La muerte de Jorge Grau nos deja sin uno de los grandes nombres del cine de terror español. Suya es la que para muchos aficionados es la gran película de horror de nuestro cine, y su nombre, pese a sus escasísimas incursiones en el género y su breve filmografía, figura junto al de maestros más especializados y recordados. Solo con 'Ceremonia sangrienta' y 'No profanar el sueño de los muertos' (conocida fuera de España como 'Living Dead in the Manchester Morgue') ya merece ser considerado como todo un clásico.
De hecho, en la esencial monografía sobre el cine fantástico y de terror español 'Silencios de pánico', Diego López y David Pizarro lo mencionan como parte imprescindible de un trío de autores que, a diferencia de nombres eternos como Paul Naschy, Jesús Franco y Amando de Ossorio, hizo incursiones solo ocasionales en el terror. Los otros dos directores citados son, cómo no, Eugenio Martín ('Pánico en el Transiberiano') y Chicho Ibáñez Serrador ('La residencia' y '¿Quién puede matar a un niño'?). En los tres casos, sus películas se convirtieron de inmediato en éxito fuera de nuestras fronteras.
'No profanar el sueño de los muertos' cuenta cómo, tras un accidente de tráfico cerca de Manchester, George (Ray Lovelock) y Edna (Christine Galbo) se convierten en improvisados compañeros de viaje. Juntos deberán enfrentarse a una miniplaga de muertos vivientes, primero en casa de la familia de Edna, luego en un cementerio y un hospital cercanos, todo ello ocasionado por las radiaciones ultrasónicas que emite un nuevo sistema experimental para controlar las plagas de insectos en los cultivos.
El origen de la película está en el anterior film en clave fantástica de Grau (aunque él detestaba que se considerara así), 'Ceremonia sangrienta' (1973). Se trata de un intento de ofrecer una aproximación relativamente realista al mito de la Condesa Bathory, que tantas historias de vampirismo lésbico inspiró desde los tiempos de la Hammer. Fue el coproductor de ésta, Edmondo Amati, que había obtenido pingües beneficios con la distribución de 'La noche de los muertos vivientes' en Italia, el que le pidió que su film se aproximara a la película de Romero, pero en color. Grau le dijo, obviamente, que 'Ceremonia sangrienta' y 'La noche...' no se parecían en nada.
Unos meses más tarde, Amati le brindó a Grau un guión de Sandro Continenza, este sí de temática zombi y claramente inspirado en 'La noche de los muertos vivientes', que satisfizo al director. Incluso en algunos aspectos creyó que superaba al original de Romero, por tener personajes mejor definidos. Aceptó rodarla y se puso en marcha una coproducción entre Inglaterra, España e Italia, rodada sobre todo en el primero de esos países, que dispuso del presupuesto más holgado con el que Grau había contado hasta ese momento.
'No profanar el sueño de los muertos': Sangre rojo oscuro
El rodaje transcurrió con pequeños contratiempos: se rodó en el pequeño pueblo inglés de Hathersage, donde se supone que está enterrado Little John, el mítico compañero de tropelías de Robin Hood. La presencia del equipo de rodaje y, sobre todo, los días que tuvieron que rodar en el cementerio local soliviantaron a los lugareños, que organizaron protestas porque creían que se estaba profanando el lugar de descanso de la leyenda local.
Algunos aspectos de la película como la gama cromática de las imágenes se trataron con especial cuidado (parece Grau diciéndole a Amati "¿no querías 'La noche de los muertos vivientes' en color?... ¡pues toma!), algo inusual en las habitualmente desastradas producciones de género de la época, y que delatan el origen de Grau como cineasta ajeno al terror. Junto al técnico de efectos especiales Giannetto de Rossi, e inspirándose en el aspecto oscuro, como brea, de la sangre en el clásico de Romero (en realidad sirope de chocolate), Grau quiso que el tono de la sangre de 'No profanar...' fuera inusualmente apagada: como "carmín con tonos oscuros", la describió.
Esa intención se amplía al resto de la película, no solo al gore. Salvo simbólicos detalles puntuales, el color rojo, tan presente en el género desde los tiempos de la Hammer, nunca aparece en la película. En su lugar se le sustituye por tonalidades como el verde de algún vestuario, dando pie a una película ocre, fúnebre y alejada de las explosiones de furia escarlata que llegarían con el cine de género europeo de los ochenta.
La película fue premiada en el festival de Sitges de 1974 con galardones a la mejor actriz, efectos y el premio especial de la crítica, pero ese reconocimiento no se extendería al resto de la prensa, algo que siempre lamentó Grau. Sin embargo, y aunque siempre ha disfrutado del apoyo de los aficionados del género, que desde el primer momento supieron ver sus hallazgos, el tiempo la ha convertido en una pieza imprescindible del zombi de la época, y una clara influencia para hitos comerciales como las propias continuaciones de la saga de Romero.
'No profanar el sueño de los muertos' es una película completamente merecedora de su categoría de clásico, con grandes hallazgos como la búsqueda de verosimilitud a toda costa. Por ejemplo, en el guión original la máquina que desata la plaga zombi era obra de unos científicos locos, pero Grau decidió que la máquina no llamara la atención y fuera similar a un artilugio agrícola convencional.
También buscó el realismo en los maquillajes de los muertos, que pidió a De Rosssi (que unos años más tarde se convirtiría en uno de los grandes carniceros del cine italiano de terror, a las órdenes de gente como Fulci o Margheriti) que se inspirara en fotos de cadáveres reales. Son esos muertos extremadamente lentos e implacables -en los que luego se basarían claramente cineastas como Fulci- los que le dan una atmósfera desesperada y fatalista a la película, punteada por una extraña banda sonora de música electrónica experimental de Giulano Sorgini.
El cuidado de Grau en los detalles se percibe en la elección para dar vida al primer zombi que se encuentran los personajes: no es un extra cualquiera, sino un genuino actor, Fernando Hilbeck, que otorga con su mirada y sus cuidadosos gestos de recién resucitado una carga dramática poco habitual en el género. Gracias a él momentos como la resurrección del resto de los muertos empapándoles los ojos con sangre como si les aplicara la extremaunción (en una época en la que la idea del contagio zombi aún estaba por desarrollar) o el uso de un crucifijo como ariete adquieren un valor icónico.
Por desgracia, y pese a sus indiscutibles valores, el relativo fracaso crítico alejaría definitivamente a Grau del género. Aún le quedaría por rodar otro éxito, 'La trastienda', una de las películas más significativas de la Transición española, entre otros films de carácter más independiente y experimental. Aunque su sello definitivo en el fantaterror hispano estuvo con la que sin duda es la gran película a reivindicar del cine zombi español.
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