Hay algo redundante en volver a ver 'Doce Monos' ('Twelve Monkeys', 1995): es una película sobre recuerdos del pasado a los que volvemos una y otra vez, y es una película que también conforma mi propio pasado.
La película tenía fama de extraña durante mi adolescencia y algunos de mis amigos y yo la descubrimos y adoramos sin entender muy bien por qué razones: sabíamos que Bruce Willis, de protagonista, no se parecía a sus otros papeles, sabíamos que había algo extraño y trágico en el final, nos fascinaba la historia y sus pistas sin respuesta.
No resulta extraño que haya inspirado una serie de televisión: su estructura de misterio es perfecta para un sinfín de continuarás y la ciencia ficción no lineal ya tiene acreditada su valía en el medio desde 'Perdidos' (Lost, 2004-2010).
El estilo de Terry Gilliam siempre me ha parecido fascinante, pero nunca necesariamente una bendición. Pongamos por caso una de sus películas más celebradas, 'Brazil' (id, 1985).
Ciertamente, durante casi dos tercios, la pelicula es inventiva.: plano a plano, idea a idea. Pero Gilliam se parece, al mismo tiempo, demasiado al Fellini tardío: sus películas terminan siendo encadenados de viñetas, sin un surrealismo lo suficiente potente en el todo para disculparlas.
Cuando encuentra un proyecto donde las viñetas se ajustan a una subjetividad, funciona. Como 'Miedo y asco en Las Vegas' (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998). Pero su mejor película sigue siendo esta que, significativamente, no escribió.
Y el argumento parece, en principio, habitual de la ciencia ficción.: un soldado viaja al pasado para evitar la expansión de un virus. Juzgando que la extraña secta de los Doce Monos es la responsable de los ataques del futuro, perseguirá el origen del virus y caerá enamorado de una doctora, Kathryn Railly.
Vértigo
'La Jetée' (id, 1962) es el hermosísimo mediometraje que inspiró la película. Chris Marker partía de 'Vértigo' (id, 1958) y, además de reconocer la influencia, 'Doce Monos' contiene una hermosa escena donde los protagonistas hablan de la película. Dicen que no es la película de Alfred Hitchock la que cambia si no ellos mismos.
En una película sobre la naturaleza polisémica del recuerdo resulta adecuado. Pero sucede lo mismo para el espectador de la película: Doce Monos pasa de ser una rara historia de amor a una honda reflexión sobre el amor, los sueños rotos y el fracaso (incluso en una dimensión política) si ha pasado el tiempo suficiente.
La película fue escrita por David Peoples, y de su trilogía de hombres solitarios al límite, junto a 'Blade Runner' (id, 1982) y 'Sin Perdón' (Unforgiven, 1992) esta es la mejor. Probablemente por su estructura no linear, porque su héroe es el más ambiguo y el más herido y porque su final resulta inteligente, finalmente dolorosa.
Quizás por eso mismo el habitual festival del estilo de Gilliam, contrapicados expresivos, frenéticos travellings, ángulos abiertos resulta más que adecuado y tan magistral. Brad Pitt ofrece su talento para el habitual y paranoico secundario gilliamesco, y Willis y Madeleine Stowe ofrecen una convincente historia de amor y recuerdo.
El guión de Peoples sigue siendo la misma historia hermosa y perfecta de Marker: un hombre, atormentado por un viejo recuerdo, viaja al pasado para salvar al mundo, donde se enamora de una mujer. Una vez salva al mundo, regresa a por la mujer y solamente allí entiende el recuerdo que le acecha.: el de su muerte.
Borgiano, pues, el cortometraje de Marker es hermoso, exacto, con narrador. Gilliam es poético, abigarrado, con subjetividad. Estamos dentro de la mente fracturada. Ya no asentimos a la perfecta ruptura entre narración e imágenes y sonido del genio Marker.
Ahora presenciamos el relato desde la mirada de él. El recuerdo, en la versión de Gilliam y Peoples, es un presagio: es el sueño de los años y del porvenir. El viaje en el tiempo no tiene final, como la memoria misma no desaparece si no que regresa una y otra vez con otro significado.
Y como esta obra maestra lírica, sensacional, perfecta.
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