eisenstein medía tan bien cuándo usar los silencios y cuándo las melodías. Es algo que exigiría un capítulo aparte, o más bien un libro, para abordarlo con toda la hondura que requiere. Baste aquí reseñar su existencia. La locura cómo los artífices de esta obra maestra fundieron fotogramas y melodías para elevar cada emoción que provoca lo narrado a su máxima pureza.
Me queda comentar, de los recursos y guiños de la puesta en escena, la maestría con la que integra la técnica dominadora que forjará el futuro del cine en el siglo XXI: los efectos digitales. La famosísima estampida de ñus, imposible por métodos tradicionales de animación, es un prodigio que no ha envejecido, a diferencia de los aún fascinantes, pero ya no tan creíbles dinosaurios de 'Parque Jurásico'. Hasta en esto, en ese digital que ahora intenta reemplazarla, 'El Rey León' es perfecta.
Circularidad y crescendo
Los dos próximos apartados serán breves, porque dependen sobre todo de la observación pausada de las imágenes y requieren de poco texto para enriquecerlas.
Si 'El Rey León' es una película con movimiento y velocidad, entonces, solo podemos hablar de dos fuerzas esenciales en su montaje y narrativa: la circularidad y el crescendo.
Para entender la primera, basta observar estos tres gifs.
En ellos vemos cómo Rafiki, ese Gandalf enloquecido (tal vez más Dumbledore o Yoda que Gandalf), se ilusiona, decepciona y vuelve a ilusionarse con gestos gemelos sobre su dibujo de Simba. A través de este dibujo, la cinta puede marcar visualmente el viaje de su protagonista, sus hitos narrativos antes de embocar su destino final.
La circularidad está, evidentemente, en todo. De hecho 'El Rey León' es uno de los mejores ejemplos para que estudiantes de cine aprendan a no dejarse pistolas de Chejov por el camino, visuales o de guion. Todas sus imágenes y palabras están interrelacionadas. No hay nada superfluo en su muscular metraje de hora y media. Ni un solo paso en falso. Y todo tiende a establecer juegos de espejos. Hasta el punto de que Scar, al ver cómo cuelga su sobrino del abismo igual que colgó su padre, se atreve a decir: "¿A qué me recuerda esto?".
El crescendo es algo más ligado al montaje y al diseño de sonido y banda sonora. El crescendo es la razón de ser de 'El Rey León'. Es una sucesión de crescendos sonoros, visuales y narrativos. Abre en lo más alto, una escena que es una apoteosis que empieza muy arriba, luego baja y luego vuelve a subir más arriba aún. Luego se calma hasta el siguiente crescendo, el cementerio de elefantes y la huida de las hienas. Luego, su crescendo definitivo, la muerte de Mufasa en la estampida. Y de ahí a un tramo cómico y aparentemente indolente que prepara el último de los crescendos: el encuentro con el fantasma de Mufasa y la aceptación de la corona por parte del futuro rey.
Ritual y legado
Más breve aún que el anterior. Miremos estas parejas de gifs.
Como podemos ver, 'El Rey León' usa como 'El Padrino' los símbolos del bautismo para blandir un poderío audiovisual que simboliza el destino de los personajes. Lo hace, por supuesto, en la dirección contraria, condenando a Michael y bendiciendo a Simba.
El rito, gracias a la presencia de Rafiki, y a la estructura circular de prólogo y epílogo, juega un papel esencial en 'El Rey León'.
Y si hablamos de legado, hay que hablar de animación. ¡Qué pocas, qué pocas interpretaciones de carne y hueso, con o sin ayuda de maquillaje, logran reflejar sin palabras la simetría del padre y el hijo! Las únicas escenas comparables que me vienen a la mente son, evidentemente, las sobreimpresiones entre Vito y Michael que cuajan 'El Padrino II' y una mucho menos célebre, pero igualmente magnífica: ese plano de perfil de Tom Hanks y Paul Newman en 'Camino a la perdición' mientras tocan juntos un dueto de piano; padre e hijo, sino de sangre, sí de espíritu.
Los animadores de Disney se salen en este aspecto. Primero, porque son lo suficientemente inteligentes para introducir sutiles cambios anatómicos en el rostro de Simba para que no sea el mismo de su padre, sobre todo cuando las expresiones de tal rostro apuntan a la duda. Pero cuanto más acepta su destino, más la milagrosa animación nos sugiere cuán cerca está ese rostro del de Mufasa.
El momento culminante, por supuesto, el ascenso al Monte del Destino bajo la lluvia. En un momento colosal, perfectamente orquestado con la música, Simba alza el rostro con orgullo. Y, por un instante, es la viva imagen, viva hasta lo indistinguible, de Mufasa.
Justo antes de gritar, escucha, desde el firmamento, en la voz de su padre, una palabra.
"Recuerda."
Simba recuerda.
Y ruge.
