'Retorno a Seul': una auténtica 'Lost in translation' coreana que fascina y deja heridas abiertas en el espectador al hablar del poder y el dolor del rechazo

Corea del Sur es un lugar emocional.

'Retorno a Seúl' es un tapiz poblado de momentos únicos que se quedan a vivir con nosotros aunque no queramos, instantáneas sueltas de una vida marcada por el rechazo y el dolor de un abandono cuya herida se reabre de forma casual y jamás vuelve a cerrar del todo. Freddie baila. Llora de frustración. Toca el piano. Junta unas sillas dispuesta a conocer gente. Habla coreano a duras penas. Languidece ante 22 palabras. Manda un WhatsApp. Vuelve, una vez más, a unos orígenes que jamás quiso conocer. Ocho años encapsulados en casi dos horas del mejor cine del año.

Nostalgia inexistente

Al igual que ya pasó con esa obra maestra contemporánea que es 'Aftersun', 'Retorno a Seúl' va ganando peso en tu cabeza a medida que la vas recordando. Esas frases que no pueden caer en el olvido, esas despedidas forzadas, esas citas de Tinder que llevan a un incierto futuro laboral: es posible que esta sea la película que mejor muestra cómo la propagación de cientos de sentimientos distintos al mismo tiempo lleva a las peores decisiones posibles, al bloqueo mental, a la guerra continua con uno mismo en la que nunca puede haber vencedores.

Cuando Freddie llega a Corea de pura casualidad no tiene ninguna intención de buscar sus raíces. Literalmente, lo único que quiere hacer durante dos semanas es hacer turismo, conocer gente y hacer amigos. Sin embargo, no puede evitar dejarse llevar por esa vocecilla interior que le pide saber de dónde viene... Y descubrir dos cosas: primero, que sus anhelos siempre son mejores en la imaginación que en la realidad. Y segundo, que ese lapso de 25 años sin sus padres biológicos no solo había existido para ella, sino también para otras personas.

El dolor y la frustración compartidos, dan lugar a unas maravillosamente tirantes escenas en las que se trata de llenar huecos en el tiempo que jamás podrán hacerlo. El padre de Freddie insiste en comprarle unas zapatillas que no necesita, y ella las deja atrás como manera de decir adiós a esa parte de ella misma. Sin embargo, cuando has abierto la caja de Pandora, es imposible cerrarla, y lo que en un principio iba a ser un viaje se convierte en una tradición que modela a un personaje magnífico.

Retorno a la soledad

Los saltos temporales que la cinta da (y que al principio descolocan) permiten ver no solo la evolución de Freddie, sino también constatar cómo un día puede marcar el resto de tu vida. Más allá de su primera visita nos volveremos a encontrar con ella en Seúl de diferentes maneras, pero con una nueva personalidad que siempre tendrá en el fondo la lucha interna entre quién es y quién podría ser. El pasado que nunca existió y el presente que la impide ser feliz, llenándolo con sexo sin sentido, música, parejas a las que puede borrar con un chasquido de dedos.

Es interesante cómo en 'Retorno a Seúl' su protagonista está literalmente 'Lost in translation': a medida que va pasando el tiempo consigue sintonizar con su padre aprendiendo palabras de un idioma con el que espera poder llenar un vacío interior. Sin embargo, al encontrarse en el lenguaje se pierde parte de la fascinación. Comprenderse es un escollo, y Freddie no puede evitar sentirse de nuevo abandonada, casi confundiendo sus sentimientos con sus deseos. No es que esté sola: es que, cree, desea estarlo.

Freddie no puede caernos mal. Es absolutamente absurda, imperfecta y amoral, pero también está rota por dentro, y la única manera de volver a unir sus propias piezas es tratando de entenderse a ella misma. Y para eso necesita tener el puzzle al completo para ordenarlo mentalmente: incluso cuando la película se prepara para darnos el mazazo final, en un magnífico plano dentro del baño de un hotel en el que es inevitable no sentir que algo dentro de nosotros no se hace trizas, lo hace con una sensibilidad única e irreprochable.

22 palabras

Si esperas un thriller de una joven en búsqueda desesperada de sus orígenes o un drama en el que todos los sentimientos se expongan y se debatan, esta no es tu película: 'Retorno a Seúl' se mueve entre la sutileza, la personalidad compleja de una protagonista rabiosa e incontrolable, el análisis del concepto mismo de familia y un plano subyacente que sobrevuela la cinta en el que Freddie, tratando de engarzar con su pasado y hacer un favor a Corea, termina abriendo heridas que ya estaban cicatrizadas.

Park Ji-min ofrece en su primera interpretación matices, capas, aristas y dudas que muchas otras actrices estarían persiguiendo durante años. Este es un papel icónico que sabe aprovechar el valor de una dirección potente y un guion sutil para elevarlo a nuevas cotas. Y lo mejor es que Freddie no está sola: junto a ella, una caterva de secundarios se muestra esculpida al detalle. Ese padre que no echa de menos a su hija, sino al concepto de su hija que tiene en la cabeza. Esa madre ausente que lo dice todo en su silencio. Esa amiga confusa que pese a todo no puede evitar sentir compasión. Todo confluye, cada escena tiene un motivo, no hay nada al azar ni sobrante.

He intentado de manera muy consciente evitar hablar del running gag de la cinta, que en el fondo tiene mucho más calado del que parece, porque es mejor que os sorprendáis al verlo. Descoloca, sí, pero si piensas en el pasado militar coreano pinta aún más el cuadro de desolación de un personaje que cree entender un entorno que jamás la entenderá a ella. Tristeza, falta de entendimiento, heridas abiertas y mensajes que no llegan: 'Retorno a Seúl' es un lugar al que volver.

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