En este país pillamos la libertad de expresión que siguió a la muerte del Franco a finales de los setenta con tantas ganas que casi la desgastamos de puro abuso. La consecuencia: hace cuarenta años que nos resulta absolutamente imposible contemplar con un mínimo de confianza, cuando no directamente sin cachondeo, cualquier cargo público en España. Por eso, décadas después de parodias, sátiras y críticas feroces, con el respeto por las instituciones absolutamente desintegrado, hay que ir un paso más allá si la crítica no quiere verse anulada por su propia ironía.
En 'El rey', Alberto San Juan y Valentín Álvarez se inspiran en su propia obra de teatro, prácticamente idéntica en el texto y solo algo menos sofisticada en las formas, para plantear un demoledor retrato de Juan Carlos I y, por consiguiente, de toda la estructura política de la Transición. Mezclando declaraciones y datos reales con reflexiones y monólogos interiores inventados, y puntuada por una serie de comparsas clave para entender el paso en España de la dictadura a la democracia (Carrero Blanco, Tejero, Suárez, Felipe González, Franco), la película tira a matar en todo momento.
La película compone un retrato del Rey Emérito como un hombre despiadado y rencoroso. Pero también muy humano en su equilibrio entre una ambición de poder desmedida que le lleva a traicionar a su padre y a resistirse a abandonar el poder (más allá del dinero o el reconocimiento, la película habla del ansia de amasar poder en estado puro), y cierta ingenuidad que le lleva a creer que, en cierto modo, hace lo que tiene que hacer por el bien de España. La extraordinaria interpretación de Luis Bermejo como Juan Carlos I, que le otorga un aire implacable y cruel, pero también frágil y dubitativo, es el centro perfecto de esta semblanza.
En torno a Juyan Carlos I orbitan una serie de personajes siniestros de nuestra historia reciente, pero curiosamente la película no se distrae más de la cuenta con Letizias, Marichalares o Urdangarines, sino que va al mismo tuétano de la cuestión. A Tejero. A Carrero Blanco. Al mismo Franco. Todos interpretados con ojo para la sátira pero sin forzar la caricatura, por dos grandísimos Guillermo Toledo y el propio San Juan. 'El rey' defiende apasionada y visceralmente, con una furia absolutamente contracorriente, pero también con inteligencia y una avalancha de datos históricos indiscutibles, la teoría de que la institución monárquica está podrida desde el tuétano porque nació de forma ilegítima, promulgada por un régimen que no tenía razón de ser.
'El rey': la extinción del elefante blanco
Muchos espectadores encontrarán como una pega importante en la película su empleo de recursos teatrales que pueden dar la impresión de cierta desidia en la puesta en escena, ya que hay pocas modificaciones con respecto a su precedente escénico. Esto es, escenarios abstractos, iluminación rebosante de claroscuros, incluso actores interpretando a distintos personajes. Sin duda, una decisión de relativa radicalidad (que entronca quizás con el Von Trier de 'Dogville', pero con una intención mucho menos simbólica), pero perfectamente legítima si dejamos los prejuicios en la puerta.
Uno de los motivos de esta decisión estética, de la que se responsabiliza Valentín Álvarez, es obviamente lo limitado de los recursos de la producción, a medias crowdfunding y a medias modestísima aportación del Teatro del Barrio: el elenco de actores llegó incluso a renunciar a su sueldo para reducir gastos y que saliera adelante la película. Además, está la indiscutible condición de naturaleza perenne del cine frente a la naturaleza más etérea del teatro. San Juan y Álvarez entienden que es importante que lo que cuenta 'El rey' perdure, y una versión cinematográfica de la pieza teatral es un buen sistema.
Pero por encima de todo de cuestiones prácticas, el mejor motivo para recurrir a esta estética experimental y teatral está en el aire onírico y siniestro de la historia, tan llena de claroscuros como las cuatro últimas décadas de España. Los actores dando vida a varios papeles son un obvio recurso para economizar, pero también un claro mensaje de que los protagonistas de nuestra modélica Transición son desdoblamientos de la sombra del cadáver de un militar. Es decir, que la naturaleza teatral que marca la película desde su mismo origen es especialmente adecuada para escenificar la pesadilla de un poderoso cuya carrera, cuenta la película, tiene mucho de artificial y prefabricado.
'El rey' es combativa y necesaria, pero no le falta retranca: retratos como el de Tejero o determinados diálogos grotescos (aunque escalofriantes por lo verosímiles que suenan) de Franco rezuman lo mejor mala baba de la salvaje tradición satírica española. Por supuesto que el mensaje de Álvarez y San Juan mensaje tiene poco de conciliador y mucho de incendiario, pero como buenos bufones dispuestos a arriesgar el cuello para señalar las vergüenzas del rey desnudo, los directores de esta película minúscula y necesaria saben bien que la elegancia estética no está reñida con la filosofía del lanzallamas.
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