Los rostros
"Pues este negocio puede ser muy difícil. Intenté levantar proyectos que, por alguna razón, se cayeron. ¿Quieres financiar una película?"
Hay cosas que me hacen hervir la sangre. Estas palabras de Roger Allens están entre ellas. Son de una vieja entrevista (septiembre de 2011) realizada por DVDdizzy que merece mucho la pena. En ella, Allens y Minkoff reflexionan sobre este monumento al cine que crearon a la primera, pues era el debut de ambos como directores de largometrajes. Y cuando llega este momento, en el que Allens confiesa lo difícil que le fue continuar con su carrera, yo no me lo puedo creer.
Y me hierve la sangre porque me doy cuenta de lo azaroso y estúpido del glamour, que permite a los directores de carne y hueso que triunfan ser primma donnas y sin embargo relega a los directores de animación a actores comparsa intercambiables como cromos.
Claro que luego...
Luego recuerdo algo que me dijo Rami Ismail en una entrevista reciente en el congreso Gamelab sobre la autoría en videojuegos: "Creo que lo estamos haciendo mejor que el cine. En el sentido de no destacar un solo rostro." Esto me hizo pensar hondamente en la veneración cinéfila por los directores. Es obvio que la visión parte de ellos, pero también es obvio que dicha visión opaca el trabajo de cientos y cientos de artistas sin los cuales la película tampoco es posible.
Pero es que en el caso de la animación esto es aún más sangrante. Y el caso es que tanto Minkoff como Allens dirigieron más películas tras 'El Rey León'; ni una rozó siquiera la calidad de esta. ¿Qué me cuenta esa historia? Me cuenta el papel crucial que jugaron el resto de piezas para que esto sea lo que es, una de las mejores de la historia.
Ahondando en la entrevista con Minkoff y Allens uno se entera de cosas alucinantes. Por ejemplo, que 'El Rey León' era la risk bet del estudio, en la que Disney no creía nada, y que por eso se les dio a Minkoff y Allens un equipo de animadores junior para hacer el trabajo, animadores que, como ellos, tenían la primera oportunidad de su vida de demostrar lo buenos que eran.
Se entera uno también que no fueron Minkoff y Allens los que atraparon a Shakespeare en esta historia, sino que fue una voz anónima —en una reunión con Michael Eisner, Jeffrey Katzenberg, Peter Schneider y Tom Schumacher para pitchear la película— la que dijo que estaban haciendo Hamlet. La consecuencia de esta opinión, que Minkoff ni recuerda quién era, fue la siguiente:
"Todo el mundo respondió favorablemente a la idea de que estuviéramos haciendo algo shakespiriano, así que continuamos mirando la manera de modelar nuestra película basándonos en ese clásico universal".
¿Qué hubiera pasado si ese alguien que la cazó al vuelo, que vio a Hamlet en aquel bosquejo de 'El Rey León', no hubiera estado allí? ¿Qué hubiera pasado si Irene Mecchi, Linda Woolverton y Jonathan Roberts no hubieran clavado este Hamlet mejor que Hamlet en su libreto? ¿Y qué ocurre con los otros veintiséis guionistas, ¡veintiséis!, que contribuyeron con crédito a este libreto?
Creo que 'El Rey León' es ejemplar e ideal candidata a mejor película de la historia del cine también por esto, porque en su urdimbre es evidente el valor del colectivo que la hizo posible; porque la historia, siempre ridícula, de atribuir a un solo responsable la brillantez del conjunto en este caso resulta tan sangrante que no se sostiene de ningún modo.
El cine es, como bien nos decía John Bailey, en esa entrevista extraordinaria que nos concedió el presidente de la Academia de Hollywood, un acto colectivo de unas individualidades de inagotable talento reunidas por un tiempo efímero e infinitamente intenso para crear arte. Entendiéndolo así, qué mejor película que 'El Rey León' para abanderar el séptimo arte.
La Escena
Termino, como no podía ser de otra manera, con La Escena. La única que puede nombrarse en mayúsculas. Y lo quiero hacer sin decir gran cosa, solo elegir unos cuántos gifs de cada uno de sus tramos.
La estampida
La traición
La muerte
El réquiem
Un último apunte. Mientras cortaba las decenas y decenas de gifs para este artículo, mi hijo (tres años) se empeñó en subirse a mi regazo, a ver. Le dije si quería ver el arranque; me contestó que sí. En silencio, lo observé mientras contemplaba 'The Circle of Life'.
Su mirada y su boca entreabierta se irán conmigo a la tumba, a ese espacio de luz en la noche donde los reyes del pasado nos contemplan.
*Nota: el artículo original reflejaba un dato erróneo, la popular atribución del apellido Ford de Francis Ford Coppola a un homenaje del cineasta a John Ford. En realidad fue el padre de Francis, Carmine, el que le dio ese Ford extra en honor al magnate Henry Ford.
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